Con sus pactos con el PP y con Vox en todos los sitios donde sea posible, Ciudadanos (Cs) ha decidido suicidarse políticamente y, si el congreso de este mes no lo remedia eligiendo a Francisco Igea --que no lo parece--, la muerte del partido por absorción no tardará demasiado.
Después de la retirada de Albert Rivera, Inés Arrimadas tenía la opción de rectificar la estrategia suicida de querer desbancar al PP, fracasada en las elecciones del 10 de noviembre, centrar el partido y ganar en autonomía política. Ha hecho todo lo contrario, e incluso ha desbordado a Rivera en su acercamiento al PP porque el fundador de Cs, con su presuntuosa pretensión de convertirse en el líder de la derecha española, se negó a pactar con el PP la fórmula de España Suma antes de las elecciones, y Arrimadas no solo ha consentido eso, sino que ha implorado el acuerdo.
Una súplica que además no se ha producido desde una posición de humildad, sino desde la prepotencia de estar alejada de la realidad, como el día en que, ante la negativa de Alberto Núñez Feijóo a pactar en Galicia, dio a entender que no lo comprendía diciendo: “Nosotros estamos siendo muy generosos”, como si tuviera aún 57 diputados y fuera la tercera fuerza parlamentaria, cuando tiene 10, y bajando en todas las encuestas.
Por el momento, Arrimadas ha conseguido un acuerdo en el País Vasco, generoso, sí, pero por parte del PP. Nada menos que dos puestos de salida en las listas de Vizcaya y Álava, que no se corresponden en absoluto con la realidad del partido en Euskadi --21.000 votos en las últimas elecciones autonómicas del 2016 frente a 107.000 del PP y una octava parte de los sufragios populares el 10N-- ni con las expectativas para los comicios del 5 de abril.
Arrimadas puede estar satisfecha con el pacto, si prescinde del hecho de que el PP lo acepta para absorber a medio plazo a Ciudadanos, aunque para ello haya tenido que fulminar al líder popular en el País Vasco, Alfonso Alonso, partidario del acuerdo, pero en sus debidas proporciones. Con esta operación, Casado busca dos objetivos: acabar con los restos del sorayismo, del que el moderado Alonso era uno de los representantes, y darle un caramelo a Arrimadas para facilitar aún más la nueva España Suma para las próximas elecciones generales.
Si Arrimadas se impone en el congreso de Ciudadanos, el pacto global se puede dar por hecho. La última prueba del volantazo a la derecha de Cs es la exclusión del liberal Luis Garicano de la ejecutiva que ha formado Arrimadas para gobernar el partido si gana el congreso y se confirma como sucesora de Rivera.
Esa nueva España Suma sería la primera estación de la refundación y unificación de la derecha, en espera de Vox, aunque el regreso al PP del hijo pródigo Santiago Abascal y sus huestes es mucho más complicado porque el partido ultra se siente ahora fuerte y, al contrario que Ciudadanos, sí que estará en disposición de disputarle el liderazgo a Pablo Casado si el PP se sigue radicalizando y su política se convierte cada vez más en mimética de la de Vox.
Casado tomó las riendas del PP con la idea de finiquitar la política de maricomplejines de la que era acusado su predecesor, Mariano Rajoy, y se lanzó a una hiperactividad en la que cada día descalificaba a Pedro Sánchez y lo cubría de insultos. Era la época del “felón”, “incapaz”, “incompetente”, “desleal”, etcétera, etcétera, con que obsequiaba cada día al presidente del Gobierno. Esta actividad frenética en busca de la derechona perdida duró hasta el 28 de abril, en que el PP obtuvo su peor resultado en décadas cayendo hasta los 66 diputados.
Después, Casado moderó su tono ante la convocatoria de las autonómicas y las municipales del 26 de mayo y estuvo incluso desaparecido en los medios durante días. Pero después de las elecciones del 10 de noviembre, en las que Vox se disparó hasta los 52 diputados, Casado ha vuelto a la bronca y al lenguaje grueso, y ha recuperado la aspiración, insistentemente reclamada por su mentor, José María Aznar, de unificar a la derecha.
Todo el ruido que ha desatado el llamado Delcygate --la reunión de José Luis Ábalos en Barajas con la vicepresidenta de Nicolás Maduro-- forma parte de esa estrategia de desgaste, aunque el motivo elegido le importe muy poco incluso al electorado del PP. Lo mismo sucede con las virulentas reacciones ante la primera reunión de la mesa de diálogo entre los gobiernos de España y de Cataluña cuando ni siquiera se ha entrado en los contenidos de la negociación, y así nos encontramos que mientras los independentistas irredentos critican a Quim Torra por posar delante de una bandera española, desde la derecha política y mediática se escandalizan porque supuestamente se ha concedido al presidente de la Generalitat honores de Estado y tratamiento de jefe de Estado extranjero.
A este regreso del PP hacia las posiciones más duras se presta Arrimadas, que a veces desborda a Casado por la derecha. Esta opción lleva directamente al suicidio político o bien por absorción por el PP o por inanición si Ciudadanos quiere mantenerse como partido independiente, pero con la misma política que el PP.