Queda bien poco y la mayoría silenciosa, más bien ruidosamente callada, duda. “Falta un líder claro”, me comentan quienes prefieren no hablar de nuevos referéndums ni de okupaciones ni de islas verdes ni de pagar más impuestos que cualquier otra ciudad y región. Les da miedo tirar su voto en las próximas municipales de Barcelona. Se augura un empate a tres (Jaume Collboni, Xavier Trias y Ada Colau), con un rezagado Ernest Maragall en cuarto puesto. Los pactos serán esenciales. ¿Qué papeleta es mejor para que Colau no repita? o, por el contrario, ¿a quién votar para conseguir un tripartito de izquierdas? Esas son las preguntas del bar de mi esquina y de cualquier tertulia.
Algunos lo tienen claro, pero son los menos: independentistas irredentos (patria o muerte), activistas colauistas (progres que ven fascistas por todas partes) o partidarios de Vox (a favor del orden, la tradición, la familia y contra el comunismo). La mayoría mantiene sentimientos encontrados. No encuentra un líder que le arrastre a las urnas en un domingo, previsiblemente, soleado.
Trias ha quitado de su campaña cualquier referencia a su partido (JuntsxCat) y la independencia ni la menciona. Collboni (PSC) quiere votos de centro y no hace ascos a ninguna reunión con empresarios; será de izquierda, pero necesita votos de la gent d’ordre para no depender de Colau. No es fácil para un socialdemócrata moderado gobernar con la izquierda radical, menos con secesionistas.
Últimamente recuerdo un curioso encuentro con Pasqual Maragall. Fue después de unas elecciones municipales. Había vuelto a ganar y le felicité calurosamente. Me miró fijamente, por si iba con ironía, esbozó una media sonrisa y dijo: “Però no puc gobernar sol; una vegada més amb la Lali”. Se refería a Eulàlia Vintró, la teniente de alcalde del PSUC y catedrática de Griego a la que sigo añorando en la plaza Sant Jaume. “Home, però ella és lleial i esteu acostumats a treballar junts”, le respondí. No dijo nada más sobre el tema. Al despedirnos, añadió: “Però, em feia il·lusió”.
El voto menos ideologizado, harto de populismos o independentismos, puede decidir la partida en Barcelona. Ningún candidato será un claro ganador y muchos prefieren --incluso los líderes-- un bipartito; los tripartitos aún son más complicados (se han de crear más asesorías y lugares para repartir).
A pocos días de las elecciones, los grupos de medios catalanes clásicos (de papel, radio o el audiovisual público) mantienen la tónica de la suavidad periodística, sin decantarse contra alguien del país y de sus actuales gobiernos. Pocas noticias, escasas críticas. Eso sí, de vez en cuando, publican un sondeo en el que se entrevé quién le gustaría al editor que ganara.
Gobierne quien gobierne, Barcelona seguirá siendo moderna, innovadora, mediterránea, culta y con un clima que todos nos envidian; pero es indudable que el mandato de Colau no ha sido brillante. Barcelona se ha convertido en la capital europea de los okupas; los empresarios y comerciantes ven caer sus ingresos; el tránsito empeora, sin que los patinetes o el transporte sostenible mejoren gran cosa, y la suciedad, además de la seguridad, deberían considerarse asuntos primordiales en la gestión municipal.
Pero la campaña, más que local parece un asunto nacional, con unas generales al acecho. Al ciudadano le llueven ofertas, más propias de los supermercados. Hoy te regalan dos euros para el cine si tienes más de 65 años o te dan fiesta si hace mucho calor en la calle. Es la política a corto, la del eslogan facilón, buscando un target, para conseguir el voto de los tuyos. Si no vas con cuidado, te acusan de viejo resentido, de machista o feminista rancia, de pobre o rico o, peor aún, de ser un “capitalista despiadado” como Juan Roig, el empresario de Mercadona. Un pequeño apunte: el valenciano emplea a 660.000 trabajadores --con salarios superiores a la media del sector-- y produce algo más del 2% del PIB español. No son buenos tiempos para los matices.
Pronto se acabará la intriga electoral. Sólo espero que la gente no se quede en casa, que deje de escudarse en un “para lo que hay que ver” o en “si todos son iguales”. No podemos imitar, en el siglo XXI, la famosa cita de los inventos de Unamuno: “Que voten (inventen) ellos y nosotros ya nos aprovecharemos de sus votaciones (inventos)”.
Nada es más contundente que un voto, por poco que parezca. Si es útil, pues mejor, aunque hasta la papeleta en blanco es una decisión más sensata que fugarse a la playa o al cine sin pasar por las urnas. Lo más dañino para el ciudadano --no para el político-- es el silencio, la abstención y aguantar pasivamente. Sean útiles. Voten.