Es proverbial y consabido que, en cada mutación económica de Barcelona, la alcaldesa Ada Colau es una hipoteca. Ahora se acerca un movimiento de sillas en el consejo de administración de Fira Barcelona, con Pedro Fontana de aspirante y José Luis Bonet de presidente saliente. Es un relevo consensuado por la Cámara de Comercio, la corporación a la que corresponde proponer los cambios en el consejo ferial; pero este movimiento de piezas exige el plácet de ayuntamiento y Generalitat, los accionistas mayoritarios del consorcio Fira. Colau no ha mostrado interés por el gran escaparate de la economía catalana (Alimentaria, Mobile World Congress, Automóvil, etc.) y la Generalitat no está en nada que no sea el empecinamiento republicano de sus machacones políticos. Así, entre dos aguas procelosas, Fira Barcelona mantiene el tipo, gestionada por empresarios, pero ignorada con vehemencia municipal y misantropía nacionalista.
Han sonado varios aspirantes a presidir el consejo de Fira que enmarcan opciones ideológicas de fondo, con nombres como Enric Crous, Agustín Cordón (ex director general), Kim Faura, Carles Vilarrubí o Enrique Lacalle, entre otros. En las sesiones de los plenos de la Cámara de Comercio que han abordado el tema, ha quedado claro que el nuevo presidente de Fira no puede estar sujeto a incompatibilidades. El ejemplo paradigmático es el delegado de Telefónica en Cataluña, Kim Faura, un exaspirante que, al depender de la operadora, podría permitir el traslado de salones tecnológicos a Ifema-Madrid por presiones de Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica. Partiendo de este dato, los miembros del pleno de Cámara de Comercio de Barcelona, han acordado que el próximo presidente de Fira sea un patricio, es decir un manager sin ataduras (siempre que sea posible la cuadratura de este círculo) o un empresario privado.
La misma Cámara de Comercio vive en su comité ejecutivo la proximidad de un cambio en idéntica dirección. A su presidencia está optando Carles Tusquets, socio español del banco Mediolanum. Es el más significativo y consensuado de los aspirantes que han decidido dar un paso al frente y optar a la presidencia de la institución cameral, tal como han hecho anteriormente el abogado y economista Ramon Masià y el empresario José María Torres, presidente del grupo Numintec; pero estos dos nombres y otros se desvanecen al advertir el amago de Tusquets. El fundador de Fibanc y actual presidente de la Asociación Europea de Asesoría y Planificación Financiera (EFPA), también fue en su momento presidente del Cercle d’Economia. Hoy lidera una candidatura a la cámara "renovadora, integradora” bajo el lema "Creamos futuro". Tusquets y el mismo Fontana son una garantía de futuro para la marca Barcelona, como eje de los negocios del Mediterráneo, en un momento de debilidad orgánica causada por la tensión política que mantienen el Govern de Torra y las instancias civiles que le ofrecen cobertura en las calles.
El cambio en el órgano mercantil de Fira es inaplazable y la llegada de Fontana a la presidencia definiría el contexto de continuidad respecto a Bonet y al anterior presidente del mismo consejo, el recordado Jaume Tomàs. A Fontana le avala un CV sin ambigüedades: fue alto cargo en BBVA, presidente de Banca Catalana, ex presidente del Cercle d’Economia, miembro del COOB 92 y hasta hace pocas semanas número dos ejecutivo de Elior Group, la plataforma holding de Areas, creada por Emilio Cuatrecasas. El relevo en las instituciones económicas de Cataluña se pondría en marcha al fin: Carles Tusquets por Miquel Valls en la Cámara de Comercio; Fontana en Fira y Josep Sánchez-Llibre, que relevaría a Gay de Montellà en Fomento del Trabajo Nacional (la gran patronal catalana). Superada la canícula, con la rentrée llegará movida. El movimiento de tierras que suponen estos cambios, representa, además de una ventana abierta al futuro, el regreso de los patricios, la rebelión tranquila que aporta conocimiento donde hubo imaginería en los años del vapor. Nos une de nuevo a la Llotja, sede monumental de la antigua Junta de Comercio, fundadora de humanidades y politécnicas que colocaron a la ciudad en el mapa del conocimiento.
Barcelona no es Veracruz. Aquí no huele a vainilla ni existe ninguna Mulata de Córdoba, aquella mujer de las crónicas de ultramar, que pintó un barco en la celda de su cárcel y se escapó en él, tal como dejó escrito el testimonio de Mauricio Wiesenthal. Pero la capital catalana se merece la oportunidad que le brindan ahora algunos de sus mejores hijos: la vuelta al cosmopolitismo de los proyectos de todos, impulsados por unos cuantos realmente capacitados para empuñar el timón. El regreso del modelo público-privado que nos hizo fuertes y que ha sabido mantener a raya las líneas rojas de la corrupción y del 3% de los padres putativos del procés (en más de un sentido).
La cámara de los años sesenta y setenta del siglo pasado fue en su momento una de las pocas palancas de progreso en un país sin estadística y en estado de emergencia, marcado por la convertibilidad de la divisa (la peseta), tras la larga noche de la autarquía económica. La corporación de aquel tiempo se relanzó al unir bajo un mismo techo las viejas cámaras del comercio y de la industria. Entonces, bajo la presidencia de Andreu Ribera Rovira, la ciudad de los negocios acabó superando sus enigmáticas recaídas en la melancolía. Barcelona tiene algo de Estambul y de Milán al mismo tiempo, está cercada por la dualidad del yodo y del potasio: es la ciudad muralla-art Decó y, a la vez, el hinterland de maravillosos entornos portuarios e industriales, que muestran con orgullo su huella comercial tan antigua como el Consulado de Mar o la Taula de Canvi.