Francisco González todavía no es historia en BBVA. Mal que le pese, continuará en el candelero durante un largo tiempo. Y no precisamente para satisfacción suya.

La semana última presentó la dimisión como presidente honorario del consejo y líder de la Fundación del banco, justo un día antes de la junta anual de accionistas.

Con su inveterada suficiencia, FG pregonó que el cese en ambos puestos es sólo “temporal”. O sea, que piensa volver a asumirlos tan pancho en un futuro próximo.

Lo que silenció arteramente es que su eclipse no es voluntario. Bien al contrario, vino forzado por el destape de un turbio asunto.

Me refiero a los innumerables espionajes y seguimientos --pagados por BBVA--, sobre políticos, periodistas, magistrados, empresarios y financieros.

FG sospechaba que esos individuos eran partícipes de un contubernio urdido para desalojarle de la cumbre del banco. ¿Fue él en persona quien ordenó realizar las pesquisas? ¿Se limitó a enterarse de los excesos perpetrados, sin ponerles coto alguno?   

El escrutinio de ese episodio no ha hecho más que empezar. Es probable que siga trayendo al caballero por la calle de la amargura en un dilatado periodo. Pero el desenlace se presenta muy incierto. Y pase lo que pase, el prestigio personal de FG ya está más chamuscado que la espumadera de un churrero.

Por tal razón, su regreso a la cima del banco se antoja poco menos que una quimera. La impresión dominante apunta a que el abandono decidido por el avispado y tenaz gallego no tiene vuelta atrás.

La jefatura de honor del BBVA es meramente testimonial. Carece de capacidad ejecutiva alguna. Pero encierra múltiples chollos, como despacho y secretaria, coche con chófer, guardaespaldas y tarjeta Visa para gastos.

Tales mamandurrias se han esfumado de golpe para FG. A partir de ahora, si quiere asistenta, mecánico y protección, habrá de sufragarlos de su propio bolsillo.

En sus casi veinte años de permanencia al frente del banco, percibió en total nada menos que 165 millones de euros. De esta cantidad, 85 millones corresponden a pagas y remuneraciones varias, y los restantes 80 millones a la pensión.

Así se desprende de los datos que figuran en las memorias anuales del banco. Luis del Rivero, exmandamás de la constructora Sacyr, eleva a 250 millones los emolumentos realmente percibidos por FG.

Sacyr intentó tomar el control del banco cuando José Luis Rodríguez Zapatero anidaba en la Moncloa. Pero el golpe fracasó, entre otros motivos, por la inestimable ayuda prestada a FG por Jaime Caruana, a la sazón gobernador del Banco de España.

González lo recompensó tiempo después con una poltrona en el órgano de gobierno del mismísimo BBVA.

Semejante sinecura proporcionó el año pasado a Caruana 237.000 euros por un trabajo nada extenuante. Consiste en calentar el sitial una docena de veces al año y decir amén a cuanto proponga el factótum de turno. Este caso desvergonzado de “puertas giratorias” entre lo público y lo privado merece figurar en la antología del enchufismo como contrapartida de los servicios prestados.

La fortuna sideral acumulada por FG a expensas del BBVA contrasta con la ruina que han experimentado sus accionistas. Cuando FG empuñó la batuta por vez primera, la entidad valía en bolsa 45.000 millones. Al abdicar en diciembre último, la capitalización había caído a 31.000 millones. Es decir, el cambio de las acciones se desplomó en dicho intervalo un 25%, incluyendo los dividendos repartidos.

La era de Francisco González en la institución crediticia fue ubérrima para él, pues le erigió en archimillonario. En el mismo lapso, los socios, los verdaderos dueños del BBVA, perdieron hasta la camisa.

A esta gigantesca tomadura de pelo se añade otro ultraje: la contratación con dinero del banco a un tipo de las cloacas del Estado para que espiase a la flor y nata madrileña.

Bajo el mando de FG, el BBVA devino así en una especie de corporación de corte mafioso. Las querellas contra el banquero por tan inicuos avatares ya sobrevuelan la Villa y Corte. De ahí que su salida del banco no signifique el fin de una era. Por el contrario, le supone el comienzo de un áspero calvario judicial.

González cumplirá en octubre 75 años. Pudo haberse jubilado hace mucho tiempo, con todos los honores. Pero la codicia infinita de estos plutócratas es insaciable. Utilizó todas las artimañanas imaginables para mantenerse aferrado a la poltrona unos lustros más. Pretendía, en suma, acrecentar su ya copiosa fortuna con unos cuantos milloncejos adicionales.

Ahora se va sin honra, desprestigiado y con un aluvión de problemas procesales sobre su testa. En el pecado lleva la penitencia.