Se puede escribir mucho sobre las cosas que se han hecho regular o mal en la gestión de la pandemia. Desde el punto de vista económico, lo peor ha sido una reapertura demasiado lenta y timorata, pero no es menos cierto que se está reaccionando mucho mejor a esta crisis que como se gestionó la que se inició en verano de 2007 y explotó con el rescate del sistema financiero en mayo de 2012.
La crisis de 2007, la gran recesión, fue una crisis nacida en el mundo financiero, en concreto en los productos sofisticados, que en su inicio prácticamente no nos afectó pero que fue mutando, infectando al sector inmobiliario, a muchas cajas de ahorro y en menor medida a los bancos y a la deuda soberana, destruyendo en su evolución empleo y riqueza. Por el escaso impacto inicial, era un problema de los mercados más sofisticados, tardamos en reaccionar y pasaron cinco años hasta que tuvimos el pico del problema en España que derivó en nuestro rescate y casi otros cinco para poder dar por superada la crisis, si bien es cierto que antes del estado de alarma todavía había menos clase media que en 2006, menos calidad en el empleo, un mercado interbancario que nunca se recuperó y, en definitiva, nos quedamos con una economía menos boyante que antes de la gran recesión, aunque con un sistema financiero más regulado, capitalizado y fortalecido.
Para frenar el avance de la crisis pasada faltó velocidad, ambición y recursos. Ahora nos enfrentamos a una crisis diferente. Se trata de una crisis provocada por una, acertada, decisión de los gobiernos de parar la economía para frenar la crisis sanitaria. Pasado el pico, tras Semana Santa, se podía haber reemprendido mucha actividad económica, por edades, con controles, con tecnología, pero no se hizo, se mantuvo un confinamiento más propio de la edad media que de este siglo, no queda otra sino lamentarse. Pero a pesar de eso se han hecho bien muchas cosas, entre otras:
Se ha provisto de liquidez a las empresas. Los bancos, respaldados por el ICO, han estado muy diligentes y no se les puede poner un pero, al menos en estos primeros capítulos de la crisis. Han dado crédito, han aplicado moratorias e incluso han adelantado dinero a pensionistas, parados y personas en ERTE. Si antes fueron el origen del problema, ahora son una parte muy importante de la solución.
Se ha quitado presión al mercado laboral ERTE“congelando” infinidad de contratos mediante los ERTE de fuerza mayor. Se ha tratado de una medida inteligente que ha parado, al menos temporalmente, la destrucción de empleo.
Se han aumentado subsidios e introducido una renta mínima vital para que los ciudadanos más afectados puedan aguantar mientras se reactiva la economía, toda vez que una buena parte del ahorro de las familias se ha gastado y el número de ciudadanos que recurren a la caridad y la atención social es creciente.
El Banco Central Europeo se ha puesto a comprar deuda soberana, especialmente de los países más afectados, como si no hubiese un mañana. De momento tiene un plan de compra por 1,35 billones, (PEPP – Programa de compra por la emergencia pandémica) y probablemente siga creciendo. De este modo se ha evitado una crisis de deuda como la que tuvimos desde 2010 con el primer rescate, el griego, manteniendo las primas de riesgo controladas.
Además, se está definiendo un programa de ayuda desde la Unión Europea para reactivar la economía. Se habla de al menos 750.000 millones, entre transferencias y créditos, de los que España se llevaría una buena tajada, más de 140.000 millones.
Y a nivel sectorial se están concretando paquetes de ayuda. Ya conocemos el de automoción, 3.750 millones en ayudas e incentivos, tanto al sector industrial como a la demanda, y el de apoyo al sector del turismo, 4.250 millones. Y seguro que le seguirán otros sectores.
Honestamente se están haciendo muchas cosas, ganando un tiempo precioso que no se puede dilapidar porque no queda mucha más munición en la reserva.
El demonio está en los detalles y todo es mejorable pero es tiempo de que la iniciativa privada responda. Los comercios, bares y hoteles tienen que abrir y tratar de recuperar el tiempo perdido. Nadie debería hacer la cuenta de que sin abrir le puede ir igual o mejor. Nadie debería rechazar un puesto de trabajo porque tiene un subsidio o una renta asegurada. Han de abrir los hoteles urbanos, tiene que volver el puente aéreo, tiene que haber más frecuencias de AVE. No estamos de vacaciones, es más, no deberíamos tomarnos todo agosto de vacaciones. Todos hemos de empujar para que el impacto sea el menor y la carga a las generaciones futuras lo más llevadera posible. Esto no va de subir impuestos sino de volver a hacer que la economía funcione.
Nadie sabe cuándo podremos hablar de una recuperación total, pero lo que sí es seguro es que saldremos con una mochila de deuda pública enorme y más pronto que tarde debería haber una solución global, tal vez un reset. Con miles de millones de deuda pública en los balances de todos los bancos centrales sería muy sencillo y nada doloroso acordar una quita selectiva que rebajase la deuda de cada país. Por ejemplo, el BCE que está imprimiendo dinero para comprar deuda, podría “borrar” esos apuntes de su balance, y hacer lo propio todos los grandes bancos emisores. En el caso español el BCE pronto tendrá más del 30% de nuestra deuda en circulación en su balance. Una “rebaja” de ese calibre nos vendría muy bien. Es pronto para dar ese paso pero, tal vez, lo veamos en un par de años.
Pero con reset o sin él hemos de ser conscientes que no queda mucha más munición en la recámara y que todas las ayudas son temporales. Hemos de empujar el carro de la recuperación cada uno en la medida de nuestras posibilidades, produciendo y consumiendo, para dejar atrás la peor primavera de nuestra historia.