En la península Ibérica, entre el océano Atlántico y los llanos del Alentejo, se encuentra la mayor extensión de arenales de Europa. Son 65 kilómetros de playas vírgenes con lagunas y dunas, raramente visitadas hasta hace unos años, cuando Carolina de Mónaco salió fotografiada en la ahora famosa Comporta. Hay muchas otras, también más salvajes y bonitas. Todas son playas de Grândola, la “vila morena” del himno de la Revolución de los Claveles (1974). A los franceses ricos les enloquece la zona; compran cualquier monte alentejano y hasta escuelas de pueblo abandonadas, construidas bajo la dictadura de Salazar. Las licencias de este urbanismo de élite las otorgan, paradójicamente, funcionarios de un municipio con alcalde comunista. Los paisanos, que bromean ante tanta demanda, han rebautizado su comarca como “la Polinesia francesa”, pero está en Portugal, aquí al lado. 

La primera vez que fui a la playa de Pego, me sorprendió todo. Dunas que solo había visto en el Sáhara, pinos que llegaban hasta la arena, un chiringuito exquisito en donde se podía comer desde una lubina a la brasa a navajas recién sacadas del Sado. Mi marido y yo admiramos la atalaya del “nadador salvador” y el impecable puesto de las hamacas. Todo iba bien hasta que pedimos un parasol. “No, lo sentimos mucho. Están todos reservados”. “¿Pero si no hay nadie?” Por más que discutimos, no hubo manera. Esa era la playa que frecuentaba la familia Espírito Santo --propietaria del entonces mayor banco de Portugal-- y sus amigos. Luego descubrimos que Comporta, incluidos sus arrozales, también pertenecían a esa conocida estirpe. El banco quebró y fue nacionalizado por el Estado, que empezó a subastar sus tierras atlánticas para recuperar parte de los miles de millones inyectados en la entidad. 

El monocultivo tradicional de la zona y que la propiedad estuviera en tan pocas manos contribuyó a que sólo los autóctonos y unos pocos enterados fueran hasta allí, a que miles de hectáreas se conservaran intactas. Al último gran heredero, a Ricardo Salgado Espírito Santo, le llamaban “o dono disto tudo” (el dueño de todo esto).  

Los franceses son ahora los principales inversores del Alentejo. Incluso con Covid, continúa subiendo el precio del metro cuadrado de ruinas y la hectárea de alcornoques. “No compre terrenos sin consultar las licencias en el Ayuntamiento”, advierten grandes letreros en las carreteras. 

Uno de los últimos en llegar al Alentejo es el disidente y artista chino Ai Weiwei, que dejó el Reino Unido para instalarse en una finca rural de Montemor-o- Novo, población con castillo incluido que se ha convertido en centro de creatividad artística. Wei-wei ha descubierto que en estas tierras sigue muy viva la artesanía y realiza sus cotizadas obras con la ayuda de artesanos locales. Mucho antes llegó el famoso diseñador de zapatos Christian Louboutin, que, además de contar con su quinta particular junto a la laguna de Melides, se dispone actualmente a construir un hotel de lujo. El diseñador Philippe Stark, establecido primero en Comporta, decidió abandonar esa zona más poblada para bajar hasta allí. Las lagunas de Melides y las de Santo André, que se abren al mar antes del verano, son las preferidas de Madonna para montar a caballo. Aún está permitido cabalgar sobre la arena.

Portugal es mi patria de adopción. Abandoné la capital lusa, tras diez años de vida y trabajo, y me fui más al sur; he cambiado el Tajo por la sierra alentejana de Santa Margarida. Por sus caminos puedes recoger madroños, membrillos, higos o peras, según la temporada del año. Durante el trayecto, se cruza alguna que otra perdiz roja salvaje, de esas que en España escasean, y mucha liebre. Al caer la noche, los jabalís se adueñan de los campos. Siento miedo, pero, sobre todo, saudades. Recuerdo mi niñez en Castelldefels, cuando también los pinos llegaban a la playa y las flores brotaban de la arena. 

Poco después de la guerra civil, mi abuelo albaceteño compró unos pinares junto al mar, sin agua ni electricidad, en esa población del Baix Llobregat. Antes había rechazado unos terrenos a precio regalado en la Manga del Mar Menor: “¿Quién va a construir en una lengua de arena de una laguna salada?”. Ya conocen el resultado. Las playas de arena blanca de mi abuelo y de una gran parte de la costa española han quedado sepultadas o cercadas por el cemento. ¿Pasará lo mismo en el Alentejo? “La presión es fortísima”, dicen en el ayuntamiento comunista de Grândola. Por el momento, la 'Polinesia portuguesa' es el paraíso ibérico. Feliz verano.