Cualquier ciudadano tokiota, berlinés, parisino, neoyorquino… que asista estos días al MWC puede quedar anonadado al ver su incapacidad para disponer de un vehículo VTC. Resignado, puede acudir al Metro; pero hete aquí que se encontrará con una huelga del suburbano. Quizá llegue a enterarse de que está motivada por el amianto. A la vista de su impotencia móvil, podrá consolarse adquiriendo, si no le han robado la cartera, cualquier producto a precio de saldo made in top manta, tras eludir por las aceras todo tipo de artefacto rodante que lo mismo le puede destrozar un tobillo que la cadera o la espalda. Y, si le gusta y es dado a ello, acudir a algún lugar de lapdance o striptease, cual si en Las Vegas estuviese. Dicen que uno de los locales que han abierto recientemente ofrecerá incluso transporte gratuito; se supone que siempre que les dejen, no sea que a alguien se la ocurra armar la marimorena aduciendo que son VTC camuflados. Un verdadero despelote. Solo falta que la primera dama municipal salga diciendo que ella también fue estríper.
Si los congresistas hubiesen acudido unos días antes para disfrutar de Barcelona, cosa que ocurre en muchos casos, habrían asistido atónitos a una huelga convocada por lo que Jose Luis López Bulla --ex secretario general de CCOO-- ha definido como sindicato probeta que apenas representa un 1’5% y viendo cómo se acusaba de esquiroles a los sindicatos mayoritarios, mientras se atacaba sus sedes con pintura, botes de humo y otros artilugios. Se marcharía de la capital catalana el congresista sin tener claro que fue aquello: una huelga general, una huelga nacional, de celo, de hambre, de brazos caídos, a la japonesa… De país, se ha dicho. En realidad, un lock-out institucional arropado por las administraciones autonómica y municipal. Un jaleo incomprensible que se explica por la incompetencia y la desidia. Sin que falten tintes apocalípticos que, ayer mismo, el abogado de Carles Puigdemont, Jaume Alonso-Cuevillas, aseguraba con aire de regocijo que España será intervenida por la UE a raíz de una nueva crisis económica que será muy positiva para los intereses secesionistas. Eso mientras Jordi Pujol clama ante quien quiera oírle que “¡Están locos!” por haber votado contra los Presupuestos. Los medios de comunicación acabarán teniendo que habilitar una sala de visitas para el señor imprevisto, pues cada día aparece uno nuevo.
El presidente de la Generalitat tiene otros afanes, muy distintos de la voluntad de gestionar la cosa pública. Por ejemplo, cambiar el nombre de la calle donde vive: Príncipe de Asturias. Cosa que ha conseguido ya con la diligente ayuda del equipo de gobierno municipal, empeñado en desborbonizar Barcelona y en particular del responsable del nomenclátor, Gerardo Pisarello. El concejal tucumano quizá pueda echar también una mano a la alcaldesa Manuela Carmena para liquidar del callejero madrileño la calle Torpedero Tucumán, nombre de aquel barco que evacuó de Alicante a cientos de simpatizantes del alzamiento del 18 de julio, incluido el cuñadísimo Ramón Serrano Suñer, figura decisiva en los primeros años de la dictadura de Franco.
Los comunes están preocupados por otras cuestiones. Desde primeros de año andan dando vueltas a su relato para las elecciones municipales, aunque les haya cogido con el pie cambiado lo de las elecciones generales. Contaminados como están por el empuje soberanista y deslumbrados por su capacidad de movilización, están dispuestos a apostar por la cosa emotiva. El dichoso relato estará “basado en la vertiente más emocional y de generación de identidad colectiva y menos en elementos racionales”. Estudian para ello “tres tipos de emociones basadas en tres ejes” de su proyecto, apuntando hacia “un eslogan de síntesis que englobe a los tres”. Cuáles serán estos ejes está por ver: la educación, la sanidad, la vivienda, la funeraria otra vez, el dentista municipal…
Cuestiones todas ellas de dudosa emotividad y evidente necesidad. En cuanto a la identidad colectiva, suena a propósito de alimentar al proceso y admitir el nacionalismo como un incordio con el que es preciso convivir. Es lo que tiene el reino de la transversalidad, la indefinición y otros hallazgos semánticos, tal vez en la búsqueda de la función performativa del lenguaje como herramienta revolucionaria. Pero la vaguedad produce efectos centrífugos. Los hay que incluso ya tiran los tejos a ERC, a quien la encuesta publicada ayer por Crónica Global apuntaba como previsible ganador de los comicios locales. Es el caso, por ejemplo, de Sobiranistes o de ese oxímoron llamado Comunistes de Catalunya, que se dice nacionalista. La indigencia política puede llevar a olvidar que las emociones, como las pasiones, son siempre incontrolables.