Lúgubre Grecia
En el tema de Grecia, lo que me resulta inquietante es si se tiene que aceptar como algo inevitable que haya diferentes niveles de desarrollo en los diferentes países. O dicho de otra manera, si el ideal de que en un futuro todo ser humano pueda aspirar en lo material a una vida digna independientemente del lugar en que haya nacido es una utopía imposible. Y esta preocupación vale también para España y de forma muy especial, para sus diferentes territorios.
Véase en Grecia como el referéndum no ha podido modificar la disyuntiva existente hasta entonces: o reformas o salida del euro
Hace tiempo, David Ricardo, John Stuart Mill y otros seguidores de Adam Smith establecieron la teoría de la ventaja comparativa para analizar el comercio internacional. Esta teoría establece que en un contexto de libre comercio internacional, los países se especializan en aquellos productos en que tienen una ventaja comparativa respecto a los demás, dando como resultado un nivel global de producción superior al que resultaría si cada país se esforzara en producir por sí mismo todos los productos que necesita su población.
El problema viene cuando la balanza de pagos de un determinado país es crónicamente deficitaria, que es lo que resulta cuando no coloca en el exterior un volumen de ventas suficientes para compensar sus compras en el extranjero. Para financiar ese déficit tendrá que recurrir a préstamos externos, cosa que si se prolonga en el tiempo, es una forma de asumir una relación de dependencia respecto al exterior.
En un mercado interior, las diferencias en velocidades de desarrollo entre los territorios se resuelven con la emigración. Y aprovecho esta consideración para expresar que yo soy de la creencia de que la emigración interior es uno de los hechos capitales de la historia de España del siglo XX, en base a la cual se explica mucho de lo que políticamente nos acaece.
En los tiempos de las monedas nacionales, se podía jugar a la devaluación, que era una forma de retrasar los efectos del déficit de la balanza de pagos sobre la economía interior. En los tiempos de la moneda única, hay que enfrentarse a la cruda realidad de forma inmediata.
Para mí, la cruda realidad es que los países llamados ricos no lo son porque les haya caído la lotería. Lo son porque desde hace siglos han sido asiento de unas prácticas que les han hecho liderar en el planeta la creación de riqueza. Porque han gozado de una estabilidad política, tienen una masa crítica de individuos con visión empresarial, con la capacidad de inventar nuevos productos y servicios y el sentido organizativo necesario para levantar nuevas empresas. Y de ahí el desequilibrio en las relaciones comerciales internacionales. Si el valor de lo que produce un país, por tecnología, diseño o capital necesario para producirlo, es superior a lo que produce otro, se dará inevitablemente una relación de dependencia financiera ante la que las apelaciones al orgullo nacional de nada sirven. Véase en Grecia como el referéndum no ha podido modificar la disyuntiva existente hasta entonces: o reformas o salida del euro.
En relación a la imposición al Estado griego de una serie de reformas, observo que se reproducen a menudo los discursos realizados desde el más puro analfabetismo económico, que ponen el grito en el cielo contra la maldita austeridad. Parece que se cree que el Estado es poseedor de las riquezas, que él es el encargado, desde una función paternal, de suministrarlas al pueblo y que al escoger, como si fuera una opción entre varias, el camino de la austeridad, esté privando a los ciudadanos del bienestar que se merecen, bien por fastidiar, bien por aferrarse a un celo puritano caprichoso comparable a rezar el rosario asiduamente. Cuando se habla de austeridad, se refiere a austeridad del Estado, para que los recursos no estén en manos del Estado dedicándolos a sus intereses políticos (permanencia en el poder del grupo de turno), sino que estén en manos de los particulares y éstos los puedan dedicar a la economía real (empresas invirtiendo, ciudadanos consumiendo). Algunos creemos que apuntar en la dirección de una economía sólida pasa por ahí.
Thomas Carlyle definió la economía como la ciencia lúgubre (dismal science) al conocer las teorías de Malthus, ya que parecía servir solamente para demostrar que la mayoría de la población estaba condenada a la pobreza. Afortunadamente, estas teorías no resultaron ser ciertas y desde entonces, en ciertas partes del mundo, se ha producido un desarrollo que ha llevado la prosperidad a amplias capas de la población.
Pero como he desarrollado en este artículo, existen, entre las diferentes zonas del planeta, desequilibrios culturales y de puntos de partida (nivel de conocimientos, infraestructuras y muchos otros aspectos) que ponen difícil la integración de los países más rezagados en unas relaciones equitativas.
¿Serán las reformas estructurales suficientes para cerrar la brecha? Si alguien dispone de más información, me gustaría conocerla.