Hará cosa de un año y medio, mi amiga Victoria Álvarez me pidió ayuda para fabricar un libro a cuatro manos sobre sus aventuras en Pujolandia, que no terminaron con su separación de Junior ni sus denuncias contra éste por mangante, ya que las amenazas anónimas del mundo nacionalista siguieron produciéndose durante bastante tiempo --si es que no continúan a día de hoy--, ya fuese en forma de cartitas siniestras, llamadas telefónicas o, en cierta ocasión, la colocación de un gato muerto en el capó de su coche. Vicky quería un libro humorístico porque, según ella y pese a las amenazas, el mundo de los Pujol tenía mucho más que ver con José Luis Torrente que con la familia Corleone.
Me sorprendió que ninguna editorial le hubiese propuesto un libro así, ya que un relato en primera persona sobre la otrora primera familia de Cataluña podía ser un documento sociopolítico de lo más interesante. Curándome en salud, antes de ponernos a currar, llamé a algunos editores para hablarles del proyecto: todos se me quitaron de encima con una excusa u otra, pero se olía el temor a los Pujolones al otro lado de la línea. Fui a ver a una conocida agente literaria barcelonesa para hablarle del asunto y me dijo que daría unas voces al respecto y me diría algo: no ha vuelto a dirigirme la palabra desde la mañana en que la visité en su despacho. Todo parecía indicar que los Pujol, pese a haber caído en desgracia el patriarca y haberse demostrado la tendencia al latrocinio de los hijos, conservaban una notable influencia en la sociedad que tanto habían contribuido a envilecer. Desde entonces, a Vicky le han ido yendo las cosas cada vez peor, hasta el punto de que está sin trabajo y es como una apestada en el mundo laboral, donde nadie quiere saber nada de ella para no ofender a una pandilla de delincuentes.
Recientemente, Victoria ha puesto en marcha un crowdfunding para pagar deudas --algunas de ellas relacionadas con la encerrona de Alicia Sánchez Camacho en el restaurante La Camarga--, y los digitales del odio han informado ampliamente al respecto y con mal disimulada satisfacción. Mi amiga está en la ruina, ningún partido político se interesa por su situación y estudia en estos momentos una oferta de trabajo en Córdoba. Su primer intento de denunciar las trapisondas de Junior ya marcaba el rumbo de lo que le sucedería a continuación: se fue a ver a Daniel de Alfonso --zar anticorrupción nombrado por Artur Mas, al que luego puso los cuernos con el ministro Fernández Díaz: un tipo de fiar, evidentemente--, quien archivó el papelamen aportado por la denunciante y nadie sabe qué hizo con él. Victoria tuvo que irse a Madrid para que las cosas se movieran un poco, aunque tampoco mucho, ya que Pujol ha acabado reuniendo fuerzas para reivindicarse a sí mismo y los chavales, salvo alguna breve estancia en el trullo, siguen dedicados a sus turbios asuntos.
Esta historia lanza un mensaje muy claro a la sociedad: si usted colabora con la justicia, no espere el agradecimiento de nadie, y sí la venganza de los delincuentes, sus amigos y una clase política española que parece tener bastante que ocultar en el caso que nos ocupa. Ante este ejemplo de cómo funcionan las cosas, creo que el próximo que piense denunciar algo grave se acabará absteniendo o, en todo caso, optará por vender su silencio al estafador de turno. A nadie podrá extrañarle y ambas partes se ahorrarán problemas.