En la primera década de este siglo, un círculo vicioso financiero se precipitó sobre la economía real. Habían convergido tres crisis a la vez: la inmobiliaria, la de los bancos y la de la deuda de los Estados. El modelo implosionó. Y fue allí, en aquella difícil coyuntura, cuando Josep Borrell --actual candidato de consenso a la jefatura de la Diplomacia de la UE-- mostró la potencia de su músculo intelectual. Desgranó su visión de la moneda única, como garantía real para los ciudadanos, justo cuando, en un impasse político, ocupaba la presidencia del Instituto Universitario Europeo de Florencia. Le tocó en suerte la Toscana del Ponte Vecchio, testigo del primer encuentro entre Dante y Beatriz, un lugar que estimula la mente.

En pleno terremoto sistémico, los Estados de la UE estaban tan endeudados que no podían ser el último aval si no monetizaban su deuda. Mario Draghi abundó: puso en marcha el Quantitative Easing (QE), o la compra de deuda pública de los países del euro de forma continuada y “hasta allí donde fuese necesario”. Paul Samuelson, en los últimos días de su vida (el Nobel norteamericano falleció en 2009) había proyectado un mensaje imperativo: ¡siembren el campo de billetes verdes!, poniendo en pie la metáfora clásica de Milton Friedman, quien propuso lanzar dólares desde helicópteros sobre las calles tristes de la deflación. Draghi desató una polémica venenosa, que todavía sigue, entre el banco emisor del euro (con sede en Frankfurt) y los ortodoxos del Bundesbank partidarios del ajuste despreciando el dolor social, con lo que ello comportó en los países de la Europa mediterránea. En poco tiempo, aprendimos que las cosas no son blancas ni negras; admiten matices. La economía no es un combate esquemático entre las políticas de la oferta (derecha) y los estímulos de la demanda (izquierda).

Borrell fundió sus ideas sobre la moneda única en un libro-entrevista con Andreu Missé, entonces corresponsal del El País en Bruselas. La crisis del euro (Turpial Ed) llegó al lector reforzada con la idea de que “los Gobiernos habían jugado al póquer con los mercados y habían perdido”. El texto vio la luz poco después del dramático fin de semana del 9 de mayo de 2010, precisamente el Día de Europa, la jornada en que, tragicómica mordacidad del destino, la Comisión y el Consejo Europeo transgredieron los Tratados para obligar al Gobierno español de Zapatero a iniciar un doloroso proceso de ajuste fiscal.

En el libro, Borrell sentencia la desfachatez del ministro de Finanzas de Merkel y el despotismo (mal) ilustrado del Bundesbank, con la complicidad de los países más fuertes de la Unión: “La Comisión había pedido auditar las cuentas de Grecia. Pero el Consejo, con Alemania a la cabeza, se opuso por considerar que se cuestionaba la soberanía de un Estado. Hacerlo con Grecia sentaba un peligroso precedente que podía volverse en contra de Alemania, que había sido la primera en no cumplir el Plan de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Alemania estuvo cinco años superando el límite del 3% de déficit público, aunque de forma mucho más moderada que Grecia o España. La Comisión intentó sancionarla, al igual que a Francia, por déficit público excesivo, pero ambos países lograron una mayoría en el Consejo para impedirlo”.

Caricatura de Josep Borrell / FARRUQO

Caricatura de Josep Borrell / FARRUQO

Bruselas le ofrece ahora el cargo de alto representante para la Política Exterior de la UE, pero no será por sus silencios, porque si algo tiene Borrell es que  hablar, habla clarito y directo al mentón. Fue ministro de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente de 1991 a 1996 en el tercer y cuarto Gobierno González y presidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007. También ha sido diputado en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento Europeo, y portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados de 1998 a 1999. Ganó las primarias del PSOE, pero su éxito, en términos de consenso con las bases, fue desautorizado por la cúpula de Felipe González, que impuso a su candidato: Joaquín Almunia. Entre dos periferias, González se inclinó por el pedigrí vasco-español de Joaquín Almunia, el hijo del hombre que creó Neguri, el complejo residencia bilbaíno de los dueños del valle hierro, del acero y de la banca.

La puesta de largo de Borrell en la Barcelona económica tuvo lugar en 1985, en el Círculo de Economía, en un debate encendido frente a Carlos Ferrer-Salat, fundador de la CEOE. El socialista era entonces Secretario de Estado de Presupuestos, y defendió ante el prestigioso foro de opinión una fiscalidad rigurosa y propia de un país moderno. El llorado Ferrer-Salat, que acababa de ser nombrado presidente de la patronal Europea (UNICE), se opuso al alto cargo socialista defendiendo la economía de mercado y el librecambismo, regulados por un Estado eficiente, de menor peso, pero reactivo ante las crisis. Aquella polémica, en la que terció un joven Josep Piqué, hizo historia en el Círculo, en los ámbitos académicos y periodísticos, al contraponerse dos doctrinas: la socialdemócrata y la liberal, cuyo cruce ha sido el cráter de la Economía Social de Mercado. La colusión entre ambas doctrinas, conocida como el capitalismo renano, generó el modelo alemán instaurado por Konrad Adenauer en la República Federal y defendido por Alcide de Gasperi, en la Italia de posguerra. La Europa del Plan Marshall creció y concertó socialmente en mercados regulados, pero libres. Y conviene recordar que el modelo pisó suelo español con los Pactos de la Moncloa de Fuentes Quintana, el genio de Carrión de los Condes. Se consagró y tuvo ramificaciones en la España de Felipe González, en la Italia del Olivo con Romano Prodi o en la corta etapa de Matteo Renzi, en el Palacio Chigi, bajo la mirada atenta del Quirinal.

El nuevo mister Pesc ha sido martillo del nacional populismo catalán, que hoy lamenta su ascensión por boca del atrabiliario Ernest Maragall, un casi alcalde extemporáneo. Borrell, europeísta y hombre de Estado, ni le contesta. Toma su nuevo cargo allí donde lo dejaron otros como Javier Solana o Federica Mogherini. El de Exteriores en Bruselas es un desempeño creado en la Cumbre de Lisboa, artífice de la malquerida Constitución Europea. El eje franco-alemán ha sentado en el Berlaymont a la ex ministra alemana de Defensa, Úrsula van der Leyen; y por su parte, el socialismo español ha tratado de mediar en la batalla desquiciada entre el Benelux (Holanda, Bégica y Luxemburgo) y Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), con el respaldo vergonzante de la Italia de Salvini. El nuevo equipo europeo no es un producto exclusivo de París y Berlín. Expresa el resultado de una disputa entre el centro continental moderado y el Este eurófobo y populista. Borrell se erige entre dos Europas.