PJ Harvey, la jefaza del empoderamiento
La artista británica sacudió el panorama del 'rock' hecho por mujeres con 'Rid of me', un disco descarnado, feroz, vulnerable e implorante de cuya publicación se cumplen treinta años
26 marzo, 2023 19:05Durante muchos meses, años incluso, se sintió obligada a explicar una y otra y otra vez PJ Harvey que aquel disco no era en puridad autobiográfico, si bien respondía a su intención de “explorar las relaciones humanas y lo desastrosas que pueden llegar a ser”. Lo cierto, sin que esto signifique que lo anterior fuese falso, es que en aquella época, en torno al año 1993, ella había vuelto a su localidad natal, Yeovil, en el Suroeste de Inglaterra, para pasar una temporada en el hogar familiar y tratar de sobreponerse a una devastadora ruptura amorosa que vino a ejercer del ejemplar trueno ensordecedor que le faltaba a su tormenta perfecta, pues acababa también de ser expulsada del Central Saint Martins College of Art & Design de Londres, donde se formaba como escultora, y además los compromisos derivados de la gran repercusión que había suscitado su debut discográfico, Dry, la habían dejado exhausta física y mentalmente.
Con los sentimientos de ese espectro emocional, de la vulnerabilidad en carne viva a una furia abrasadora, del deseo implorante al orgullo herido y rearmado, dio forma la artista a Rid of me con sus amigos Rob Ellis y Steve Vaughan y con un aliado que resultaría, cómo no, fundamental: el productor Steve Albini, al que la artista británica admiraba profundamente por los frutos de sus trabajos con bandas como los Pixies o aquella fugaz y gloriosa rareza que fueron Slint. Pronto hará 30 años de la publicación del álbum, un hito imprescindible dentro del rock hecho por mujeres en las últimas décadas y sobre todo, ya que esto no va de nichos, sino de música formidable sin más, uno de los discos ineludibles de los años 90.
Cualquiera que haya seguido su evolución sabe que PJ Harvey, con un sentido de la coherencia poco frecuente (cabe recordar aquí que la verdadera coherencia no es ni será nunca sinónimo de inmovilismo), ha ido explorando sin cesar distintas encarnaciones sonoras de su sensibilidad de un disco a otro. Y así podemos hablar de la oscura sensualidad de To bring you my love (1995), de la aproximación a las texturas orquestales y al folk de su tierra en un disco prácticamente conceptual sobre la Primera Guerra Mundial como Let England shake (2011), del pianismo despojado y casi gótico de White chalk (2007) o de Stories from the city, stories from the sea (2000), su disco, entre precavidas comillas, más feliz.
Siendo grandes discos –extraordinarios, de hecho, porque esta mujer no conoce hasta la fecha lo que es publicar un disco malo, ni siquiera uno simplemente pasable–, ninguno de esos trabajos recién mencionados alcanza la pasmosa plenitud derivada de la absoluta correspondencia entre fondo y forma que hace de Rid of me una obra tan especial e irrepetible, probablemente su obra maestra si sólo pudiésemos escoger un disco de su extensa y admirable trayectoria. Crudo y minimalista, emocionalmente intenso hasta casi la violencia y sexualmente explícito y desafiante, entre una suerte de blues-punk y lo que en aquel momento se dio en llamar rock alternativo –cajón de sastre que en este caso estaba lleno de la aspereza del hardcore y ciertos ecos del grunge que estaba ya a punto de emerger a la superficie del mainstream–, el disco fue, sigue siendo, un antológico golpe sobre la mesa, o más bien un latigazo que sacudió una escena que en aquel entonces estaba (muchísimo más que hoy) dominada por los hombres.
Dicen que Steve Albini, para que se hicieran una idea de sus intenciones, mandó una copia de Rid of me a Kurt Cobain y compañía antes de que la banda se metiera en el estudio a grabar con él In utero, el tercer disco de estudio de Nirvana. Y no es de extrañar, porque el álbum de PJ Harvey funciona también como síntesis perfecta del sonido, de la clase de alquimia en forma de energía indomable y orgánica que el productor y miembro de bandas como Big Black o Shellac convirtió en inimitable marca de la casa. Formado en los principios de la escena punk, Albini no ha sido nunca un productor al uso –él ni siquiera se siente cómodo con ese término: prefiere hablar de sí mismo como un catalizador–, y esto se entiende bien conociendo su método de trabajo: grabar rápido –en el caso de Rid of me las sesiones duraron sólo dos semanas–, y desnudar los instrumentos y otorgarles una potencia feroz, hasta el punto de que en el disco a veces la voz de Harvey suena casi enterrada por ellos, para darle de este modo a cada canción “un sentido de urgencia primitiva ritual”, como con gran precisión escribió alguien.
Y luego, claro, o por encima de todo, mejor dicho, está el formidable cancionero envuelto en ese sonido abrasivo y desafiante. El álbum se abre con un himno monumental dentro de la obra de Harvey, ese corte homónimo, Rid of me, o sea, “deshazte de mí”, con ese final exclamado furiosamente a capella, “lick my legs, I’m on fire / lick my legs of desire”, con el que tantas veces la británica ha dejado boquiabiertas y seducidas a miles de personas en sus conciertos, pues ciertamente el tema, siendo excepcional en su versión grabada, funciona en directo aún mejor, como apabullante síntesis del magnetismo y la energía que vibra en la música de nuestra rockera favorita.
El resto del repertorio está lleno de gemas que definieron por completo esta primera y esplendorosa etapa de su carrera, y en él se encuentran desde temas de tempo sereno e hipnóticos como Missed a piezas que se convirtieron en emblemáticas por su pegada urgente y filo-punkarra como 50 ft. Queenie o Yuri-G, pasando por soberbios ejercicios de aspereza como el de Rub ‘til it bleeds, zarpazos brutales como el de Snake, piezas tan desafiantes como Man-Size Sextet –en la que Harvey, cantando acompañada únicamente de un cello digno de Bernard Herrmann y adelantándose tres décadas a debates que el actual feminismo cree haber abierto, realiza con humor oscuro y esquinado una impugnación de la masculinidad tradicional y los roles de género–, o esa versión de Highway ‘61 Revisited que grabó para darles el gusto a sus padres, irredentos fans de Dylan, y a la vez contrariarlos, pues con su habitual osadía no necesitada jamás de aspavientos desfigura el tema original hasta el punto de hacerlo sonar tan crudo y agresivo como cualquiera de los escritos por ella.
En declaraciones a la prensa en el 93 con motivo de la publicación del disco, PJ Harvey ya advertía de que no se trataba de uno de esos que cualquiera pondría para relajarse. “Es pura fricción y está lleno de sentimientos incómodos, que es como me siento la mayor parte del tiempo”, dijo. Vaya si tenía razón. Sin embargo, a la postre, Rid of me trasciende, con mucho, la categoría de autobiografía sonora por medio de personaje exagerado interpuesto. Porque mucho más que un álbum imprescindible para entender el rock de los años 90, que lo es, o un manifiesto feminista que no admitía réplica, por supuesto que también, lo que hizo la artista británica, en última instancia, fue dejar bien claro a quien estuviese atento, y en efecto lo ha ido corroborando paso a paso desde entonces, que el suyo era un molde único y lo acababa de romper.