La nueva política es ya una entelequia, pero su irrupción en 2015 ha roto todos los espacios centrados y aderezó una forma de hacer política basada en la crispación y en el enfrentamiento. Los puntos de encuentro saltaron por los aires y ahí siguen: rotos. PP y PSOE, lastrados por su derecha y su izquierda, cambiaron su fisionomía y sus formas de hacer y todavía se mantienen en su moderno sostenella y no enmendalla.
¿El 23J puede cambiar esta deriva radical? Puede, ciertamente, pero siempre que se cumpla un axioma: que PP y PSOE concentren el voto útil a derecha e izquierda y dejen a los partidos tóxicos, radioactivos, en el rincón de pensar. No será fácil. Vox no se dejará doblegar por el PP, que pretende su apoyo, pero sin molestar, desde fuera. Los de Feijóo quieren evitar el ruido. En la calle Génova les gustaría que ni ayuntamientos, ni Comunidades Autónomas se constituyeran después del 23J, pero el calendario no da un respiro. Los ayuntamientos el 17 y los parlamentos autonómicos también antes del día D. Los gobiernos cogerán aire y podrán esperar hasta después de las generales, pero los populares se tendrán que retratar en la configuración de las mesas y podrán constatar la radioactividad que emitirá la ultraderecha.
Vox no obtuvo unos resultados estupendos, pero sí los suficientes para ser determinante, lo que será un calvario para más de un dirigente popular, aunque su caballería mediática trate, día sí y otro también, de minimizar el impacto y juegue sin tregua a blanquear a los que quieren acabar con las autonomías, ponen en duda el cambio climático, niegan la violencia de género y acusan a la izquierda de todos los males habidos y por haber pretendiendo retrotraer los avances sociales a la España de la transición y, si me apuran, a la de antes.
El PSOE no está exento de toxicidad en su entorno. Podemos ha lastrado el Gobierno de coalición dando la razón a Sánchez cuando dijo que no podría dormir. Y noches de insomnio le ha dado más de una forzando leyes como vivienda, inutilizando reformas como la ley mordaza, o poniendo al Gobierno al borde del ridículo con la ley del solo sí es sí. Conclusión, la radioactividad de Podemos ha puesto en jaque la credibilidad del Gobierno de coalición. Y, lo que es peor, todavía piensan que están en posesión de la razón.
En Cataluña, la nueva política destruyó aquel oasis del que los políticos catalanes se mostraban ufanos. Iniciativa per Catalunya desapareció en pro de los comunes, que han estado ocho años campando a sus anchas. Ciudadanos lo fue todo y ahora no es nada haciendo casi desaparecer a un PP que ahora revive, aunque siga amenazado por Vox. Convergència i Unió fue barrida alumbrando un engendro tóxico y radioactivo que revivió el 28M y que amenaza con irrumpir como elefante en cacharrería en estas generales si el Tribunal Superior Europeo permite que Puigdemont pueda pasearse por Barcelona el 5 de julio. Si esto sucede vendrá, será detenido y puesto en libertad, pero su Junts tendrá una fuga de radioactividad que dejará en el esqueleto a Esquerra Republicana y abrirá en canal la política catalana. También la española, no les quepa duda. El presidente Sánchez recibirá a diestro y siniestro y será culpado absolutamente de todo, aunque el único culpable, el de verdad, será el Supremo, que es el protagonista de un ridículo judicial sin parangón.
Solo el PSC ha resistido la toxicidad, aunque a punto estuvo de desaparecer. Solo la tozudez de Miquel Iceta y la irrupción de Salvador Illa en primera línea le han salvado de ser un recuerdo. El 23J, los socialistas catalanes volverán a dar un arreón a las expectativas. Con los resultados de las generales el debate en Cataluña se centrará en saber si habrá adelanto electoral. Todo dependerá de ERC, que siempre ha sido radioactiva, con un gen suicida incluido en su ADN que puede poner las cosas muy difíciles. Que nadie dude de que los republicanos subirán al monte para ser más indepes que los de Junts y taponar la única posibilidad de relax político, lo que significa estabilidad, que es un Gobierno del PSC. No será tan fácil. Tenemos Chernóbil en la puerta de casa y los partidos radioactivos en forma.