Los socialistas utilizan la vía del catalanismo político para entrar en la casilla del soberanismo. Viven entre la restitución y la decepción. Esta es la historia del PSC: nacieron en la ilusión del MSC (la casa común), pero con los años han acabado convirtiéndose en un apéndice del nacionalismo, la ideología arrolladora, sentimental, conservadora y cargada de violencia moral.
Miquel Iceta ya tiene las manos libres para articular, a partir del 14 de febrero, un apoyo a ERC de investidura, el partido ganador; a cambio, espera que Junqueras y Aragonés entren en razón a nivel estatal y se avengan a sentar las bases de un pacto con España, como piedra angular de un nuevo marco federal en el conjunto del Estado de las Autonomías. No habrá un nuevo Tripartito; pero Iceta y Aragonés preparan el acuerdo bilateral Cataluña-España. Iceta posee las virtudes que destacó Baltasar Gracián en un hombre de Estado: paciencia, astucia, prudencia, capacidad negociadora, firmeza, energía y dignidad. Pero parece desconocer la esencia misma de la Cataluña ontológica que palpita en los corazones republicanos. Ellos nunca aceptarán al otro. Fue Gracián precisamente quien confrontó lo que él llamaba “el arte de reinar” con la astucia maquiavélica de gobernar “a la ocasión”. El PSC y Esquerra están en el renglón maquiavélico; esperan las indicaciones de Moncloa para hacer frente al nuevo núcleo de la derecha, que ya no es la España Suma de las últimas elecciones --“estamos en otra etapa”, sentenció Casado el pasado lunes en la Cope-- un mes después de su sonoro portazo a Vox en la moción de censura de Abascal. Por su parte, Ciudadanos, la esperanza liberal, está fuera del tablero por más que Arrimadas trate de levantar la bandera de la moderación. Ya es demasiado tarde.
La muerte del frente constitucionalista en Cataluña es un hecho. La transversalidad que va de ERC al PSC y la nueva vía abierta por Casado acaban con la pretensión de Ciudadanos de articular una alianza electoral imposible con socialistas y populares al mismo tiempo. El bipartidismo ha empezado un rodillo de anexión de sus satélites especialmente en la derecha donde Casado trata de vertebrar en torno a su partido “a votantes y no a siglas”. El PSOE, por su parte, trata de fortalecer el Gobierno evitando al máximo las distorsiones de Pablo Iglesias, a las puertas de una reunión formal entre presidente y vicepresidente segundo, en la que el líder de Unidas Podemos aceptará entrar en una etapa de mayor cohesión a partir de la aprobación de los Presupuestos Generales (PGE) de 2021 y del Anteproyecto de Ley en Enjuiciamiento criminal que sepultará el delito de rebelión. El órdago de Iglesias al afirmar que hay que incluir a Bildu en las decisiones de Estado puede haber sido el último de una serie de movimientos inadmisibles. El líder morado no entiende que España está harta de los ongi etorris (bienvenida en euskera) a los miembros de ETA liberados, y que ahora pasa de puntillas sobre el pésame del diputado de EH Bildu, Jon Iñarritu, al expresar su solidaridad con la familia del diputado de Vox, Antonio Salvá, padre de Diego Salvá, un guardia civil asesinado por ETA en 2009.
Sánchez trata de articular un compromiso histórico con los nacionalistas a día de hoy, lo que exige ir muchos más lejos que José Maria Aznar en 1996. Los que antes eran nacionalistas hoy son soberanistas. Recalcular la estructura federal del Estado exige un esfuerzo, y una vez más se hará desde el centro, no desde las periferias. Bildu es una arena movediza y ERC no es de fiar, aunque juegue un papel destacado (por conveniencia) en el fin de la crisis territorial catalana. Iceta sabe que se la juega con un partido de estrategia nihilista (la independencia). La Esquerra de Junqueras es lo más parecido al desnortado Estat Català de Francesc Macià, que ridiculizó a nuestra tierra movilizando a los reservistas en Prats de Mollò. Lo sabe, pero aceptará ser sacrificado por Sánchez en el gambito ajedrecístico que tanto gusta en Moncloa.