Manifiesto un profundo respeto hacia los componentes del comité de sabios convocado por Pere Aragonès para hablar de las condiciones y reglas de un hipotético referéndum. Siento tanto respeto por estos académicos y expertos como desconfianza hacia el presidente de la Generalitat. Siempre he creído que en el manual del buen gobernante debería existir una fórmula capaz de recordarle al político de turno las fuerzas reales con las que cuenta. A ERC, por ejemplo, le convendría asumir sus debilidades e interiorizar la frase del cardenal Cisneros: “Estos son mis poderes”. Evitar hacer el ridículo es una de las condiciones necesarias para dignificar y dar credibilidad a la actividad política. Con 33 diputados, y la alergia manifiesta del resto de grupos parlamentarios catalanes, no convienen los brindis al sol. Las cinco preguntas de Aragonès a los sabios convocados huelen a examen de reválida, a evaluación externa de fin de etapa. Lamentablemente en Cataluña la sequía hídrica no llega sola, viene acompañada por otra consistente en la ausencia de ideas nuevas.  

Félix Bolaños, con esa carita que pone de niño de primera comunión, lo ha dicho muy claro. Nada de viajar hacia atrás en la máquina del tiempo aunque entremos en un periodo de ofertas electorales. Creo que tiene razón el ministro de la Presidencia. Los catalanes estamos más preocupados por la falta de agua, la inflación y la seguridad ciudadana que en pergeñar debates parlamentarios sin final feliz. El mantra del referéndum fatiga y aburre. Ahora no toca y solo sirve para dividir. Llevamos más de una década hablando siempre de lo mismo y a uno se le pone el pensamiento en modo gongorino con letrilla satírica. A saber: “Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno...”. A un servidor le apetece exclamar: “Hagan el favor de gobernar con eficacia y no nos mareen de nuevo con la moviola. Consulten ustedes a todos los sabios que les plazca, pero no nos tomen nuevamente el pelo”.

Los ciudadanos observamos, por ejemplo, que tanto Junts como ERC han optado por el maquillaje. “Sombra aquí, sombra allá” —como cantaba Ana Torroja para aparecer ante el electorado rebosando seducción y bellas palabras. Sombras correctoras, o maquillaje blanqueador, es lo que hay en la lista de Junts para que prime el nombre de Xavier Trias sobre el del partido. El objetivo es que el votante sensato olvide la radicalidad y el lío que suele acompañar a correligionarios del candidato, tipo Albert Batet, Laura Borràs y Carles Puigdemont. La lucha por la hegemonía en el campo del secesionismo es tan cruel y despiadada que incluso se permite a las partes ocultar siglas y programas sin rubor. Quizás por ello en el cutis de los republicanos detectamos flash facial marca Claridad con estrellitas de purpurina canadiense. Los de Junqueras usan el potingue para combatir las arrugas de expresión que ha dejado el archivo de las ilusiones imposibles. El abandono de la vía unilateral ha cuarteado la piel de Esquerra. Unos y otros emplean toneladas de maquillaje para minimizar ante su clientela más irredenta la flojera discursiva de sus candidatos.

El tan cacareado acuerdo de claridad que propone el presidente de la Generalitat es un decorado con trampa, un pueril movimiento táctico de los de Pere Aragonès destinado a distraer al personal hasta fin de año. La propuesta no tiene nada que ver con la reiterada petición de Salvador Illa de constituir una mesa de partidos catalanes para hablar de todo sin condicionantes previos. Así las cosas todo el mundo intuye que habrá que aguardar a que finalice el actual ciclo electoral para retomar la partida donde la dejamos. Mientras tanto, discúlpenme, sigo en modo gongorino. Ahora bien, si el comité de sabios nos obsequia con sus reflexiones, las leeré con gusto. Estoy en mi derecho; al fin y al cabo el trabajo que les han encomendado se paga con el dinero de los contribuyentes.