Coincidí con Josep Piqué como estudiante de Económicas a finales de los años 70. Entonces, la facultad estaba muy vinculada al Círculo de Economía. Pero fue en esta entidad donde nos conocimos como socios, muy jóvenes, éramos veinteañeros. El Círculo era un referente muy potente en aquella época. Nos incorporamos a la junta directiva cuando el Círculo estaba presidido por Enrique Corominas.
Cuando en 1989 me nombraron presidente, el primero que no pertenecía a la generación de fundadores, propuse a Piqué como vicepresidente. Me parecía un gran pensador, una persona que ponía las luces largas, que se anticipaba a los acontecimientos. Un visionario. De hecho, tenía que ser mi sucesor, pero en 1992 él estaba en Ercros, empresa con problemas en aquellos momentos, por lo que no podía compatibilizar ambos cargos.
Posteriormente fue nombrado presidente del Círculo. Y fue entonces cuando José María Aznar se fijó en él y le incorporó a su Gobierno.
Ambos cultivamos una relación de amistad. Viajamos juntos a Cuba, junto a Antón Costas y Jordi Alberich. Intentamos convencer a Fidel Castro de la necesidad de abordar reformas. Pero no nos hizo mucho caso. También viajamos a Chile, país iniciador de las pensiones, donde visitamos sus minas de cobre.
Pep y yo éramos vecinos en Barcelona, había proximidad entre nuestras familias. Fue testigo de mi boda con Rosa Cañadas, presidenta de la Fundación Tanja de la que Pep era miembro del patronato. Siempre le he admirado, por su capacidad de escuchar, además de ser un gran orador. Era una esponja de conocimiento, y eso no es fácil. Siempre he pensado que si no hubiera ocurrido lo que ocurrió con Ángel Acebes, Pep hubiera contribuido a un mejor entendimiento entre Cataluña y el resto de España. A ‘vender’ más catalanismo. Pero se le cortaron las alas. Eso supuso una gran pérdida para España.