Barcelona es una gran ciudad, sus latidos de progreso arrancan siglos atrás. En 1265 con la constitución del Consell de Cent por el rey Jaime I, la sociedad civil organizada de la época decidió apostar por una Barcelona que compitiera por el uso de las rutas del comercio internacional, con otras grandes metrópolis comerciales del Mediterráneo, convirtiendo la "ciudad condal" en una importante metrópoli mercantil.
En el siglo XV se agudizan los conflictos sociales consecuencia de las contradicciones entre dos bloques políticos, la "Busca" y la "Biga". Los primeros, la "Busca", constituidos por mercaderes y artesanos que apostaban por seguir formando parte de la Corona de Aragón, partidarios de las necesarias reformas para modernizar los usos de la ciudad y acabar con los privilegios de los segundos, la "Biga", poseedora de tierras y derechos señoriales, rentistas renuentes a los cambios que se oponían a los sectores vinculados con la economía productiva.
Unos siglos después dos modelos de Barcelona vuelven a enfrentarse, la que apuesta en 1860 por el Plan Cerdá de reforma y ensanche de la ciudad con una estructura en cuadrícula, abierta e igualitaria aprobado por el gobierno del Reino de España y el plan de Antonio Rovira con el soporte del Ayuntamiento de Barcelona, que obedecía a los objetivos de la burguesía barcelonesa de reforzar la segregación social.
Estas tensiones bipolares que arrancan de la Barcelona medieval se trasladan a la Barcelona actual, entre unos habitantes de una ciudad global que mira al futuro y los aferrados a un pasado que nunca existió, instalados en el victimismo y la confrontación. La ciudad atrapada en una propuesta populista y aldeana, perdió la opción de ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento, posteriormente la Cumbre del Clima de Madrid 2019 (COP 25) era otra gran oportunidad que la Barcelona del Tsunami "democrático" ha desaprovechado, ahora peligra el proyecto del Hermitage en el puerto de Barcelona (satélite del de San Petersburgo) y cada vez aparecen mas dudas sobre la continuidad del Mobile World Congress. Urge que el actual equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Barcelona detenga el proceso de decadencia al que parece abocado nuestra ciudad.
Hoy, la Barcelona metropolitana y mediterránea, vive sumida en un cierto desconcierto, carece de proyecto estratégico, tiene dificultades para aprovechar las oportunidades que una economía global ofrece para la atracción de talento y la generación de riqueza e innovación. La ciudad debe mantener su identidad, mezcla inteligente de diferentes actividades: turismo, ciencia y conocimiento, start-ups digitales, cultura abierta y cosmopolita, tolerancia, mestizaje… Barcelona debe emitir señales que permitan recuperar la confianza de los inversores y de sus millones de visitantes.
Sin duda el nuevo Gobierno de España, si al final consigue configurarse, abre espacios de oportunidad que la ciudad no puede desaprovechar, para ello el PSC debe dejar de ser socio acompañante y en complicidad con el Gobierno del Estado liderar el proyecto estratégico que la ciudad necesita. El gobierno municipal debe enfrentarse a la inacción de un Govern de la Generalitat, que con su incapacidad para aprobar un presupuesto, paraliza la puesta en marcha de proyectos que la ciudad necesita, como la finalización de la L9 y L10 Sur del metro, la ley de financiación del transporte público, la implantación de la T-Mobilitat, los nuevos planes de barrio que permitan combatir la creciente desigualdad…
La ciudad global, Barcelona metrópolis, es un claro desafío al soberanismo secesionista, su naturaleza cosmopolita proporciona un espacio para la aparición de nuevas formas de identidad que desafían a las viejas formas del nacionalismo soberanista, en tanto que construyen un nuevo demos constituido por espacios multiculturales y cosmopolitas con una orientación abierta al mundo. Catalunya necesita más Barcelona y menos independencia.