Pensamiento

Toca hacer Historia (II): 500 aniversario de la muerte de Fernando II

13 marzo, 2014 08:52

Continuemos la serie iniciada aquí regresando a la importancia del relato del pasado compartido como requisito para la construcción de un proyecto de futuro. Afirmábamos entonces que a la Cataluña no nacionalista le faltaba un relato alternativo. Una de las causas, si no la más importante, es la falta de una Historia española compartida por todos los españoles. En democracia se ha hecho una tarea loable para desacreditar las invenciones franquistas, pero ahora toca construir. Y en este punto hay que ser ambicioso: La Historia de Cataluña que reclamamos tiene que liderar el bastimento de esta Historia de España que aún falta.

El 23 de enero de 2016 se cumplirán 500 años de la muerte de Fernando II el Católico. Esta conmemoración representa una oportunidad casi única para que precisamente desde Cataluña se asuma este liderazgo. Y habrá que hacerlo antes de que otros se avancen.

No se tratará tanto de una tarea de investigación, no hay de hecho tiempo para eso ya, y además contamos con excelentes biografías como la del catedrático Ernest Belenguer por no hablar del legado de Jaume Vicens Vives, sino de difusión. Para que desde Cataluña se lidere esta empresa habrá que transmitir en toda España con la mayor eficacia posible cuatro ideas-fuerza.

Convendrá mucho remarcar este punto: La enemistad que desde entonces se emprendería durante dos siglos entre la Corona de España y Francia es básicamente una herencia catalana

En primer lugar, y centrándonos en el ámbito estrictamente catalán, habrá que ponderar la efectividad de las políticas de Fernando II para enderezar un país devastado por la guerra civil de 1462-1472 y el segundo alzamiento redentor. Primera idea-fuerza, pues: Enderezo catalán.

En cuanto al alcance de la unión dinástica en política interior, el surgimiento de lo que los contemporáneos fueron denominando Corona de España, no significó mucho más, Inquisición y expulsión de judíos al margen, que la compartición del monarca, que tampoco es poco. No se dio ningún paso relevante, más allá de importar alguna institución, ni para uniformizar ni para unificar los diversos reinos peninsulares. El mismo Fernando II vehementemente aconsejaba a su sucesor en su último testamento que respetara las realidades forales. O sea: Respeto de los fundamentos del sistema político de cada uno de sus reinos.

Es, en cambio, en política exterior donde podemos empezar a hablar de una auténtica unificación española, liderada por Fernando II más que por Isabel I. Una unificación paradójica. Vista la debilidad de la Corona de Aragón en comparación con la de Castilla, como las humillantes capitulaciones de Cervera que arreglaron el matrimonio de los reyes testimonian, se habría esperado que la unión hubiera llevado a la prevalencia de la política exterior castellana sobre la de la Corona de Aragón, que era sobre todo heredera de la catalana y barcelonesa. No obstante, especialmente una vez conquistada Granada, sucedió lo contrario. Armas y dinero castellano se pusieron al servicio de la tradicional política exterior catalana: intervención en Italia y, por lo tanto, inevitable rivalidad con franceses y angevinos. No era un trance fácil para Castilla, que tuvo que romper una centenaria amistad con Francia y aplazar la aventura africana. Convendrá mucho remarcar este punto: La enemistad que desde entonces se emprendería durante dos siglos entre la Corona de España y Francia es básicamente una herencia catalana.

Finalmente la cuarta idea que hay que comunicar concierne a la clarividencia geopolítica de Fernando II en relación con las posibilidades de supervivencia de sus reinos patrimoniales, los de la Corona de Aragón. A las maniobras de su francófilo yerno Felipe de Habsburgo, el Bello, quien sacrificó los intereses aragoneses para entenderse con Francia y era el ariete de los nobles castellanos que querían dejar a Fernando II, ya viudo, fuera de Castilla, el rey respondió con la firma con Francia del segundo Tratado de Blois (del que renegaría cuando dejara de ser útil). Había que romper la alianza francohabsburguesa. No podía haber un aliado de Francia, Felipe, en el trono de Castilla, incluso al precio de romper la unión de Aragón con Castilla. Había que prevenir como fuera la alianza francocastellana, aliándose o con Francia o con Castilla. La conclusión que se extrae es clara: La Corona de Aragón no habría soportado una alianza francocastellana y el mejor modo de prevenirla era aliarse con una de las dos, preferentemente con Castilla.

No tendría que sorprendernos que un contemporáneo suyo, un tal Maquiavelo, se hubiera dado cuenta de la inteligencia política de Fernando II. Esperemos que 500 años después todavía sepamos reconocerla. Sólo así seremos capaces de explicar en toda España que Fernando II enfrentó Castilla con Francia para asegurar la política exterior de la Corona de Aragón.