El único debate a cinco de la campaña del 10N no fue, como temía el PSOE, un todos contra Sánchez, y eso ya es una cierta victoria para el candidato del PSOE y presidente en funciones, a pesar de que no es un especialista ni se encuentra cómodo en un formato como el de anoche. No fue un todos contra Sánchez por la necesidad que tienen las derechas de competir por el voto de ese espacio. Así, presenciamos dos duros enfrentamientos entre Pablo Casado y Albert Rivera a propósito de Cataluña y, sobre todo, en el bloque económico por las secuelas de la corrupción. Rivera atacó casi siempre al PP y al PSOE a la vez, y lo mismo hizo Santiago Abascal para lanzar su mensaje mucho más duro que el de Casado, aunque el sucesor de Mariano Rajoy recuperó en cierto modo el discurso catastrofista de sus primeros meses al frente del partido y olvidó la moderación abrazada después de su fracaso en las elecciones de abril. Casado volvió al tono duro --casi culpó a Sánchez de propiciar la violencia en Cataluña-- precisamente para frenar el crecimiento imparable que las encuestas pronostican para Vox.
Sánchez defendió su obra de gobierno y estuvo empeñado en hacer propuestas en cada uno de los bloques, aunque las que dedicó a Cataluña fueran fuegos de artificio: el problema del adoctrinamiento no se arregla con una asignatura, los dos tercios para elegir el gobierno de TV3 se acaban de aprobar en el Parlament y eso no impedirá el sectarismo porque seguirá la mayoría independentista y la ilegalización de los referéndums no es imprescindible para impedirlos.
Rivera, que recuerda –como Paco Marhuenda-- que es catalán cada vez que habla, no defraudó con sus efectismos, pero su descoloque es tal que ni enseñar una baldosa de Barcelona destrozada, ni mostrar rollos de papeles higiénicos con concesiones a las autonomías ni exhibir fotos o mapas le servirán para recuperar el centro y el equilibrio. Abascal, que empezó con un tono más moderado de lo esperado, se fue calentando hasta destapar su obsesión antiautonómica y su xenofobia descarada. Pablo Iglesias volvió a demostrar que es un buen candidato en los debates. Recitó, como en abril, artículos de la Constitución que protegen a la gente y se mostró conciliador con Sánchez, quien, por el contrario, no perdió ocasión para incidir en sus desacuerdos y para reprocharle su pulsión antisocialista.
Cataluña, la economía y la regeneración democrática fueron los bloques en los que el intercambio de opiniones adquirió más viveza. En el último, dedicado a la política exterior, se habló de todo menos de política internacional. El primer objetivo del debate era averiguar por qué se había llegado hasta aquí, a la repetición de las elecciones. Y la conclusión podría ser: ¿el desbloqueo?, bien gracias.