Piqué, el juguete roto de Pujol que se echó en brazos de Aznar
Tras su frustrada entronización nacionalista en 1995, el fallecido exministro acudió a una comida en el Botafumeiro con dos de sus mejores amigos: Carles Vilarrubí y Anna Birulés
7 abril, 2023 00:00Acunado en la escuela del nacionalismo, Josep Piqué acabó rompiendo con Jordi Pujol después de haber sido una de las jóvenes promesas alumbradas por CiU. En 1996, entró en el primer Gobierno de José María Aznar como titular de Industria y se sumó al turno del consabido Ministerio catalán, tras la estela del descollante Jaume Carner, en la II República, y de los Gual Villalbí y Laureano López Rodó del Antiguo Régimen, descontados los históricos Feliu, titular de Ultramar, Companys, puntualmente de Marina, y el propio Francesc Cambó, en la cartera de Fomento.
Su paso por Industria decantó el flanco derecho de un centrista y puso muy alto el baldón periférico de la gobernabilidad nacionalista, después del Pacto de Majestic. Cuatro años más tarde, Piqué ganó su escaño del PP en el Congreso y fue nombrado ministro de Exteriores; digamos que colmó su empeño político, como jefe de la diplomacia española, y que lo siguiente fue siempre de bajada, empezando por el regreso al mundo de la empresa, de la mano de Villar Mir, en OHL.
Las jornadas del Círculo
La apuesta de Aznar al incorporar a Piqué se venía cociendo desde hacía años. Empezó en la réplica del mismo Piqué a Josep Borrell, en el marco de unas Jornadas Costa Brava del Círculo de Economía. Aquel día, Piqué se enfrentó y convenció al auditorio, que paradójicamente se mostraba siempre entregado a Felipe González. La intervención de Piqué se produjo tras un encendido debate entre Carlos Ferrer-Salat, fundador de la CEOE, y Borrell, como hombre fuerte de Hacienda. Allí fraguó Piqué el liberalismo económico que le llevaría a los puestos más altos del centro derecha de Aznar y que aumentó incluso cuando el expresidente dejó de ser el parteaguas del frente amplio conservador para inclinarse hacia la España unívoca, tras superar un atentado de ETA y ganar la mayoría absoluta.
El aggiornamento de Mariano Rajoy en 2004, en pleno XV Congreso del PP, fue el escenario del último zarpazo de Piqué al alto poder de la derecha. Había sido el número tres en Moncloa detrás del entonces plenipotenciario Rodrigo Rato, y se sintió fuerte para proclamar que Ángel Acebes y Eduardo Zaplana eran “hombres del pasado”. En respuesta, Aznar lo mandó con grilletes a la tarea imposible de reconstruir el PP en Cataluña, el último canto de cisne después de la extinción de Vidal-Quadras, fruto de un pacto por arriba entre el presidente español y Jordi Pujol.
"Economista progre"
Así acababa la carrera política de Josep Piqué, uno de los cuadros más brillantes del complejo universo moderadamente conservador; el economista progre de carrera impoluta que acabó su etapa académica como profesor de Teoría Económica en la UB, en la cátedra de Joan Hortalà, en la que coincidió con su amiga de pupitre, Anna Birulés. Del mundo universitario saltó al Departamento de Industria de la Generalitat y proyectó más tarde su etapa en los negocios, como gestor en la Ercros adquirida por KIO, bajo la égida de Javier de la Rosa.
Aquel empleo y su alta remuneración socavaron el sorpasso de Piqué en el mismo Círculo de Economía, cuando debía ocupar la presidencia del foro de opinión, pero fue descartado por el propio Ferrer-Salat, mano fundadora, por su vinculación con el financiero De la Rosa, tras el escándalo de Grand Tibidabo. Piqué acabaría desempeñando años más tarde la merecida presidencia del Círculo.
Su primer arrebato en el gusanillo de la política le predispuso hacia un encaje natural junto a Jordi Pujol. Se produjo poco después de que Miquel Roca abandonaba el barco nacionalista y fuera sustituido por Duran Lleida, como portavoz de Minoría Catalana en el Congreso.
Entronización frustrada
El momento clave de su entronización frustrada en la sala de máquinas del nacionalismo se produjo en el despacho del expresident, en el Palau: “¿Usted, Piqué, aceptaría un cargo, si yo se lo ofreciera?; sólo le pregunto si lo aceptaría, pero no se lo estoy ofreciendo”. Aquel día, Pujol mostró su alquimia de exploración inquisitoria y Piqué entendió el triste amago. Corría julio de 1995 y Piqué había quedado a comer en el restaurante Botafumeiro de Major de Gràcia con dos de sus mejores amigos: Carles Vilarrubí y Anna Birulés.
Ellos, sabedores de su compromiso de última hora en la Casa Gran, ya no esperaban al tercer comensal, cuando Piqué apareció tras reunirse con el president. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha durado tan poco la reunión? Pujol no le ofreció lo que él esperaba, pero nadie podría decir jamás que no había tratado de fichar a uno de los prometedores cerebros políticos de la democracia.
Piqué se convirtió en el juguete roto de Pujol y se echó en brazos de Aznar en busca de una meta menos deseada al principio, pero conseguida al cien por cien. El día del almuerzo en el Bota, el célebre chef José Ramón Neira tuvo que saltar del primero al postre y café sin solución de continuidad, cuando advirtió que el tercer comensal llegaba tarde y desganado.
Entre Pujol y Piqué se alinearon los astros para establecer un abismo entre lo querido y lo deseado. “La verdadera dialéctica es el saber que se ocupa de la obstinación innata de los seres humanos”, escribió Schopenhauer en El arte de tener razón (Acantilado). Y la trayectoria de nuestro amigo Piqué, al que hoy despedimos con tristeza, ha sido precisamente esa constante: obstinación.