El 12 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII hizo una lectura algo precipitada del resultado de las elecciones municipales de aquel día y decidió exiliarse para facilitar la proclamación de la II República Española. Los partidos monárquicos habían ganado los comicios en número de concejales, pero los republicanos triunfaron en 41 capitales de provincia, entre ellas todas las relevantes. El Rey pensó que facilitando la proclamación de la República los españoles pronto se darían cuenta de su error y él podría volver a reinar al cabo de pocos años. La realidad es que la República duró poco más de cinco años, pero su final en lugar de facilitar el regreso del monarca se debió a una cruenta guerra civil, con más de medio millón de fallecidos, seguida por 40 años de dictadura. La Monarquía nunca se restauró como tal, sino que Franco decidió saltarse la línea sucesoria y solo la Constitución del 78 le devolvió la legitimidad, habiéndose ordenado antes los problemas sucesorios en mayo de 1977 con la renuncia de D. Juan a sus derechos dinásticos.

El presidente Sánchez ha cometido en estos años varios errores de protocolo delante del Rey, tantos que sus detractores afirman que en realidad aspira a ser tratado como rey o, en su defecto, como presidente de la III República. Esta afirmación es, probablemente, exagerada, pero la precipitada convocatoria de elecciones generales como resultado de las elecciones municipales y autonómicas recuerda, bastante, a la errónea decisión de Alfonso XIII.

El adelanto de elecciones generales ha sorprendido a todo el mundo: a sus correligionarios, a la oposición, a la prensa, a Europa… a todos sin excepción. Es innegable que ha logrado tomar la iniciativa en un momento en el que el PP iba a capitalizar su victoria en las recientes elecciones autonómicas y municipales, pero más allá de la táctica política, más allá del maquiavelismo que parece inspirar sus movimientos cabe preguntarnos cómo puede influir esta decisión tomada en clave interna sobre el día a día de la totalidad de los españoles, españoles a quienes la táctica política se la trae, en general, al pairo.

Parece que nos espera una campaña electoral en clave tremendamente política, o Sánchez o la derecha, convirtiendo a Vox en el malísimo de la película. Demasiado simple. La política es importante, pero también la economía. La legislatura que ahora termina ha estado marcada por el impacto económico de la pandemia, por la inflación, por la falta de materias primas, por la sequía y por la guerra de Ucrania. Reducir una campaña a “Vox es caca” es de un infantilismo que no puede, o no debiera, salir bien. Lo más probable es que con esta táctica Vox salga fortalecido y, desde luego, los intereses de los españoles no se limitan a acotar el arco parlamentario.

En esta campaña, en lugar de demonizar unos a Vox y otros a Bildu habría que hablar de impuestos, de deuda, de fondos europeos, de los recortes que nos va a imponer Europa, de renta media disponible, del progresivo debilitamiento de la clase media, de las pensiones, de subsidios y ayudas, de apoyo al campo, de política de vivienda, de sanidad, de educación, de energía, de agua, de espacios internacionales preferentes, de competitividad, de exportación, de dependencia, de fomento de la natalidad, de reducción de chiringuitos políticos, de ahorros en lo superfluo, de reducción de paguitas… es decir, de lo que realmente importa a los ciudadanos.

El crecimiento de Vox, la bestia del momento, se debe, sobre todo, a errores de los demás partidos, lo mismo que en su momento estos mismos errores dieron origen a Podemos o a Ciudadanos. Todos los partidos del descontento tienen las piernas muy cortas porque una vez que logran representación importante se desinflan ya que suelen prometer poco más que aire caliente. Pensar que Albert Rivera podría ser hoy vicepresidente del Gobierno con Sánchez tiene que dar muchísima rabia a quienes estén hoy mismo cerrando las sedes de un partido difunto. Y lo mismo tiene que pasar a quienes creyeron en el procés, o quienes creyeron que podían conquistar el cielo tras las concentraciones del 15M. Primero aclaremos lo de comer, luego lo demás. La coyuntura económica futura no será sencilla y hay que pensar en muchas cosas antes que en el bienestar animal, la autodeterminación sexual o los sentimientos de los vegetales.

Por el propio planteamiento del adelantamiento electoral la campaña será bronca y emocional, lo cual es una pena. Lo que parece importar a los partidos es ganar, luego veremos para qué. Ojalá algún partido nos hable de cosas serias y no de demagogia barata. En cualquier caso, si Sánchez hubiese reflexionado antes de ese “dejadme solo” tan torero que parece haber sido el detonante de la convocatoria electoral, se daría cuenta de que los restos mortales de Alfonso XIII no pudieron volver a España hasta 1980, una vez muerto Franco, encajada la monarquía en su papel constitucional y resueltos los posibles problemas dinásticos. Su abdicación fue absolutamente contraria a sus intereses y a los de los monárquicos.