La Convención del PP muestra el placer epicúreo de Núñez Feijóo frente al eterno retorno de Pablo Casado. Si todo lo que ocurrió un día debe volver a ocurrir, el actual presidente del PP conseguirá ser hegemónico en el triángulo PP-C’s-Vox, tal como preconiza su mentor, José María Aznar, al afirmar que legó “un partido unido en un espacio amplio, de diferencias menores”. De momento, sabemos que lo qué tenía que ocurrir este fin de semana ha ocurrido entre bambalinas. La Convención ha sido gregaria en pronunciamientos públicos, pero deudora del diálogo oral sin huella, que tuvo lugar en los pasadizos: verbo volant, scripta manent.

El PP va camino de ocultarnos el gran debate pendiente de la derecha, huérfano desde que los liberales anglófilos de la Constitución de Cádiz (1812) tuvieron que salir por piernas ante las casacas de la Santa Alianza. Necesitamos la belleza dialéctica de Romanones, Maura, Cánovas y Herrero de Miñón si no queremos ser menos de lo que en realidad somos los españoles. Solo así veríamos las líneas rojas que pisan, al paso de la oca, los pelayos de Queipo de Llano (a los que Moreno Bonilla les debe el trono de San Telmo), mientras marchan sobre Madrid. En Europa, las líneas rojas son discontinuas: en Italia y Austria, los xenófobos gobiernan, mientras que, en Alemania y Francia, se mantienen a raya: en el país germano, el AFD está al margen a la Kulturcampf laica de los prusianos, mientras que Francia convierte en invisible al Frente Nacional, gracias a la segunda vuelta de las presidenciales. En cambio, en Italia y Austria, los ultras gobiernan y, tras ellos, quedan ejemplos más difusos, como el de Bélgica, con los flamencos, duros de mollera, entrando y saliendo del poder; y también cuentan las naciones vencidas por el demonio de la etnia, como la Hungría de Orban y la Polonia de Andrzej Duda, con su Alta Silesia ante un nuevo despertar. La UE tiene de todo, incluido el cuerno retorcido de Suecia, donde la extrema izquierda se ha inhibido en la formación de un frente democrático que excluye a la extrema derecha y anti-europea, en la primera gran experiencia europea de mantenerse fuera de las líneas rojas.

CRÓNICA GLOBAL 102 Alberto Núñez Feijóo 01 2019

CRÓNICA GLOBAL 102 Alberto Núñez Feijóo 01 2019

En España priman el etnocentrismo de los indepes catalanes y la falta de sintonía vasco-española. La antigua alianza entre la alta erudición del centro liberal y la exquisita urbanidad del norte mengua a orillas del Manzanares. Se acabaron los tiempos de filin entre los unamunos y los ortegas, entre las finanzas y el hierro, entre Neguri y la milla de oro, frente al Retiro. Aquello se truncó con el Pacto de Estella o mucho antes, en los “cien días” del BBV, de los que salió coronado de laurel el mismísimo y llorado Pedro de Toledo, y que manchan inopinadamente el retiro de Francisco González.

El PP, como partido vertebrador, no ha sabido establecer una continuidad entre sus centros de pensamiento. La Faes del primer Aznar ha ido perdiendo bola hasta salirse del partido. Y ahora, en su lugar, la Fundación Concordia y Libertad, presidida por Suárez Illana, hijo del ex presidente Adolfo Suárez, es la portadora de mensajes, aunque su altura doctrinal deje mucho que desear todavía. Rajoy abrió la Convención con un tono de consejo a Casado (“huyamos de los dogmatismos”), pero con Aznar ni se cruzaron. Feijóo, pillado avant la lettre como coordinador de la Convención, se soltó en contra de “las trincheras y el fundamentalismo”; cerró filas sobre la unidad de España y retrocedió finalmente al glosar la capacidad de gestión del partido que fundó Manuel Fraga. El secretario general, Teodoro (Teo) García Egea abrió paso al pelotón de Casado. Soraya se hizo a un lado y Cospedal dejó su silla vacía. Fiejóo y Teo, las dos almas del PP, dejaron la disputa para más adelante.

CRÓNICA GLOBAL ILUSTRACIÓN

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Se trata de conocer las intenciones reales que hay detrás del giro copernicano de Pablo Casado, respaldado por los papeles de Suárez Illana de los que se espera la esencialización del espacio liberal, que nunca llega. La nueva aventura de la derecha tratará de colonizar el aparato de Estado, una arquitectura que, a pesar de todo, ha hecho siempre de la necesidad virtud, al estilo eterno de la corona británica. En su reposicionamiento en el centro derecha, Pablo Casado es el atrapalotodo que cambia de doctrina parapetado en su disfraz del centro-derecha, un lugar que le correspondería al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, si fuera capaz de dejar la calculadora de la geometría variable en la mesita de noche.

En menos de un atardecer, el PP abandona el nativismo xenófobo de su ex camarada Santiago Abascal (de falangista nada) para abrazar el viejo credo liberal que tan maleable le resulta. Pero si escuchas a su gente, la polarización cae en un pozo negro sin fondo: mientras Javier Maroto habla de la Ley de Violencia de género, con el lenguaje del feminismo mixtream incorporado a la agenda común del arco parlamentario español, Isabel Díaz Ayuso, candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, voxea de lo lindo en contra de la “política de género”, basándose en datos irreales y disuelta en un magma de interpretaciones ofensivas, cuando no, simples mentiras.

Este fin de semana, la derecha ha reposado su versátil ideología sobre el éxito de Andalucía; otra cosa es la profundidad de su mensaje cohesionador. Un partido de aparato, que se robustece en ideologías estatales aparentemente arcaicas, ha de ser capaz de olvidar el pasado y desechar su eterno retorno.