Barcelona no te echará de menos. El 80,23% de los votantes que ayer participaron en las elecciones municipales decidieron que los partidos a los que apoyaron con su voto eran una mejor opción para la capital catalana que un nuevo gobierno presidido por la alcaldesa que pasará a la historia como la dirigente que hizo perder a los barceloneses el orgullo de pertenencia.

Hubo un día hace ocho años en el que Colau ganó unas elecciones a los votos, pero no en concejales y gobernó con una soberbia impropia de quien decía representar a las clases humildes y a las personas comunes. Hubo otro día hace cuatro años en que Colau quedó segunda y logró gobernar de nuevo con la altivez de quien domina con soltura las artes escénicas y olvidaba que su cargo era fruto de un mal menor en tiempos de tensión política por mor del soberanismo amenazante del momento. Ahora, pese a todo el populismo desarrollado en estos años, al clientelismo que se ha apoderado de la institución municipal, el tiempo de la alcaldesa buñuelo (mucha fachada y hueca por dentro) se acaba.

Al evaluar el resultado del domingo volvió por donde solía: unos poderes casi sobrenaturales y sus influencias mediáticas están detrás de que deje el coche oficial en Barcelona. Esa victimización que acompañó toda su gestión como presidenta de la corporación se estudiará algún día no como un hecho cierto, sino como otra forma de hacer política responsabilizando a todos de sus propios desaciertos. Colau es en sí misma una fake new con una oratoria privilegiada. Una política propia de una serie de televisión repleta de conspiración y construcción de relato. Un buen acomodo en Madrid o en alguno de esos organismos que se rumorean serán con seguridad su próximo destino.

Todo apunta a que el socialista Jaume Collboni será el próximo alcalde de la localidad. Las geometrías de pacto son diversas y una de las que más posibilidades de prosperar tiene es un tripartito de izquierdas. Si se arma el acuerdo en los próximos días, la capital catalana podría dejar de ser el nido pijoprogre de los últimos tiempos y ser, sin más, una localidad de centro izquierda razonable. ¿Cuál es ese punto de sensatez? La seguridad necesaria, el respeto a la propiedad privada, el rechazo de cierto anarquismo civil vivido en los últimos tiempos, una movilidad pactada con sus protagonistas, la visión positiva de la gestión, la búsqueda de retos colectivos y la finiquitación del amiguismo y el clientelismo sectario y trasnochado. Vamos, nada que Narcís Serra, Pasqual Maragall, Joan Clos o Jordi Hereu no hubieran practicado con anterioridad.

Xavier Trias ha hecho un buen papel. Por segunda vez tendrá la oportunidad de ser alcalde, pero no podrá. Le pierden sus malas compañías. Se volvió a mostrar anoche. Sí, él resulta mejor que una parte de su partido. Y esa razón será suficiente para que pueda jubilarse de la política activa como ha prometido.

Peor lo tienen en ERC, con Ernest Maragall, un candidato amortizado y que ha perdido en cuatro meses la ventaja de popularidad que arrastraba en los últimos años. Se veía venir, pero los republicanos se resistían a creerlo. Han fracasado en Barcelona, en Santa Coloma de Gramenet y en otros muchos municipios en los que el PSC o Junts les han recortado el espacio. Solo había que ver las caras del beato Oriol Junqueras o del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, al comparecer ante los medios: cariacontecidos, mustios, con discurso de perdedores.

Tiempo habrá para analizar hechos tan importantes como la desaparición de Ciudadanos, la irrupción de la extrema derecha en el municipalismo, el fenómeno de Albiol en Badalona o los motivos de la baja participación ciudadana en las elecciones. De momento, la vía de esperanza que se abre para recuperar Barcelona, el cap i casal de Cataluña, es más que suficiente para ser optimistas respecto al tiempo que se abre. Sin Colau con la vara de mando, los barceloneses recobrarán el aliento y el orgullo perdido. Y eso, créanme, es la primera estación de un apetitoso viaje.