El Gobierno de Rabat recuerda que, durante el procés, Marruecos fue uno de “los primeros países en ponerse del lado de la integridad territorial y la unidad española”. Es bien sabido que Marruecos no circunscribe la crisis actual a la presencia en España del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, sino que la enmarca en las “intenciones hostiles” de Madrid respecto al Sáhara; la diplomacia de Mohamed VI equipara el conflicto del Sáhara Occidental con la crisis catalana.
La memoria del Rif sigue viva; igual que le ocurre al antiguo Protectorado marroquí, frecuentado en su momento por la Gloriosa de Prim, por el Directorio de Primo de Rivera y por los africanistas del 36. Por lo visto, el fecundo anecdotario de la frontera sur mantiene el interés de la opinión, como se encargó de pronosticar el soldado Viance, protagonista de Ramon J. Sender, en la novela antibelicista Imán (Ed. Crítica), ópera prima sobre Annual, la última gran batalla colonial. La geoestrategia en los lindes del Estado ha sido siempre un alimento para el nacionalismo catalán, un movimiento que gana visibilidad internacional ahora mismo gracias a la crisis de Marruecos, de la misma manera que los austracistas catalanes tuvieron un papel prominente en el mapa de Europa --a cambio de un baño de sangre-- durante la guerra dinástica de 1714, entre Felipe de Anjou y el archiduque Carlos. La mecánica poscolonial nos muestra que la crisis territorial importa más que la crisis social; entre otras cosas, porque es fácil de extrapolar; puede ser utilizada entre dos vecinos, Marruecos y España, como agravio comparativo: “si usted se mete en el Sáhara, yo le toco Cataluña”.
La enorme franja de desierto en manos del Polisario aportaría al país norafricano una riqueza mineral que Marruecos no quiere perder. Por su parte, Cataluña sigue siendo la fábrica de España, a pesar de su pérdida en términos de PIB, en los últimos años. En ambos casos, las ideologías institucionales, muy marcadas por aspectos económicos, determinan las relaciones de dominación y obediencia. Esto es así, hasta el punto de que, para Rabat, “sin Sáhara no hay Marruecos”, del mismo modo que, para el Estado de las Autonomías, “sin Cataluña no hay España”.
En 1991, la ONU de Kofi Annan y de su entonces enviado especial al Sáhara Occidental, James Baker, reconocieron el derecho de autodeterminación de los saharauis y aceptaron un referéndum en el territorio (el llamado Plan Baker), tal como pedía el Polisario. Lo siguiente fue el recorte de las pretensiones del territorio (2005) y el simple reconocimiento de la autonomía del Sáhara por parte de la monarquía alauita (Plan Baker II); y lo siguiente, la reciente laminación de todo acuerdo lanzada unilateralmente por Donald Trump el pasado mes de diciembre, al reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, una decisión mantenida ahora por Biden.
Marruecos ha vivido bajo la protección de Washington y paralelamente bajo la amenaza diplomática de la ONU, que sin embargo hoy tiene un papel casi irrelevante. Rabat no afloja; Marruecos siempre ha sido una piedra en el zapato de España. Y lo vuelve a ser ahora, a las puertas del indulto de Moncloa a los presos del procés. Por unas razones o por otras, EEUU siempre ha estado ahí, en la frontera sur; incluso en 1942, cuando Roosevelt, dispuesto a invadir Marruecos, le envió una carta de puño y letra a Franco en la que decía textualmente: “No tiene que preocuparse por nada porque se iba a respetar la neutralidad española”. Poco después, Washington giró la vista hacia el frente de los Balcanes y se olvidó de Marruecos, pero Franco “guardó la misiva como una especie de tesoro”, explica el veterano historiador y hagiógrafo del general, Luis Suárez, en Franco y el Reich (La Esfera de los libros). Desde entonces, España se ha mantenido a una distancia prudente. Pero llegado el momento, solo la anexión definitiva del Sáhara Occidental por parte de Marruecos podrá mantener a las ciudades de Ceuta y Melilla bajo soberanía española. Es el quid pro quo que exige Rabat para salir del atolladero actual.
Si España se la juega en Cataluña con la carta escocesa necesitará la ayuda de sus vecinos, como lo señaló el hispanista John Elliot en Catalanes y Escoceses. Unión y discordia (Taurus); si Madrid trata de entrar en un proceso transversal capaz de derrotar al soberanismo en las urnas no le quedará más remedio que empezar por la medida de gracia, unida a la reducción del tipo penal por el delito de sedición (bajísimo o inexistente en media Europa). Pero condicionando ambas cosas a la inhabilitación de los dirigentes 'indepes' y a la reversibilidad en el cumplimiento íntegro de las penas.