El consenso demoscópico, como también la última encuesta publicada por Metrópoli, sitúa a Jaume Collboni en cabeza para la alcaldía de Barcelona en duelo con Xavier Trias y Ada Colau. Quien no tiene ninguna opción es el republicano Ernest Maragall, que podría llegar a perder hasta cuatro concejales, un descalabro considerable teniendo en cuenta que ERC ganó en 2019. La diferencia entre los tres primeros es muy pequeña, y tanto los indecisos como el ejercicio de un voto táctico por parte de electores de formaciones sin posibilidades de victoria o de obtener representación en el consistorio podrían dar la primera plaza a cualquiera de ellos. Entre Trias y Colau quien tiene más opciones de dar la sorpresa es la actual alcaldesa porque tiene un voto fronterizo tanto con la CUP como con ERC, y podría beneficiarse de una llamada de último minuto del soberanismo a fin de evitar a toda costa la victoria socialista. Esa preocupación, que se detecta en los comentarios de los medios próximos al independentismo, me parece particularmente interesante porque evidencia cuál sería la lectura que se haría al día siguiente de que Collboni se hiciera con la alcaldía. Que el PSC recuperase la capital catalana significaría poner fin tanto a ocho años de colauismo como a lo que queda del procesismo. No podemos olvidar que Colau siempre apoyó el derecho a decidir, participó en el simulacro de referéndum del 1 de octubre, expulsó al PSC del gobierno municipal tras la aplicación del artículo 155, y evita aún hoy el besamanos al rey Felipe VI cuando visita Barcelona.

El crecimiento de Trias se efectúa sobre todo a costa de ERC por su apuesta anticolauista, y no tanto porque sea el independentista con más opciones de ganar, pues es evidente que el candidato de Junts, aunque esconda las siglas del partido que preside Laura Borràs, es un convergente de la vieja escuela, que anteayer se hizo separatista por pura conveniencia y hoy ya no habla ni media palabra del procés. Su apuesta en la recta final de la campaña es por sumar todo el voto de orden, también el que en 2019 votó a Manuel Valls, con el fin de garantizar que los comunes no estarán en el gobierno municipal. Ahora bien, hay otra parte de electores soberanistas, más a la izquierda, para quienes la peor noticia sería una alcaldía de Collboni porque anticiparía el regreso a la normalidad institucional en Cataluña después de una década larga de procés. Para el mundo de ERC y la CUP, los comunes son compañeros de viaje, subordinados, pero imprescindibles para ensanchar la base social del separatismo, y Colau es su segunda mejor opción, un voto táctico a fin de evitar el regreso de los socialistas al frente del Ayuntamiento de Barcelona. Por eso, en el campo contrario, no sería de extrañar ver el día de las elecciones otro voto táctico, esta vez a favor de Collboni, por parte de votantes de centro-derecha constitucionalistas (que se identificarían más con PP, Ciutadans o Valents) para poner fin tanto al colauismo, por su discurso contrario al crecimiento económico y de restricción absurda de la movilidad en el Eixample, como a lo que queda del procesismo, con un alcalde de Barcelona leal a las instituciones españolas y respetuoso con el jefe del Estado.