La tregua de relativa paz que venimos disfrutando desde hace algunas semanas toca a su fin. Los políticos que han liderado el procés han sido trasladados a centros penitenciarios próximos a Madrid y, de no haber contratiempo, el martes 12 de febrero comenzará en la Sala Segunda de lo penal del Tribunal Supremo la vista oral por los hechos acaecidos en Cataluña entre septiembre y octubre de 2017. No les quepa la más mínima duda de que las vistas serán seguidas a diario por todo el país. El bombardeo mediático será incesante, sin importar qué periódico ojeemos, qué cadena de televisión sintonicemos o qué emisora de radio escuchemos.
Durante semanas no se hablará de otra cosa, porque todo lo demás quedará eclipsado y relegado a un segundo plano. Como espectadores pasaremos, inevitablemente, por todo el espectro anímico imaginable, en función de qué declaraciones, noticias o situaciones se produzcan durante las sesiones: hilaridad, asombro, frustración, escepticismo e indignación; estados no solo suscitados por lo que ocurra en el interior de la sala sino principalmente por la campaña envenenada que la maquinaria bien engrasada del nacionalismo pondrá en marcha a fin de denostar y desacreditar a la Justicia española y caldear, de paso, a su parroquia.
Personalmente me he prometido sobrevivir y salir indemne de la experiencia, o como mínimo a intentar que la ironía y el humor prevalezcan sobre el enojo y a la indignación cuando cualquiera de los acusados salga por peteneras, afirmando que él solo pasaba por allí y aprovechó para tomarse un cafecito, que no sabía nada --¿DUI, qué DUI?--, o simplemente que él, o ella, estaba en Pernambuco y que lo que creímos ver era un holograma, como los que usa ahora Fray Junqueras para materializarse ante sus fieles. No lo duden: todos ellos, reunidos, son la mayor troupe circense de profesionales de la añagaza, la impostura, el camuflaje y la sinvergonzonería. No deberíamos asombrarnos al ver a este hatajo de diletantes sacar balones fuera de banda, crear cortinas de humo o culpabilizar a otros por los platos rotos. La unidad y cohesión argumental durará lo que un helado al sol de agosto.
La defensa de los encausados será, por tanto, desigual, porque buena parte de ellos va a plantarse ante el tribunal en plan sofista cínico, negando la mayor y reivindicando haber actuado por el deseo expreso y el bien de todo un pueblo, mientras que otros optarán por alegatos más agresivos y contundentes, reafirmándose en sus actos, y unos pocos por defensas más técnicas, basadas en lo jurídico y probatorio --la inconsistencia de las pruebas presentadas--, a fin de nadar, guardar la ropa y salir del trance lo mejor parados posible.
Quim Torra, ese agitador profesional metido a president de la Generalitat, ha dado pistas que permiten intuir lo que veremos en más de un caso. Aprovechando que estaba en una concentración de "abuelos y abuelas por la libertad" en Reus, soltó una de sus habituales soflamas; una arenga destinada a transmitir las directrices que Carles Puigdemont, el majadero de Waterloo, imparte a sus teleñecos: "Los dirigentes independentistas que van a Madrid son héroes y han de regresar como héroes libres. Han de acusar al Estado de esta farsa". Y no contento con eso, tras vaciar un botijo de ratafía, añadió: "Les damos todo nuestro apoyo, para que llegado el momento crucial del juicio hagan lo que debe ser hecho: acusar al Estado. Han de ir y acusar al Estado de esta farsa destinada a impedir la democracia en Cataluña, a impedir que los votos de los catalanes sean los que cuenten, porque lo que buscan es anular nuestros derechos civiles y limitar nuestros derechos humanos". Tela, telita, tela. Agárrense, que vienen curvas.
El juicio coincidirá con acciones de los CDR, Arran y la CUP por toda Cataluña; con protestas estrambóticas orquestadas por ERC, el PDeCAT y La Crida; con una huelga que ya ha sido convocada y cuya repercusión y seguimiento son, ahora mismo, un misterio. El hecho de que el juicio sea retransmitido por televisiones y radios añadirá una presión adicional tremenda a todos los actores, incluidos magistrados, fiscales y defensores, que medirán con regla de precisión sus palabras, gestos y comentarios; también recaerá ese peso sobre el Gobierno y sobre los líderes de todos los partidos políticos. Por descontado: añadan el hecho de que el mundo esta vez nos mirará, porque numerosos medios de comunicación extranjeros han acreditado su presencia; además, Carles Puigdemont, Toni Comín, Clara Ponsatí, Marta Rovira y Anna Gabriel, tuiteando a diestro y siniestro y largando lo que no está escrito, se encargarán de crispar el ambiente al máximo.
Hace pocos días, en una conversación con el periodista Xavier Rius le pregunté cómo intuía el desarrollo del juicio. Y fue muy claro: "Yo creo que el Supremo será impecable. Por la cuenta que le trae. Y más tras lo que ha pasado con Otegi. Soy de la opinión que el juicio más bien dejará al aire las miserias del proceso y acabará con los procesados tirándose los platos por la cabeza. Los abogados ya se lo ven venir y hacen llamamientos a la unidad. En primer lugar, porque son mucha gente y es difícil que todos vayan a una. En segundo lugar, porque unos han optado por una defensa política y han decidido inmolarse: Turull, Rull, los Jordis, supongo que Junqueras, Romeva... Pero otros están más callados y sospecho que planean una defensa jurídica. Intentarán salir lo más bien librados posible, que es lo que haría yo. ¿Tú has oído hablar a Santi Vila? ¿Incluso a Carles Mundó? ¿O a Meritxell Borràs? ¡Hasta Carme Forcadell está relativamente discreta y es aquella que llegó al cargo por decir: “presidente, ponga las urnas"!".
Comienza, por lo tanto --y parafraseando el título de aquella gran producción de Cecil B. DeMille de 1952--, "el mayor espectáculo del mundo". El circo de todos los circos, con triple pista en Madrid, Barcelona y Waterloo. Pónganse cómodos y tómenselo con calma, amigos. Y sobre todo confíen, como buenos demócratas, en el impecable proceder y en la intachable reputación de los siete magistrados que juzgarán los hechos.