Que un álbum revolucione la industria de la música mundial y a su creadora la coloquen en Estados Unidos al mismo nivel que a Prince o a Madonna es, sin duda, un gran éxito para una de las mejores escuelas de música de Europa, la ESMUC, lugar donde estudió Rosalía, quien se crió en Sant Esteve Sesrovires. Que una catalana, formada en la danza en Olesa de Montserrat y en Barcelona, arrase en toda Europa y no se lleve el primer puesto del mayor festival musical del mundo por la respuesta popular hiperemotiva frente a la invasión de Ucrania, es también una excelente noticia. Alegrémonos y aplaudamos a todo aquel que triunfa, nos guste o no su música o el arte que practique.
Las dos hacen un uso natural del catalán. Rosalía cuenta en su haber con la canción en catalán más escuchada de la historia, Fucking money man, y ha introducido en su último y revolucionario álbum una conversación en catalán con su abuela. Cuando conectan en televisión con Chanel y habla con su abuela solo lo sabe hacer en catalán, esté donde esté, porque le sale del corazón. Ni una ni otra entienden de cuotas, como le pasa a la inmensa mayoría de catalanes. La gran virtud de vivir en una comunidad realmente bilingüe es que cada uno usa un idioma u otro cuando y como quiere, haciendo posibles las conversaciones bilingües según la persona que participe. Solo unos pocos obtusos, de uno y otro lado, usan el idioma para dividir, no para lo que se inventó, comunicarse.
Ver banderas españolas en el teatro de la Pasión de Olesa de Monserrat para ver el festival de Eurovisión es algo tan normal como verlas en un partido de la selección de fútbol en Barcelona. Como normal es ver senyeres catalanas cuando a alguien le apetece sacarlas a pasear, sea en un campo de fútbol, sea en el aplec del caragol. Hemos maltratado tanto a los símbolos que las banderas y hasta el idioma se usan para agredir al de enfrente.
Ni la estrella musical más internacional que ha dado Cataluña ni la curranta de los musicales ahora estrella por un día van a cambiar nuestra sociedad, no es su papel, pero ojalá nos sirvan para entender lo que nos gusta hacer océanos de gotas de agua y lo diminutas que son nuestras discrepancias cuando uno piensa en global.
Este festival de Eurovisión da para varias lecturas. La primera es que una bailarina que canta y actúa, puede ganar con trabajo y tesón, sobre todo si enfrente tiene bastantes aficionados como son un buen número de participantes en el festival. Chanel quedó tercera en la votación del jurado profesional y segunda en la del público. Sin la emotividad del voto hacia Ucrania, Chanel muy probablemente hubiese ganado porque casi todos los doces populares se los llevó Ucrania, algo que no merecía la canción. Y siguiendo con la ficción, la propuesta de las gallegas Tanxugueiras se parecía mucho a la de los bretones Alvan & Ahez, penúltimos representando a Francia, y la de Paula Ribó, ahora Rigoberta Bandini, podía compararse bastante con la actuación de la serbia Konstrakta, quinta. Sin duda, SloMo fue la mejor opción, a pesar del vacuo e injusto revuelo montado en el momento de su selección.
Nos hemos vuelto literalmente locos, por no decir bobos, con la supuesta supremacía ética de ciertas ideas. SloMo es el resultado de muchísimas horas de trabajo de grandes profesionales, ni más, ni menos. El coreógrafo, Kyle Hanagami, es un crack del show business, y quien firma la canción, Leroy Sanchez, escribe para muchos artistas reconocidos. La canción puede o no gustar, pero es lo que ahora se escucha y, sobre todo, solo se alinea con el espectáculo, no hay más mensajes ocultos, por más que se ocupasen los padres de la patria en analizar sesudamente cómo es posible que a España la representase una canción marcadamente heterosexual y no un alegato de ideas rancias por más que se disfracen de modernas.
Por suerte nos hemos librado del ridículo de un momento Pussy Riot en el escenario de Torino, algo nada descartable si hubiésemos llevado a otra representante. Chanel bien podría ser el símbolo de la mujer trabajadora en España y hasta del lenguaje inclusivo con su señora’ y señore’ . Y por cierto, no creo que ni ella ni sus bailarinas hubiesen pedido la baja el sábado pasado si la “necesaria” ley de la regla dolorosa ya estuviese en vigor. Con la que está cayendo, nos vamos a gastar al menos 20.000 millones en pro de una guerra de sexos disfrazada de igualdad cuando la vida es muchísimo más sencilla. Pero parece que no es posible gobernar si no es siendo populista. Claro que cuando la inflación no para y los tipos y los impuestos suben, el populismo tiene las patitas cortas.
Tras Eurovisión probablemente Paula Ribó ponga música a anuncios de cerveza mediterránea, las Tanxugueiras irán de festival folk en festival folk y Chanel triunfará en la Gran Vía madrileña. Mientras, a Rosalía, ausente de las memeces patrias, solo le queda conquistar la galaxia, en español, catalán o chino, lo que mejor le plazca, porque para eso es una diva que se inventa palabras y hasta hace de modelo para la firma de ropa interior de las Kardashian. Seguro que está preocupadísima por lo que pueda pensar la ministra de Igualdad o el conseller del 75% del catalán en clase enfrascado en recortar las sagradas vacaciones de los docentes. Los políticos seguirán mirándose su ombligo, unos haciendo del idioma un arma arrojadiza, otros inventándose una lucha contra el heteropatriarcado, formando a los niños en no se sabe qué, malgastando el dinero de todos y maltratando gratuita e innecesariamente el idioma.
Nuestra sociedad necesita volver al Chanel del bueno y olvidarnos de las esencias exóticas que nublan nuestro entendimiento. La vida es mucho más sencilla de lo que pretenden hacernos creer algunos.