El 40º aniversario de la aprobación en referéndum de la Constitución, la que ha permitido que España goce del mayor periodo de libertad y prosperidad de la historia, se ha celebrado envuelto en varias paradojas.
La primera es que ha coincidido con la irrupción parlamentaria por primera vez en la democracia de un partido de extrema derecha, Vox, en el Parlamento de Andalucía. De inmediato, al contar las fuerzas de derecha con mayoría absoluta si se suman todas ellas, se ha planteado el dilema de pactar o aislar a la extrema derecha, una alternativa que los grandes países europeos siempre habían resuelto con el aislamiento de los extremistas. En Alemania, la derecha clásica se niega a pactar con la xenófoba Alternativa para Alemania y en Francia nunca los partidos de derecha han llegado a un acuerdo con el Frente Nacional de la familia Le Pen (antes Jean-Marie, ahora Marine). Pese a algunas tentaciones de romperlo, siempre ha funcionado el llamado pacto republicano que tan bien expresó en una frase famosa el ministro de Comercio Exterior de Jacques Chirac y exalcalde de Lyon, Michel Noir, quien en mayo de 1987 escribió en una tribuna en Le Monde: “Es preferible perder las elecciones que perder el alma”.
Por eso, Manuel Valls, que conoce perfectamente esa tradición, se ha opuesto con contundencia a los coqueteos de Albert Rivera y Ciudadanos con Vox. “Estoy seguro de las convicciones de Ciudadanos: no puede haber ningún pacto con Vox”, dijo en la SER el candidato a la alcaldía de Barcelona. Rivera, sin embargo, aseguró que “con cinco partidos, sería una irresponsabilidad descartar todos los escenarios encima de la mesa”, en respuesta a una pregunta sobre un eventual pacto con Vox. Algunos dicen que es solo una estrategia de presión para forzar al PSOE a facilitar un Gobierno PP-Ciudadanos, pero solo la posibilidad del pacto produce escalofríos.
La segunda paradoja es que Rivera se permite excluir al PSOE, o al sanchismo, del constitucionalismo, cuando el socialista sigue siendo el partido que ha gobernado más años (21) en los 40 de vigencia de la Constitución y una de las dos fuerzas políticas que han edificado el edificio constitucional. Rivera emula con esa exclusión a José María Aznar, que incluye a Vox entre los partidos constitucionalistas y expulsa al PSOE, él, que no votó la Constitución y la criticó en varios artículos de prensa cuando se redactó y aprobó.
La tercera paradoja la encarnan los independentistas catalanes. Los que violaron la Constitución y el Estatut hace un año, se atreven ahora a dar lecciones de constitucionalismo, como el ínclito Gabriel Rufián, que acaba de decir que quienes defienden la “jaula” de la Constitución no son constitucionalistas, sino cínicos. También el presidente de la Generalitat, Quim Torra, calificó en Twitter la Constitución de “jaula” y de “prisión” y se fue a Eslovenia a apoyar la vía eslovena hacia la independencia, una vía que incluyó una guerra de días días --breve, pero guerra-- y algo menos de un centenar de muertos.
La cuarta paradoja tiene que ver con la reforma de la Carta Magna. Los sucesores de Aznar, convertido al constitucionalismo más intransigente años después de rechazar el texto, son ahora quienes se arrogan la defensa de la Constitución y se oponen a su reforma. Como Pablo Casado, que advirtió el jueves, día del aniversario, que el PP vetará cualquier reforma que no sea un mero retoque. En este punto también desborda por la derecha a Mariano Rajoy, que nunca estuvo por la reforma pero se abrió al menos a discutirla, o a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, favorable a la revisión si hay consenso.
Y, sin embargo, la Constitución necesita una reforma. Pero no por ese argumento ridículo de que la mayoría de los españoles no la votaron --¿cuántos estadounidenses votaron la Constitución de Estados Unidos, con más de dos siglos de vigencia?--, sino porque es de las que menos se ha reformado en Europa y es preciso adaptarla a los cambios políticos, sociales y territoriales que se han producido en España en estas cuatro décadas. Esto es tan evidente como que, por el momento, no hay consenso para hacerlo. Pero el consenso no se consigue si no se busca y menos si ni siquiera hay intención de encontrarlo.