Las agresiones sexuales están a la orden del día. Desafortunadamente, es un tema de actualidad. De demasiada actualidad. Son constantes las noticias sobre nuevos abusos o agresiones a mujeres. Abusos y agresiones que se desarrollan bajo cualquier contexto, ya sea en el metro, en la universidad, en la calle o saliendo de una discoteca. Parece que cualquier situación, por muy inocua que parezca, pueda resultar en un final fatídico. El último caso mediático sucedió esta semana en Igualada: según informa la prensa, una chica de 16 años fue violada al salir de una discoteca.

Este sábado celebramos el cumpleaños de una amiga de la universidad. Decidimos ir a cenar y después quizá saldríamos por Barcelona. Precisamente me viene la regla y durante el día me duelen mucho los ovarios. Aun así, me tomo un paracetamol para el dolor y me preparo para salir. Les advierto de que, dadas las circunstancias, seguramente no saldré. La cena ha ido muy bien, nos hemos puesto al día y nos hemos reído muchísimo. Nos despedimos; yo me voy a casa y ellas continúan la noche. Cuando finalmente llego a casa, me tumbo en la cama y me pregunto si se lo estarán pasando bien, si todo estará yendo bien.

Al día siguiente, quedo con la amiga que cumplió años y comentamos la noche. Me explica a qué discotecas fueron, qué música pusieron, etcétera. Ella me cuenta que fue muy bien, que después de la pandemia tenía muchas ganas de salir, pero que decidió marcharse cuando otras chicas del grupo que viven cerca de su casa anunciaron que se iban. “Aprovecho y así no vuelvo sola”, me dijo. Claro que le gusta la compañía de sus amigas, pero ambas sabemos el trasfondo del comentario, sobre todo teniendo en cuenta lo sucedido la semana anterior. Le confieso que, en parte, no continué la noche con ellas porque no me apetecía para nada volver sola a casa. Sí, hubiera podido tomarme otro paracetamol para el dolor, salir y volver en taxi, pero por mi parte no hubo ese empeño. Así tampoco correría ningún riesgo.

Empecé a sentirme así con el caso de la manada. Cuando empezó el juicio, yo estaba de Erasmus en Milán y muchas veces en las que mis amigos salían de fiesta, yo finalmente decidía quedarme en case porque me aterrorizaba la idea de volver sola por la noche. Poco a poco superé el miedo. Pero ahora, a raíz de algunos casos mediáticos recientes, vuelvo a sentirme insegura. A medida que cae el sol, la sensación de peligro aumenta. No es justo, pero esta es la realidad.

Con mi grupo de amigas, muchas veces debatimos sobre género y las desigualdades a las que nos enfrentamos las mujeres en nuestro día a día. Compartimos experiencias, intentamos ayudarnos e incluso nos mandamos artículos relacionados con estos temas. El otro día leí uno de una chica que explicaba cómo uno la había perseguido en el metro y le empezaba a hablar. Esa fue su experiencia, pero yo también he tenido experiencias parecidas y dudo de que seamos las dos únicas mujeres a las que les ha pasado esto. De hecho, este es nuestro día a día.

Un capítulo de la serie Valeria es muy ilustrativo: unas amigas han quedado por la noche y al acabar la fiesta, cada una regresa sola y es acosada, pero finalmente consiguen llegar a casa y mandan un mensaje al grupo: “Chicas, llegué bien, todo ok”. Esta es nuestra realidad. Preguntad a vuestras madres si alguna vez les ha pasado algo similar, a vuestras hijas, a vuestras hermanas, a vuestras abuelas, a vuestras primas, a vuestras amigas, a vuestras parejas, a vuestras compañeras. Preguntad a cualquier mujer y cada una de ellas seguro que tendrá alguna situación que contaros. Aunque no debería ser así, esta es nuestra realidad. No deberíamos vivir con miedo, pero vivimos así. Aunque nosotras no queremos vivir así, esto no solo depende de nosotras, sino también de vosotros. Solo así, las mujeres podremos ser más libres.