El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

Pensamiento

Jordi Casassas: "El cáncer de España es el bloque de poder del Estado"

El historiador, autor de un libro de referencia sobre el Noucentisme, señala que el independentismo no dará un paso atrás sin un cambio "real" en las estructuras del Estado

28 abril, 2019 00:00

Casassas libro Noucentisme

Casassas libro Noucentisme

Jordi Casassas (Barcelona, 1948), tiene una voz profunda, grave. Habla lento, pensando el adjetivo, como diría Josep Pla. Reflexiona y matiza, y responde la pregunta, sin perder el hilo, pero siempre tras una aportación previa. Es catedrático de Historia Contemporánea en la UB y presidente del Ateneu Barcelonès. Allí recibe a Crónica Global, ante unas mesas nobles y al lado del maravilloso jardín. Casassas lo tiene claro, cree que el independentismo ha alcanzado un grado histórico y que será difícil que dé un paso atrás pero reclama que el Estado reoriente su posición y que un posible cambio rehaga la situación. Ante un momento complicado, en vísperas de unas elecciones generales que pueden ser decisivas, Casassas sostiene que “El cáncer de España es el bloque de poder del Estado”, considerado como un bloque conformado por el gran capital, los altos funcionarios y los medios de comunicación que no quieren compartir el poder. Este historiador es autor de La voluntad i la quimera. El noucentisme català entre la Reinaxença i el marxisme (Pòrtic), que ha sido Premi Carles Rahola de ensayo, y que constata cómo esa cuestión cultural es el nervio del nacionalismo catalán, que sigue presente en nuestros días, desde Prat de la Riba a Jordi Pujol y pasando por los líderes actuales del independentismo.

--Pregunta: Una de las cuestiones esenciales en Cataluña es establecer un diagnóstico de lo sucedido, de por qué ha pasado. Sin ello será difícil seguramente alguna solución de futuro. A su juicio, ¿podemos coincidir en ese diagnóstico?

--Respuesta: Es muy difícil, porque compartir algo siempre es complicado. Sería la cúspide de la democracia. Es difícil en un país del Mediterráneo, heterogéneo, lleno de crispaciones. Pero hay una cosa determinante. El discurso político actual está organizado sobre la voluntad de no querer conocer la historia, de no conocer la geografía, por ejemplo. Y es incontestable que hay una diferencia en Cataluña, que se ha ido solidificando a lo largo de la historia. Hay una realidad que ha permanecido, y que muestra una diferencia, desde la estructura económica y social, las formas de sociabilidad, hasta las culturales o lingüísticas. Se ha resistido frente a un proceso de individualización y de homogeneización de las sociedades occidentales, y ha resistido dos dictaduras en un siglo, que querían acabar con esa diferencia. Si esa diferencia se ha mantenido, si se ha adaptado con el paso del tiempo, quiere decir que existe. Y si se desconoce o menosprecia, es un crimen, hispánicamente hablando. Es el intento de acabar con una parte de la riqueza de un país, una parte que es notable. No es una región cualquiera. En el diagnóstico que hablábamos hay que contar con esto. Y le diré más. Si se hubiera producido históricamente el reconocimiento y la promoción de la diferencia, yo creo que probablemente no estaríamos en la actual situación.  

--Pero ese reconocimiento ya existe. Una parte del independentismo considera que desde la transición ese reconocimiento no ha sido suficiente, pero no se puede decir que se parte de cero. Cataluña ya está reconocida.

--Nominalmente, igual que muchas otras cosas que están en la Constitución, que se reconocen sólo nominalmente. Mi idea es que una de las cosas más difíciles que hay en el mundo occidental es la construcción de la democracia, y la construcción necesita ausencia de formas de dictadura, la construcción institucional que garantice el funcionamiento democrático y un proceso larguísimo para hacer que la ciudadanía sea democrática. Aquí hemos tenido carencias en todos esos aspectos y sufrimos por ello. No quiero parecer que impongo un convencimiento al no independentista, pero creo que eso se debe tener en cuenta.

--Pero eso que explica son las verdades de cada uno, las interpretaciones de cada uno, al margen de esa realidad institucional

--Las verdades de cada uno es cierto que existen, claro. Para unos es que Cataluña tiene una contradicción histórica. Ha tenido históricamente un bajo índice de natalidad. Es un área de inmigración desde el siglo XVIII, y esa es su grandeza, que ha ido asumiendo esa inmigración sin segregar por origen, porque eso sería absurdo, porque Cataluña se ha configurado de esa manera. Hay un dato significativo y es que Paco Candel hace una cosa que también hizo Jordi Pujol, que es viajar a Extremadura o Andalucía para ver qué pasaba. La parte del libro de Candel, Els altres catalans, que se censura es la que habla de Andalucía, cuando deja constancia de que no se van porque quieren, sino porque se les echa de un área concreta por las condiciones socioeconómicas. Teniendo en cuenta el factor de esa inmigración, que, proporcionalmente, es más importante que el factor de la inmigración en un país como Argentina, es esencial valorar cómo ha mantenido una personalidad. Y otra cosa es que se hubiera intentado hacer política de la diferencia, como hizo Lerroux, sin tener ningún éxito.

--Precisamente, esa es la paradoja, porque con el movimiento independentista se ha comprobado que quienes lo apoyan pertenecen a esa Cataluña que utiliza el catalán y de orígenes familiares catalanes, frente a la otra Cataluña.

--Me gustaría que eso se demostrara claramente, porque creo que no es así.

--Las encuestas lo han señalado con cierta claridad.

--Yo lo que sé es que uno de cada cinco es de origen catalán. Pero la división existente, a favor y en contra de la independencia es del 50%. Eso quiere decir que hay muchos apellidos de origen castellano que están en ese grupo del 50% independentista.

El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

Casassas, en el jardín del Ateneu / CG

--Hay una división del 50%, eso implica una sociedad partida

--Es una división electoral, sí, que además se ha potenciado. Son dos caras que se han favorecido, pero no se puede decir que en Cataluña, porque sería una estupidez, se ha segregado por origen o por lengua. Eso ha sido imposible, porque el catalanismo eso nunca lo ha tenido en cuenta.

--Justamente, el catalanismo no quería ir más allá, y se ha visto superado por otra cosa.

--Cierto, sí, porque el independentismo es un concepto fuerte, de sí o no. Entiendo y me parece bien que se rechace esa separación. Pero es hacer trampa aludir a una separación por origen o lengua. Además, ahora está la inmigración extracomunitaria, con personas de otros continentes, con referentes distintos, con hijos ya nacidos en Cataluña, dentro de un sistema escolar con la inmersión lingüística, que no ha sido un problema hasta que no se alentó.

--Hasta qué punto, y como explica en su libro, el Noucentisme lo marca todo. Hasta qué punto el nacionalismo ha querido construir un país que pudo haber sido pero no fue, y que como explica el historiador Marfany ya no podía ser el mismo desde la entrada de personas en los años 50 y 60 procedentes del resto de España?

--Lo que pasa, y es lo que Marfany no tiene en cuenta, es que ese espíritu noucentista no es un espíritu carca, como se intenta difundir. Aquella Cataluña, en el aspecto formal, ha desaparecido en gran medida, y era lógico. Pero es que hubo una guerra civil y una dictadura. Y, pese a los cambios y las transformaciones sociales, hay que saber qué ocurrió y por qué. Se criticó mucho, porque pasó algo similar a lo que sucedió en Europa tras la II Guerra Mundial, en 1945. Con el liderazgo importante de los partidos comunistas se intentaba atacar a todas las corrientes que hubieran tenido un protagonismo anterior a la guerra, que se consideraban conectadas a la burguesía decadente, que dio lugar a fenómenos como el nazismo. El matiz se consideraba una traición. En Cataluña, personas como Castellet o Molas, y, principalmente, Solé Tura, hiceron una cosa similar, y por eso se conectó el catalanismo con la revolución burguesa, queriendo dar apoyo a movimientos populares derrotados por la guerra. De manera que se rompió con aquel pasado. No se hablaba nada de Cambó ni de Prat de la Riba. Y yo lo que sostengo es que se intentó, en aquella época, construir un país con hechuras modernas, no privativas de los más conservadores, sino para los jóvenes, con contactos con Madrid, con la Institución Libre de Enseñanza, que era muy avanzada para aquel momento, y que fue atacada tanto por los comunistas como por los franquistas. Y ahora estamos en una situación parecida, y por eso el título de La Quimera.

--¿Es un nervio que recorre esa historia hasta ahora?

--Sí, pero quien lo quiera rechazar debe saber que es un nervio de una sociedad civilizada, que no tenía seguridad social, que no tenía infraestructuras. Hay un debate sobre si era una dictadura de los poetas frente a los novelistas. Eso ya lo discutirán los literatos. Pero el verdadero sentido de aquello es que un político como Prat de la Riba situaba a un socialista al frente de la Escuela del Trabajo, como fue Rafael Campalans.

--Jordi Pujol ha sido un noucentista, ¿para derivar hacia el actual proyecto?

--Es evidente que quería hacer algo similar, con todas las diferencias, con ese choque entre Convergència y PSC. Pero cuando pienso en eso, creo que bajo la división aparente, hubo más cosas, con espacios de colaboración. Hubo confrontación electoral, pero colaboración también, en instituciones de segundo orden, como los colegios profesionales y otros organismos.

--¿Es un mito, entonces, los dos proyectos confrontados entre Pujol y Pasqual Maragall?

--No, es evidente que hubo dos proyectos, pero es fácil criticar a Pujol sin tener en cuenta las dificultades. Una cosa diferente era ordenar un mundo urbano, que tiene localizados los problemas, pero también el mercado, sabiendo qué puede ser rentable y qué no. Y otra cosa es ordenar el mundo rural y el interior del país, que no es ni tan rentable ni homogéneo. No se puede hablar de uno contra el otro. Se debe entender la realidad y hacer un pequeño esfuerzo sobre esos problemas.

El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

El historiador Jordi Casassas, en el Ateneu Barcelonès, durante la entrevista con 'Crónica Global' /CG

Jordi Casassas, presidente del Ateneu Barcelonès /CG

--Pero, ¿cómo se rehace ahora una división tan grande como la actual en Cataluña?

--Mi respuesta es más voluntarista que racional. Creo que los procesos tienen una dinámica propia, y que lo que parece imposible se acaba haciendo tarde o temprano. Es imposible vivir en una situación de confrontación. Pero la segunda reflexión que hago es que hay una mayor responsabilidad del Estado, si pensamos en las políticas de la negación y del ataque. Ante la agresividad del aparato del Estado, es evidente que hay una mayor responsabilidad por parte de ese Estado. Y eso debe rebajarse de algún modo, porque en caso contrario será muy difícil. Se ha producido un deterioro tan grande, por parte del propio personal, que es imposible pedir la convivencia con una política concreta como si no hubiera pasado nada.

--Entonces, para usted es el Estado el que ha de dar el paso.

--El Estado tiene una responsabilidad muy clara. La parte mayor. Hay que pensar que España se ha equivocado siempre. Con Cánovas del Castillo, que fue un enorme intelectual y político, se redactó la Constitución de 1876, con el objeto de rebajar las tensiones revolucionarias, intentando equilibrar las cosas e integrando al mayor número de gente. Pero llega 1898, y se quiere ofrecer la autonomía a Cuba demasiado tarde, tanto que se pierde. No se toca nada, y llega 1931. Era una Constitución muy bien hecha para una coyuntura, pero no hay voluntad de transformarla, y hay peticiones para ello, como la asamblea de parlamentarios, para ponerla al día. Llega la dictadura, que mantiene la Constitución, aunque la suspende y se acaba entre monarquía o república. Adiós. Ese bloque del Estado, tras la Guerra Civil, el franquismo lo actualizó y lo mantiene. El cáncer de España es el bloque de poder del Estado. Un bloque de poder formado por élites, gran capital, administración del estado enquistada, y el poder mediático como puntal. Aquí está el problema, y si no se soluciona España se hundirá.

--¿No existe un error grande al criticar la transición? ¿No fue la etapa posterior la que debería haber afrontado esos supuestos problemas?

--En cualquier caso, ha habido poco cambio de poder. En la transición el papel del ejército fue dominante. El bloque de poder se mantiene incólume, porque está claro que nadie se suicida voluntariamente. En Cataluña, sin Estado, ha habido más cambio de poder. Existen esas famosas 300 familias, pero se han visto desbordadas por una población nueva, que llegó, que fue capaz de poner en pie sus propias empresas. La realidad es más móvil. Eso que se ridiculiza del Palco del Bernabéu, el estadio del Real Madrid, es cierto: familias que mantienen el control y los recursos del Estado.

--Entonces, ¿el independentismo puede actuar de palanca para ese cambio?

--Ha removido, y eso es indudable. El inmovilismo es un precipicio al desastre. La vida la vemos en el día a día, pero si damos un paso atrás, veremos que estamos en un momento caliente. El tema de España, tarde o temprano deberá experimentar un cambio. Eso de que España forma parte de las 30 democracias plenas del mundo es una falacia, una dormidera. Se debe producir un cambio y sólo se producirá con un choque. El bloque de poder es tan fuerte que no se suicida de forma voluntaria. Y algo se deberá hacer. El catalanismo ha querido hacerlo y lo ha hecho desde el inicio, en el siglo XIX. Y la respuesta siempre ha sido la misma: eres un separatista. Cuando era regionalismo: separatista, y siempre con esa idea. Ha sido una constante. Por eso al final se apuesta por un: se ha acabado y vamos hacia la independencia.

--¿Cree que históricamente no hay marcha atrás?

--Históricamente, los planteamientos de ese tipo no han ido nunca hacia atrás. Y eso se debe tener en cuenta. Es una utopía pensar que se puede ir hacia atrás.

--¿A no ser que se produzca un cambio en el otro lado?

--Esa es la cuestión, pero un cambio real en el otro lado. Y no digo España, digo el bloque del Estado. Veremos. Pero me exaspera que hombres como Felipe González, con la transformación que protagonizó, tenga la misma respuesta que ese bloque de poder.

--¿El catalanismo tenía que derivar hacia lo que conocemos ahora, por fuerza?

--No, no y lo digo radicalmente. En el año 2000, podía estar latente, pero no tenía esta fuerza. El 90% de los que se declaran independentistas, no lo sentían así en 2000.

--¿Qué deben hacer instituciones como el Ateneu Barcelonés?

--El Ateneu es una entidad cultural, que yo presido desde 2014. Tenía claro que sólo debíamos llegar hasta la defensa del derecho a decidir. Y ya está, Hubo una pequeña reacción en contra, de unos pocos socios de los 4.200. Pero no hay toma de partido, y lo que se fomenta es un debate plural, sin censurar, excepto la gente que no tenga un carácter democrático. Hemos tenido, además, buenas relaciones con el Ateneo de Madrid, con iniciativas interesantes, como una cátedra Unamuno-Maragall, que no ha acabado de concretarse, con una relación muy buena con su presidente en estos años, César Navarro, una persona excelente. Espero que esas iniciativas se concreten en poco tiempo.