Lo verdaderamente importante en la vida es lo inefable. Al atravesar la terrible experiencia de la muerte de su amigo, entrenador y pareja, Ben Jolly, la medallista olímpica, Queralt Castellet, tuvo que superar la barrera del que se queda sin palabras. Ocurrió en 2015, cuando la deportista acababa de ganar la plata del Campeonato Mundial de snowboard y sonó el teléfono: “Ben se ha quitado la vida”. Él era su “todo” y ella se quedó en la nada. La rider española salió del colapso con la ayuda de su círculo íntimo y a base de ponerse a prueba en contacto con la nieve. Los cambios internos requieren consejos externos. Quién sabe si el blanco opalino de los picos levantó su ánimo como le ocurrió al narrador de Hemingway, aquel Harry Street mal herido ante las nieves eternas del Kilimanjaro.
El caso es que Queralt Castellet volvió a la competición. El esfuerzo entre ceja y ceja, único dios del Olimpo posmoderno, le devolvió el resuello y las ganas de ganar. Ella luce el estilo que arrebata al devoto y exaspera al impaciente. La abanderada en la ceremonia inaugural de los Juegos de invierno en Pekín confirmó su determinación y, apenas horas después, esta atleta menuda de larga melena y permanente sonrisa sobre su tabla de snow se hacía con la medalla de Plata de su especialidad. Ha llegado a la cima, pero quiere más; no se conforma con el segundo puesto, está acostumbrada a despuntar. De niña destacó en la gimnasia artística, disciplina que no dudaba en practicar en las excursiones y campamentos a los que se sumaba en el Esplai Xivarri de Sabadell, su ciudad natal. Su hermano Josep Castellet, otro gimnasta de cuna, le inoculó el veneno del deporte de competición que circula por su sangre. Para llegar hasta aquí, Queralt ha contado con el apoyo incondicional de su familia y con el consejo de sus amigos más cercanos, el anillo protector de los ungidos para la gloria.
Persigue el empeño del todo o nada. Tiene el toque emprendedor de los telares y los chips; de la ciudad que produce también atletas, especialmente nadadores del célebre CNS, el genérico Club, como le llaman los vecinos, la principal institución deportiva de Cataluña por detrás del RACC y del Barça. La industria y el deporte fueron palancas del sueño futurista y no han dejado de ir de la mano desde los tiempos del vapor y las indianas. Los postulados clásicos del novecientos supusieron un impulso del deporte en la conurbación de Barcelona, con especial impacto en el Vallès. Los éxitos de hoy no han nacido por generación espontánea.
Antes de llegar a estos Juegos, Queralt se clasificó para la final de half pipe. Su cuarto puesto en la ronda previa fue una buena señal concretada con esta medalla de plata que se lleva a casa. Tras la marca de la snowboardista, los aficionados de corazón volaron con el viento sur de la nostalgia hasta los descensos alpinos de Paquito y Blanca Fernández-Ochoa, en Sapporo (1972) y Albertville (1992). Las hazañas de montaña conectan el cielo y la tierra; son una hermosa bendición del incierto destino.
Hoy, la Castellet ya es una leyenda viva de los deportes de invierno en España. Antes de llegar a Pekín, se colgó medallas en las competiciones de la federación internacional y en los X-Games. Abanderada en El Nido --el estadio en que China inauguró esta olimpiada blanca-- recorrió un espacio sellado contra el Covid y pudo ver los 3.000 cañones de nueve importados desde Italia, que han trabajado a destajo sobre las laderas alpinas de Yanking. Se duchó con agua apenas templada y desayunó bastante mal, como el resto de atletas en la Villa Olímpica de Zhanggjiakou.
La nueva era de la nieve artificial defendida por el presidente del COI, Thomas Bach, marca el futuro, pero resulta retórica para los plusmarquistas. La peña de Queralt entiende de sensaciones y solo piensa en grande: “Mi próxima medalla será de oro”.