Fue tal la sorpresa y el impacto de la convocatoria de elecciones anticipadas para el 23 de julio que, antes de mediodía del lunes, cuando Pedro Sánchez lo anunció, todos los análisis de los resultados de las autonómicas y municipales quedaron obsoletos. Todos hablaban del calvario que le quedaba al Gobierno de coalición hasta final de año, pero esa vía dolorosa desapareció de un plumazo.

Los motivos para el adelanto electoral están muy claros: Sánchez, con uno de sus habituales movimientos audaces y temerarios, impide que se siga escarbando en la herida de la derrota, corta de raíz las críticas internas que se empezaban a oír en el PSOE, evita las presiones internas y externas y desarbola el argumento más utilizado por la derecha desde 2018, el de que todo lo que hacía el presidente del Gobierno era con el único objetivo de permanecer en la Moncloa. Un argumento, por otra parte, pueril porque ¿alguien conoce a algún político que no quiera seguir en el poder?

La única razón objetiva para oponerse al adelanto electoral puede residir en que las elecciones trastocan la presidencia de turno española de la Unión Europea. Pero la oposición, igual que antes acusaba a Sánchez de servirse de la presidencia europea cuando las elecciones eran en diciembre, le echa en cara ahora que la “torpedea”. Hay precedentes de casos similares en otros países, aunque la comparación con Francia, que se ha utilizado, no sirve porque Emmanuel Macron en ningún caso iba a dejar de ser presidente pese a perder la mayoría absoluta en las legislativas. Además, en el caso español, las principales citas de la presidencia europea serán antes del 23 de julio.

Aunque la convocatoria de elecciones ha desplazado el foco que se hubiera fijado durante semanas en la derrota de la izquierda, eso no le resta gravedad al descalabro que ha sufrido el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos (UP). El PSOE ha perdido seis de las diez comunidades en las que gobernaba y las alcaldías de Valencia, Sevilla, Palma de Mallorca, Castellón, Murcia y Valladolid, entre otras.

Alberto Núñez Feijóo, sin embargo, ha leído mejor los resultados que muchos comentaristas de la derecha mediática, que ya han dado al sanchismo por muerto y enterrado. Aunque se ve seguro ganador en julio, el presidente del PP ha insistido en que “el sanchismo no ha sido derogado todavía” y solo se ha dado el primer paso. El PSOE, en efecto, ha perdido más poder que votos: solo 400.000 respecto a las anteriores municipales y ha mantenido el mismo porcentaje (28%) de las generales de noviembre de 2019. La ventaja del PP ha sido de 750.000 papeletas.

Hay precedentes de que una victoria en las autonómicas y municipales anticipa un triunfo en las elecciones generales, pero también de lo contrario. En 1995, el PP ganó las municipales y al año siguiente José María Aznar derrotó a Felipe González en las generales. En 2011, los populares se impusieron en las municipales y al año siguiente Mariano Rajoy obtuvo mayoría absoluta en el Congreso. Pero en 2007, el PSOE perdió las municipales por 150.000 votos y al año siguiente José Luis Rodríguez Zapatero ganó las generales con más de un millón de diferencia.

Es verdad que ahora la situación es distinta y Sánchez tiene muy difícil parar la ola conservadora o “reaccionaria”, como dijo el miércoles, que avanza en toda Europa, España incluida. Los dos grandes partidos tendrán que aprobar sus asignaturas pendientes antes del 23J. El PP debe clarificar sus relaciones con Vox, que no retrocede pese a la política de aproximación del PP — “O Sánchez o España” es la última consigna de Feijóo que les acerca—, sino, al contrario, la extrema derecha cada vez está más fuerte y exigirá a Feijóo contrapartidas de poder para pactar.

Al PSOE le toca resolver su convivencia con UP, cuyo pésimo resultado indica el daño que sus propuestas infantiles, dogmáticas e inasumibles por gran parte de la población, así como su guerrilla constante, han causado al Gobierno de coalición. El PSOE y el PP no tienen más remedio que apelar al voto útil para intentar depender lo menos posible de unos aliados que contaminan su discurso.

Uno de estos aliados del PSOE, ERC, ha sido el gran perdedor de las municipales en Cataluña. Se ha dejado 300.000 votos y ha pasado de ser primera fuerza en número de sufragios a tercera. En el primer lugar, a ERC la ha relevado el PSC, que ha ganado en todas las capitales de provincia —Lleida y Tarragona, donde ha desplazado a alcaldes de ERC, y Girona—menos en Barcelona. El candidato socialista, Jaume Collboni, tiene prácticamente imposible acceder a la alcaldía en lugar del vencedor, Xavier Trias. ERC no va a votar a Collboni por el antisocialismo de Oriol Junqueras y Ernest Maragall y porque los dos partidos compiten por la hegemonía en el conjunto de Cataluña. También es inimaginable que el PP, en un contexto de brutal enfrentamiento con el PSOE, le dé al PSC los dos votos que le faltarían en un pacto con los comunes para que no gobierne Trias.