Si tuviéramos que plasmar en una película el tuit que la consellera Natàlia Garriga publicó a la muerte de Joan Ollé, sería así: imágenes de un funeral, con un grupo de gente dolida que ve como el féretro va descendiendo a la fosa. Primer plano de algunos de ellos, que no pueden contener las lágrimas. Pasamos a un plano cenital: a lo lejos se detiene un coche oficial, baja de él la consellera de Cultura de la Generalitat y se dirige al grupo. Pasa de largo ante ellos, se detiene ante la fosa y, sin pronunciar una sola palabra, se sube la falda, se baja las bragas y echa una meada sobre el ataúd. Al terminar, se limpia con un manojo de hierbas, se sube las bragas, se coloca bien la falda y acude a abrazar a familiares y amigos, sin lavarse ni siquiera las manos. Caras de asco. Fundido a negro.
Lo peor no es mearse encima de un ataúd, a eso estamos acostumbrados en Cataluña, ejemplos tenemos a patadas. Lo peor es abrazar a amigos y familiares con las manos todavía fétidas. Una consellera de Cultura es muy libre de mandar al guano su prestigio y el de la institución que representa --si una u otra lo tuvieran, que no es el caso-- publicando en un tuit maledicencias de alguien que acaba de morir. Pero terminar el mismo tuit con "un abrazo a la familia y amigos" es de persona sucia. Uno debe lavarse las manos después de realizar según qué funciones fisiológicas, eso deberían enseñarlo a las aspirantes a consellera, ya que ninguna otra cualidad se requiere. A partir de ahora, quien tenga la mala fortuna de --por cuestiones protocolarias-- tener que saludar a la consellera Garriga, va a tener que ir a su despacho equipado con los guantes que le sobraron de los primeros días de pandemia.
No tengo entre mis previsiones más inmediatas morirme, ni siquiera lo tengo pensado a largo plazo, pero si se diera la circunstancia, solicito formalmente que me olviden desde instancias oficiales, de verdad que no me hace ninguna falta que ningún representante institucional muestre el profundo pesar de Cataluña por mi partida definitiva. Estoy seguro de que podré pasar sin ello, no creo que sea un mérito para entrar en el cielo. Otra cosa es si lo hacen no por el muerto ni por su familia, sino para ellos mismos, como supongo que es el caso de la consellera Garriga, que se habrá querido colgar una medalla sacando tajada de un cadáver. Si se trata de aprovechar mi muerte para quedar bien con los suyos, hágase, méese también en mi tumba, pero por lo menos lávese las manos antes de dar el pésame a mi familia. Que sea una cínica sin escrúpulos lo podrán soportar, lo saben desde hace tiempo, pero la inmundicia hiede. Supongo que es por eso que el hermano del difunto Joan Ollé rechazó públicamente el abrazo de la mandataria de Cultura, bastante estará pasando estos días para, encima, tener que preocuparse de llevar la chaqueta a la tintorería para ver si consiguen despojarle del olor a consellera recién aliviada.
Durante un tiempo fui vecino de Joan Ollé, nos cruzábamos de vez en cuando por la calle, incluso habíamos intercambiado algunas palabras. Me pareció siempre un hombre con un fino sentido del humor, estoy seguro de que desde el más allá se habrá reído a gusto al ver cómo una pobre mujer aupada sin ningún motivo a consellera intentaba hacer méritos a costa de su muerte. Se habrá reído porque lo único que ha conseguido Natàlia Garriga meando públicamente sobre un ataúd ha sido que le veamos el culo.