Roberto Fernández Díaz (L’Hospitalet de Llobregat, 1954) asume riesgos. Sabe que puede ser tildado de “ingenuo” o de “buenista”. No rehúye esas críticas. Al contrario, las abraza porque está convencido de que el camino para resolver el problema político en Cataluña que ha supuesto el proceso independentista pasa por vías de entendimiento, por considerar a todos los catalanes “compatriotas”. Premio Nacional de Historia en 2015, por la obra Cataluña y el absolutismo borbónico. Historia y política, miembro de la Real Academia de la Historia, Fernández quiere contribuir a encontrar una solución. Durante todos los años del procés, entre 2011 y 2019, fue rector de la Universitat de Lleida y presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas entre 2017 y 2019. Y acaba de publicar la obra Combate por la Concordia, Cataluña en España, un futuro común, un título y un subtítulo que admite haber elegido con mucho cuidado e intención. En esta entrevista con Crónica Global, Roberto Fernández se expone, con un verbo ágil y preciso y su conclusión es clara: “La democracia española ha ganado y ahora debe ser generosa”, con la idea de que ha llegado el momento de las tres C: “Concordia, conciliación y cohesión social”, y que eso puede pasar por la concesión de indultos a los políticos presos.
--Pregunta: Para entender lo que ha pasado con todo el proceso independentista, ¿hay que distinguir a los independentistas consecuentes de los que se sumaron debido a diversas circunstancias?
--Respuesta: Construir un movimiento político exige un tiempo de fragua. Ese movimiento crece desde distintos afluentes. Y uno de ellos ha sido la cuestión económica, con ciudadanos que se sintieron agraviados, y que pensaron que la situación podía mejorar con un estado independiente. No se entiende el auge del independentismo sin la crisis del 2008. Se ha dicho que era la utopía posible a la que se podía agarrar alguien en esos momentos, teniendo en cuenta que todas las grandes ideologías estaban en crisis. Se entendió como un revulsivo para capas mesocráticas de la sociedad, cuyo horizonte se iba derrumbado, y frente a una globalización cada vez más agresiva.
--Sin embargo, no fueron las clases populares las que protagonizaron el movimiento.
--Todo movimiento político tiene unas determinadas características, y el independentismo tiene un fuerte componente interclasista. El hegemónico, en todo caso, es el protagonizado por la mesocracia urbana y rural, que integra a muchos sectores sociales. Los que han tenido más renta y educación han sido más proclives a abrazar el movimiento. Pero lo cierto es que ha aglutinado a muchas clases sociales.
--Una idea central en su libro, y que explica ahora muchas de las imágenes que se han vivido en todos estos años es que el procés ha actuado como una especie de congelador para no resolver el problema social de fondo, para no abordar qué hacer con Cataluña a medio plazo, para no establecer estrategias de futuro.
--Eso es fundamental. Volvemos a la tesis anterior. Al ser un movimiento político, necesita encontrar un denominador común. No se escoge lo que pueda separar. Eso se deja para otro momento. Se apostó por un estado propio, con el que todos podían ganar, un estado separado de España y dentro de la Unión Europea, que nos iba a acoger con los brazos abiertos. Si se situaba el modelo social en el seno del movimiento, entonces podría estallar, porque había partidarios, entre otras cosas, de la propiedad privada y otros contrarios a ella. Entre la CUP y el PDECat había muchas diferencias para organizar la sociedad y la economía.
--Entonces, ¿la fotografía entre David Fernández y Artur Mas era una aberración o un símbolo?
--Fue un símbolo, la CUP de David Fernández se abrazaba a Artur Mas, quien, después de la sentencia del Estatut, había pactado los presupuestos con el PP. Se decidió ir juntos, y luego, tras la independencia, ya se vería qué sociedad se podría construir. Como historiador he aprendido que cuando lo identitario contamina una sociedad, lo social muere, y no se recupera. Lo identitario acaba siendo hegemónico, y yo tengo claro que hay que apostar por lo social, sin despreciar lo identitario, como ha sostenido Maalouf.
--¿Habría que recuperar, por tanto, la posición de Tarradellas, cuando decía que no hacía falta ‘fer país’, que el país ya estaba hecho y que lo que había que hacer es gestionarlo?
--La primera operación que deberíamos impulsar todos los compatriotas catalanes es el silencio de las pasiones. Consensuar que los sentimientos deben pasar por el cedazo de la razón, que el realismo debe presidir la vida de los catalanes. Que se debe volver al sentido común, y pensar que la moderación no es cobardía, que el pragmatismo no es renuncia. Que ser pragmático no quiere decir que se renuncie a las aspiraciones legítimas, pero que puedes pactar con los que no son como tú. Un político, un dirigente, si pierde el realismo, si se deja llevar por el ideologismo, mata su causa y mata a su país. Y lo que debemos recordar de Tarradellas es que en la política no se puede hacer el ridículo. Hay que mirar con ojos realistas la vida catalana.
--Usted habla del catalanismo hispánico, de que Cataluña se involucre en España, para liderarla, para construir juntos. Pero también se puede argumentar que eso ya se ha intentado. ¿O no se ha hecho con la suficiente intensidad?
--Si hacemos un balance, de mera contabilidad, la relación de Cataluña con el resto de España en los últimos cinco siglos ha sido extraordinariamente favorable a Cataluña y también a España. Ha sido muy positivo, aunque haya momentos o cuestiones desfavorables. Pero es que como catalanes y desde el sentido mercantil, debemos decir que hemos invertido mucho en España y que no estamos dispuestos a dejar ese patrimonio. Ha habido dificultades coyunturales con un determinado partido en el gobierno, pero eso no justifica lo que ha hecho. Lo señalaba Valentí Almirall en 1880 cuando hablaba de los catalanistas como españoles, pero no como castellanos. Ese catalanismo moderado, progresista en lo social, liberal en las costumbres, preocupado por España, es el que el independentismo ha querido derrotar, porque si algo le estorba es, precisamente, ese catalanismo hispánico. Lo que hay que hacer es afrontar los problemas, cuando se dan, y ver las estrategias más adecuadas. Un proyecto de una España con una nación como Cataluña en su seno, sin pasar por el independentismo.
--Pero eso fue el intento del Estatut, y el independentismo señala que como no funcionó, es mejor marcharse.
--Me parece respetable, pero es una respuesta que muestra una gran simplicidad. Todos los argumentos que se dicen se pueden hablar, discutir y consensuar, desde el déficit fiscal, a la mayor o menor solidaridad, o el reconocimiento de la cultura catalana en el resto de España. No veo que sea ahora tan complicado. Por tanto, esa idea del adiós me parece muy simple, porque todos los problemas pueden ser tratables, a través, siempre, de una lealtad institucional.
--Usted habla de las tres C, Conciliación, Concordia y Cohesión social. Se trata, entiendo, de abrir la mano y tomar decisiones como la concesión de indultos. Pero, ¿casa esa acción con la voluntad de una parte del independentismo que sostiene que lo volvería a hacer? ¿Se debe superar, en todo caso, ese dilema?
--La peor fractura de la legítima aspiración del independentismo ha sido la fractura social. Hay quien la niega, pero hay muchos elementos que lo indican, nucleada por esa división entre la independencia sí o no. Lo primero en un caso como éste es la necesidad de invadir a la sociedad de conciliación, para llegar a un acuerdo de concordia y mantener la cohesión social. Puedes tener muchos nacionalistas y no tener nación. Si el nacionalismo avasalla, puede ser más numeroso, pero se puede quedar sin nación, porque está fracturada. Y lo que digo en el libro y lucharé para que nunca suceda, es que los que no compartan la subversión pueden organizar un parlamento paralelo. Tengamos esa idea en la cabeza, aunque sepamos que no sucederá. Eliminemos las descalificaciones, respetemos a los demás y veamos como compatriotas cómo conseguimos una concordia consensuada, algo que es prioritario.
--¿Eso pasa por los indultos?
--Eso pasa por refundar la catalanidad. Yo nací en La Torrassa, en L’Hospitalet, y vivo en Lleida desde hace muchos años. Y tengo claro que hasta que Vic y La Torrassa no lleguen a un pacto, los catalanes seguiremos divididos. Cataluña es plural, y quien piense que se puede pensar Cataluña desde Vic está muy equivocado, y también quien piense el país desde La Torrassa. Esa es la catalanidad que se debe practicar, la que es posible desde esos dos puntos, y de la misma manera también hay derecho para no practicar esa catalanidad. Si pido eso, es lógico que se busquen caminos de conciliación, y creo que la democracia española ha vencido y que Europa le ha dado la razón, porque es una democracia y un estado de derecho. La democracia española ha ganado y ahora debe ser generosa. Al margen de las declaraciones electorales, los indultos pueden servir para ir conciliando a esa parte de compatriotas que no quieren estar en el estado. Bienvenido sea el indulto, si llega. Imaginemos, en todo caso, que se produce el indulto y que se vuelve a repetir lo sucedido, con insurrecciones unilaterales. ¿Podemos imaginar la reacción del entorno europeo y mundial después de esa concesión de indultos? Por generosidad democrática, si el gobierno ofrece indultos, estarán bien dados, a pesar de que una parte del independentismo diga que lo volverá a hacer, algo, además, que no se lo cree y que está dirigido a su parroquia.
--¿Lo ve como algo retórico?
--Sí, creo que es así. La democracia española llevó a los independentistas a juicio, y ahora debe ser generosa, una vez juzgados. Esa pena puede ser aliviada, porque las actuaciones pasadas no se van a volver a repetir.
--En todo caso, para llevar a cabo lo que usted defiende, ¿no será necesario un nuevo pacto interno, que pase por una gestión distinta de los medios de comunicación públicos de la Generalitat, por un mayor control de las subvenciones públicas o por rehacer consensos en la educación?
--Los catalanes nos sentamos para conseguir un Estatut, que se presentó al Estado, tras un acuerdo entre catalanes. Lo volvimos a hacer con un consenso menor, y con un tratamiento peor por parte del Estado. Lo hemos hecho dos veces. Lo que creo es que, primero, los acuerdos se deben establecer entre catalanes, como compatriotas. Desde la premisa de que nadie tiene derecho a hegemonizar la catalanidad. Todas las fuerzas deben saber qué nos une para presentar después una propuesta al resto de España. Pero no sólo con un 48% de apoyo. Y lo debemos hacer una vez se tengan claras tres renuncias: No al hegemonismo de la sociedad, porque se crea un mundo binario que rompe la cohesión social; renuncia a tener el monopolio institucional, de los medios, porque no puede haber medios que no estén al servicio de todos los catalanes, y aspirar a que en la vida social no se mire a la cara a un compatriota como constitucionalista o independentista. Y le contaré una anécdota que cuento en el libro, y que siendo rector de la Universidad de Lleida, llegué tarde a una reunión sobre docencia y me pasé unos minutos pensando en quién de los presentes era constitucionalista o independentista. Me di cuenta de mi imbecilidad, y tomé conciencia de la perversión. Me estaba sectarizando, practicando un frentismo mental. Y hay que tener claro que se debe acabar con ese frentismo ya, porque si no, acabará con la nación catalana.
--¿Ve, con todo lo que apunta en el libro, con esa mano tendida, una alternativa en la figura de Salvador Illa y en el PSC, que usted conoce?
--No soy equidistante, y he escrito el libro con la intención de que la sociedad catalana no se fracture. Y digo que milité en el PSC, pero no conozco bien el partido. Estuve hace 25 años. En todo caso, creo que la candidatura de Illa es buena, ya se verá si lo es para el PSC, en función de los resultados, pero es buena para la sociedad catalana. Y lo es para la sociedad española. En un panorama donde todo parecía estancado, con debates sobre lo que podía perder Ciudadanos o sobre la entrada o no de Vox en el Parlament, Illa ha venido a dinamizar todo esto. Y ha devuelto un cierto entusiasmo ciudadano. Lo más importante es el tono de Illa, lo que antes se llamaba talante. Es un tono que conviene objetivamente a la sociedad española, un tono de entendimiento, que va con su personalidad. Si gritas y yo no grito, al final no me vas a gritar. Eso le conviene mucho a la sociedad catalana. Su moderación puede obligar a la moderación de otros.
--¿Hay en España, sin embargo, algo rocoso en Madrid que puede complicar más las cosas, siguiendo esa idea de Almirall sobre lo castellano?
--Si a mí, con 66 años, me hubieran dicho en el año 80 que íbamos a tener democracia y estado de las autonomías, con la Generalitat en la plaza Sant Jaume, lo hubiera negado cien veces. Tenemos una España descentralizada, y eso es importante para el catalanismo, que históricamente siempre luchó contra el centralismo. Hay residuos de jacobinismo, sí, hay resabios centralistas, pero el conjunto de la sociedad española ha admitido la España plural con una gran naturalidad. Señalar lo carpetovetónico me parece una falacia intelectual. Es el país de Europa con más capacidad para reconocer su pluralidad, y se camina hacia una cogobernanza cada vez mayor, hacia un federalismo, del que doy cuenta en el libro. A veces les digo a mis compatriotas independentistas que me señalan la España franquista que también había y hay una España distinta, la de Azaña. ¿No se puede dialogar con esa España de Azaña?
--¿Es Pujol quien sienta las bases de lo que ha pasado? ¿O él nunca hubiera protagonizado el procés y se precipitaron sus sucesores?
--Las dos cosas. Pujol, cuando llega al poder, con su ideario, tenía la idea de hacer catalanes, y trabajar por condiciones objetivas para poder crear un estado. Es muy probable si tenemos en cuenta el programa 2000. Prepara las huestes para la independencia. Pero en el puesto de gobernación, Pujol nunca hubiera corrido esa vía. También es verdad que sus últimas declaraciones estuvieron marcadas por una gran ambigüedad.
--También se refiere usted a una cuestión crucial como es el papel de los clérigos en el procés. ¿Cómo pudieron apostar por el procés sin tomar distancias? ¿Pesa tanto el poder público que nadie puede escapar de él?
--Son dos cosas relacionadas. Muchos de ellos no tienen en cuenta las críticas que se realizaban en el franquismo. Es decir, no es de recibo el papel que han tenido, obispos o el Abad de Montserrat. Si a los imanes les decimos que no hagan política en sus oratorias, que se remitan a la cuestión religiosa, con los clérigos nos debemos comportar de la misma manera. La actitud de esa clerecía no ha sido de recibo. Y lo mismo respecto a los intelectuales, a los que hay que recriminar que no se interesaran por su verdadero objetivo, que es luchar por la verdad, que ya sé que está en crisis en todo el mundo occidental. Si no nos ponemos de acuerdo en que hay una realidad, estamos perdidos. Y hay una parte de la intelectualidad catalana que, al margen de que pueda pensar lo que quiera, no puede faltar a la verdad y lo ha hecho. Y se ha puesto al servicio del poder constituido y entre ellos hay que señalar a los medios públicos de la Generalitat.
--¿Lo hacen porque no pueden prescindir de los poderes públicos, por el excesivo peso de la Generalitat?
--Sí, porque para entender la actuación de una parte de los empresarios, por ejemplo, hay que conocer la vinculación de muchas empresas con la Generalitat. Hay cientos que trabajan para la administración, legítimamente. Y es vínculo explica muchas cosas. Sin la Generalitat el movimiento no habría sido posible. Y ahora uno de los grandes problemas es el miedo a perder la Generalitat, como motor fundamental para mantener el proceso independentista. Hay que tener en cuenta que los patriotismos son inclusivos, pero que los nacionalismos son exclusivos. Y por eso, aunque sí se puede ser patriota catalán, y español, y de La Torrassa, no se puede ser nacionalista español y nacionalista catalán al mismo tiempo.
--¿Entiende que se le pueda criticar por buenista, que se considere que lo que ha hecho reflexionar al independentismo son las penas de cárcel?
--Sí, se puede pensar que lo que defiendo entra en una cultura del buenismo. Sí, recibo esa crítica y digo a quien me la formule que tiene razón. Pero en determinados periodos de la Historia, gente que, tomando partido, pero no siendo partidista, llame al diálogo, es la que ha abierto camino en el País Vasco o en Irlanda, salvando todas las distancias. Es posible que se me acuse de todo ello, pero no me importa, es algo querido, buscado.