La alcaldesa Ada Colau ha organizado un lío monumental con la adjudicación de la recogida de basuras de Barcelona a FCC y otras empresas como Sorigué, Valoriza y Urbaser. Dos aspirantes que fueron derrotadas en la oferta pública, Acciona y Ferrovial, han recurrido la decisión.
La contrata tiene una vigencia de ocho años, a razón de 287 millones anuales. O sea que FCC y sus compañeras de viaje se embolsarán a lo largo de todo el periodo nada menos que 2.300 millones. Se trata de una de las mayores subastas orquestadas nunca por Colau.
Es de recordar que FCC, sigla de Fomento de Construcciones y Contratas, tiene a su cargo los camiones de desperdicios y la limpieza viaria de la ciudad desde tiempos casi inmemoriales.
La entidad cotiza en bolsa. Es 100% madrileña, pues su plana mayor directiva reside íntegramente en la capital del país. En puridad, FCC ni siquiera es española. Su máximo accionista, con el 76%, es el oligarca mejicano Carlos Slim, uno de los hombres más acaudalados del mundo. Salvó de la quiebra a la constructora, cuando pertenecía a Esther Koplowitz, a raíz de la crisis inmobiliaria de comienzos de la pasada década. Para ello, el azteca hubo de inyectarle una enorme carretada de millones.
Los orígenes de FCC arrancan de Fomento de Obras y Construcciones SA (Focsa), fundada en 1900 en Barcelona. Su promotora, la familia Piera, compartió posteriormente la propiedad con los banqueros Mas-Sardá. Por los años 80, Focsa encabeza el mercado catalán, a corta distancia de la también barcelonesa Cubiertas y Tejados, y ocupa el segundo puesto del escalafón nacional.
En 1991 se fusiona con la madrileña Construcciones y Contratas (Conycon), mascarón de proa de Esther y Alicia Koplowitz. A la sazón mandaban en Conycon los cónyuges de las dos damas, los primos Alberto Alcocer y Alberto Cortina.
La entidad resultante adoptó el nombre de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC). Pero las hermanas Koplowitz, en un acto de deferencia hacia la empresa engullida, acordaron que su sede siguiera fijada en la Ciudad Condal. Han transcurrido 30 años desde la amalgama y el cuartel general se mantiene anclado en un señorial caserón de la calle Balmes, entre Consejo de Ciento y Diputación, donde anidaba el domicilio de la vieja Focsa.
Por su parte, la otra gigante del ladrillo, Cubiertas y Tejados, señoreada por los hermanos Antonio, Manuel y Víctor Messa Buxareu, a finales de los años noventa cayó en poder de Grupo Entrecanales, hoy llamado Acciona.
Por nuestros meridianos ya no queda ninguna constructora de ámbito nacional, salvo la renqueante Comsa, de los Miarnau y Sumarroca.
Del mismo modo, tiempo atrás radicaban en estos andurriales cuatro potentes cementeras, a saber, Asland, Uniland, Sanson y Molins. ¿Y qué ocurrió?
Pues que Asland, feudo de Joaquín y José Felipe Bertrán de Caralt, y líder del rango español, fue tomada al asalto por la francesa Lafarge.
A su vez, Uniland, de las sagas Fradera y Rumeu, acabó sus días en el regazo de FCC. El trasvase significó un espectacular pelotazo de 1.900 millones de euros en efectivo, uno de los mayores que se hayan propinado jamás en Cataluña.
Por último, Sanson, durante largo tiempo regida por las estirpes Feliu y Calderón, fue absorbida por el Banesto de Mario Conde.
Hoy solo subsiste en manos indígenas Cementos Molins, que por cierto también trasladó su domicilio societario a Madrid a raíz del procés.
Algo similar cabe decir del sector eléctrico. En su momento, se repartían el territorio tres sociedades: Fecsa, Enher e Hidroeléctrica de Cataluña. Todas ellas fueron fagocitadas por el coloso estatal Endesa y se esfumaron sin dejar rastro. Para más inri, Endesa pasó luego a manos del Estado italiano.
Por último, el sistema financiero es otro de los grandes damnificados. Una crisis feroz se llevó por delante las diez cajas de ahorros actuantes en la comunidad. Al propio tiempo, los dos bancos, Caixabank y Sabadell, así como la mayoría de las empresas cotizadas en bolsa, huyeron tras los amagos de secesión. De inmediato, sobrevino la estampida de millares de compañías de todos los tamaños, pero especialmente las de mayor talla.
De las peripecias transcritas se desprende que la etapa de decadencia y de implacable coloniaje que sufre Cataluña comenzó hace tiempo. Por desgracia se ha acelerado sobremanera gracias a la radicalización y sectarismo de los sucesivos Governs.
Pere Aragonès dice que quiere negociar con Pedro Sánchez, pero a la vez exige el referéndum y la amnistía. Mientras tanto sus socios de JxCat reclaman a gritos la independencia. Huelga subrayar que los efectos de la inseguridad política y jurídica imperante son devastadores.