Días atrás, el periódico Abc publicó la extensa lista de exigencias que Carles Puigdemont ha puesto sobre la mesa a cambio de facilitar la investidura de Pedro Sánchez. Seguramente ustedes ya las conocen, así que no me detendré en comentarlas de forma pormenorizada. Baste decir, como muy bien apuntaba el rotativo madrileño, que la mera aceptación de las más significativas de esa relación supone la liquidación del Estado en Cataluña. O, dicho de otro modo: la independencia de facto. El envite del partido más ultramontano del separatismo catalán es, se mire por donde se mire, un órdago a la grande: ¿quieres el poder, deseas seguir gobernando a toda costa? ¡Pues el poder tiene un precio, y este es el precio que deberás estar dispuesto a pagar!

Mientras que Alberto Núñez Feijóo —gallego pusilánime, sucesor de otro gallego pusilánime llamado Mariano Rajoy— no se atrevería a cruzar ciertas líneas y a ceder en la mayoría de los puntos que los nacionalistas reclaman, Sánchez sí lo haría, al menos en buena medida, porque es un político sin escrúpulos ni principios, un autócrata con ínfulas de trascendencia histórica; y sus principios, de tener alguno, varían en función de si el día es par o impar o de la dirección del viento. Y eso Puigdemont lo sabe; además, tiene muy claro que su interlocutor es un mentiroso compulsivo al que nadie en su sano juicio —y menos él, pues así lo afirmó— le compraría un coche de segunda mano. De ahí que agraciado, por capricho del destino, con la mejor baza de la mesa en su poder, persiga atarlo corto, muy corto, con un estadillo de claudicaciones que es pura coerción. En el fondo todo en la vida política española es ahora mismo una partida de póker entre trileros, y a Pedro Sánchez hasta un jugador mediocre le tiene pillados los tics, los descartes, los faroles y las bravuconadas. A estas alturas de la película el hombre que se amó no engaña ni a un chino mandarín.

Y es precisamente por eso que Puigdemont y JxCat se dan el gustazo de presentar un listado de cesiones imposibles de asumir. Esa intransigencia les permite, de paso, venderse ante los hardcore fans de la independencia como los adalides más puros, auténticos e irreductibles. Nada que ver con Oriol Junqueras, Gabriel Rufián y esa pandilla de traidores de ERC. Juguemos al póker.

Ante el insoportable peso específico de muchas de las exigencias aireadas por la prensa, algunas, que en otras circunstancias harían que nos lleváramos las manos a la cabeza, nos van a parecer asuntos casi triviales, de poca enjundia, peccata minuta...

Si Puigdemont se obstina en que quiere selecciones catalanas de fútbol que se enfrenten a España y compitan en ligas internacionales, pues cap problema, nen!... ¡Les recibiremos en el Bernabéu, en los clásicos Madrid-Barcelona, con Els segadors atronando por megafonía!; de exigir que le cedan la titularidad de los ocho Paradores Nacionales con que cuenta la autonomía... ¡Ahí los tienes, será por Paradores!; si se empeña en poder hablar en el Congreso de los Diputados en catalán... ¡Marchando una de pinganillos para todos, y si dais la tabarra sin medida, desconectamos y Santas Pascuas!; si ambiciona quedarse con el Cuartel del Bruch... ¡Pues que se lo quede, que ya iremos a jurar bandera a la plaza de Sant Jaume con el Viva España de Manolo Escobar en casete de gasolinera!; si lo que pretende es el control absoluto de los trenes de Rodalies... ¡Uy, pues fuera Renfe y fuera Adif y ya os apañáis!; y si es tan inconsciente de querer el control exclusivo de los flujos migratorios en Cataluña, siendo como es la autonomía con mayor número de inmigrantes y con el mayor índice de delincuencia vinculado a la inmigración... ¡Que con vuestro pan os lo comáis, majetes!

Insisto... Estoy convencido de que muchas de las peticiones de Puigdemont son mero relleno, pura táctica. Si quieres que te concedan 15 de tus exigencias, no pidas nunca menos de 30, o mejor aún: 45. Por eso hay que leer con ironía algunas de las consignadas en su pliego de condiciones a la hora de investir al maniquí del PSOE. Así que tranquilos, que más perdimos en Cuba y más lloramos en el Monte Arruit.

Pero luego viene lo grave, y aquí sí que me dejo de bromas. Lo grave es que JxCat exija el traspaso del aeropuerto del Prat, y de los puertos de Barcelona y de Tarragona —este último lo querían, recuérdenlo, para cederlo a la flota china—; el traspaso de la Seguridad Social; el traspaso del Consorcio de la Zona Franca; que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sea la última instancia jurídica en Cataluña; la eliminación de la deuda del FLA; la recaudación de todos los impuestos a través de la Agencia Tributaria Catalana, y la aplicación del principio de ordinalidad en la próxima reforma de la financiación autonómica.

Con todo lo dicho en este último párrafo no se entiende que además pidan un referéndum de autodeterminación... ¿Para qué quieren un referendo? Con todo el dinero, absolutamente todo, en sus manos, y con el control del Poder Judicial —que les brindaría absoluta impunidad—, Cataluña ya sería, de facto, independiente. Todas estas exigencias suponen la "salida" de España de Cataluña, y no al revés. Así lo aseveró en TV3 el exministro José Manuel García Margallo, en una entrevista en la que aventuró una posible concesión de Sánchez al nacionalismo catalán: "Pedro Sánchez podría plantear un plan b de reconocimiento jurídico de la nación vasca y catalana".

De Pedro Sánchez podemos esperarlo casi todo, cualquier cosa, pero personalmente me resisto a creer que pueda llegar a ser tan inconsciente como para atarse semejante rueda de molino al cuello. Condonar la deuda catalana del FLA provocaría una rebelión entre los barones socialistas y un encontronazo frontal con la mitad de la Cámara Baja. Esos 70.000 millones, más los 20.000 millones de déficit fiscal que viene reclamando tradicionalmente ERC, crearían un auténtico desequilibrio entre autonomías. Y ya sólo faltaría aplicar ese principio de ordinalidad que pretenden para crear una brecha insalvable entre la España rica y la España pobre.

Dije en mi última columna que Pedro Sánchez tiene un marrón de mucho cuidado entre las manos. Y lo mantengo. Ignoro si resolverá la papeleta. Astucia y capacidad de persuasión no le faltan. Ha demostrado ser un superviviente nato, un alien que ni a patadas te sacas de encima; pero incluso consiguiendo que casi una veintena de partidos políticos respalden su ambición de poder, se enfrentará a una legislatura difícil por no decir imposible, impracticable. El Congreso está dividido en dos mitades idénticas, y no hay pluma que logre decantar los platos de la balanza. Por si fuera poco, la Cámara Alta, el Senado, está bajo control del PP. Como decimos en Cataluña: Sánchez tiene una muy mala peça al teler...

Pero más allá de los desvelos y de toda la carne que pueda poner Sánchez en el asador a fin de hacerse con los codiciados votos de JxCat —apoyo de la fiscalía ante el rechazo a su recurso de amparo al Constitucional; concesión de grupo propio en el Congreso y una amnistía urbi et orbi que ya se cuece—, el único que sabe a ciencia cierta cómo acabará esto es Carles Puigdemont. Porque como decía el entrañable Jesús Hermida: se dice, se comenta, se rumorea —y así lo recogen diferentes medios— que en el ánimo del prófugo de Waterloo (y también en el núcleo duro de JxCat, Laura Borràs, Jordi Turull) late el irrefrenable deseo de poner pie en pared, y con un rotundo portazo en las narices de Sánchez forzar unas nuevas elecciones. No tardaremos en saberlo. Sean felices.