Nadie ha trabajado más que Quim Torra para el desengaño institucional de Cataluña. Siendo él presidente de la Generalitat, eso tiene mérito, más del que pueda recabar como editor de textos menores. Ni sorprende hasta qué punto un hombre de tanta incapacidad para gobernar pase su jornada política poniendo pancartas ilegales en período electoral o consintiendo que la bandera de España sea arriada durante quince minutos de la cúpula de la Generalitat. La única clave de su permanencia es un sistema jurídico garantista al que se acoge como adolescente travieso refugiado entre las piernas de sus mayores para que no le sancionen.

Con Torra, el prestigio de Cataluña ha pasado por la hormigonera, su peso en España está a cero e incluso ha perjudicado la marca Barcelona más que la alcaldesa Ada Colau. Ese ensimismamiento de la Cataluña independentista cree --por ejemplo-- que se merece poder vivir al margen de las repercusiones que tenga la liquidación de Qassem Soleimani, el cerebro oscuro del expansivo terror iraní. Al diablo el precio del petróleo o la inestabilidad internacional. Denle prioridad a Torra y reinará en un oasis rodeado de chacales celtibéricos. Ignórese la existencia de cientos de miles de ciudadanos de Cataluña que ven con inquietud como Pedro Sánchez puede quedar en manos de ERC. Agítenlo todo los CDR y sírvase en vaso largo.

Torra solo acata las decisiones de un parlamento autonómico que carece de soberanía propia. Es un error que al propagarse por los manuales escolares --con la fotografía de Torra como mártir patriótico-- ha turbado la conciencia civil de varias generaciones. Nihil obstat. Para sus fieles, cuesta creer que Torra ya sea un personaje amortizado por los toboganes del procés, pero muy pronto ni tan siquiera inhabilitado o bajo sanción severa tendrá quien le escuche. Es como un pastoret tímido, con el gesto cariacontecido, sus gafas de intelectual aficionado y una idea de Cataluña tan arcaica que más parece de origen balcánico que propia de quien trabajó como asesor legal en Suiza.

Incluso al repasar el catálogo de la corrupción intelectual independentista, Torra será una nota a pie de página. No da para más entre una nómina tan nutrida. Nadie más inadecuado para la épica, ni para el fraude ideológico. Nadie más anacrónico; nadie más olvidado con mayor celeridad. Soberano Quim Torra, procónsul incompetente de un imperio que no existe, el líder que nunca fue, la instantánea abandonada en la silla de un fotomatón porque salió repetidamente borrosa. Tiene aquella presunta pureza que incapacita para la política --por suerte-- siempre impura y para entender que hay un mundo más allá de la tumba de Macià y que una junta electoral es algo muy serio y riguroso porque pertenece a ese gran relato del voto libre, secreto e igual para todos.