Hace unas semanas, Xavier Díez explicaba el origen del falso retrato de los catalanes como supremacistas, agarrados, muy suyos, etc. Con la excepción del manido recurso a Quevedo, en la búsqueda de las causas de esos estereotipos no iba más allá del franquismo y del poder manipulador y malintencionado de la caverna mediática españolista. Las fuentes son muchas y más antiguas. Pongamos un ejemplo entre miles, el de la opinión sobre los catalanes de Giovanni Botero a fines del siglo XVI: “La gente es sagaz, liberal en ocasiones de honor, a su Señor fidelísima, estimadora sobremanera de sus fueros, más pronta de manos que de lengua, nada ambiciosa ni soberbia, enemiga de novedades, celosa de la limpieza de su sangre, y en quien resplandece grandemente la tercera y más principal parte de la prudencia, que es ser próvidos y mirar siempre en lo por venir, sin saber ser superfluos desperdiciadores”.

Para Díez, la realidad catalana plural y relativa es el mejor ejemplo de esa gran mentira que relaciona identidad catalana con racismo y genealogía. Y como botón de muestra no duda en destacar la exitosa proyección de los “cero apellidos catalanes” cupaires --los Antonio Baños, David Fernàndez, él mismo, etc.-- porque “es catalán todo aquel que quiere serlo. Una Cataluña étnica es inviable”. Sin embargo, su confusión entre catalán e independentista es recurrente y algo más que preocupante.

Entonces, si no es racista ¿cómo calificar el reciente comentario de Monzó Gómez, en el que se refiere a Andalucía como esa “puta mierda”? Algunos lo han justificado como la respuesta adecuada al ajusticiamiento simbólico del Judas puidegmontiano en el pueblo sevillano de Coripe. Si ese es un razonamiento admisible, ¿se ha de concluir que cuando queman al rey o a Rivera o a quien sea, Cataluña es también el mismo excremento prostituido?

Decía el inolvidable José Antonio Garmendia en su Florilegio de chorradas que no pesa lo mismo un kilo de paja que un kilo de plomo, por la sencilla razón que la paja es barata y el plomo caro: “Así, cuando se compra plomo, lo normal es que le engañen a uno en el peso”. La numerosa grey con “cero apellidos catalanes” que ha comentado con gusto y regocijo el supremacismo de Monzó da qué pensar sobre la cantidad de plomo que les ha vendido el separatismo, y que ellos han comprado por estulticia o por guerracivilismo.

Ese retorno de Monzó Gómez al útero materno granadino para calificar con tanto desprecio a la tierra andaluza recuerda otro aforismo del referido Garmendia: “Los locos más peligrosos son los hombres que no han dejado de ser niños”. Es posible que Díez tenga razón y que el independentismo no padezca de supremacismo, aunque difícilmente pueda negar que el nacionalcatalanismo sufre de una grave inmadurez infantil, al margen del número de apellidos catalanes que tenga. Y, como Pablo Iglesias por fin sabe, quien con infantes pernocta excrementado alborea. Quizás el mejor antídoto a ese delirio sea leer la Constitución, como hace ahora el líder podemita. Léanla si de algo les sirve, pero antes hagan el favor de practicar un poco de higiene bucal y, señor Monzó, déjennos tranquilos con sus obsesiones con el círculo de la mierda absoluta. Desde Andalucía estaremos hasta agradecidos.