Arctic Monkeys: adiós, juventud
La banda de Sheffield comandada por Alex Turner, una referencia para los 'millennials', publica 'The Car', su séptimo disco, una obra de atmósfera cinematográfica sobre la desazón y el misterio
10 enero, 2023 18:10Uno: el tiempo vuela y nunca vuelve. Y dos: la esencia de Arctic Monkeys radica –siempre lo hizo, pero ahora es más evidente que nunca– en el fenomenal talento, el enorme carisma y las inquietudes musicales y vitales de Alex Turner. The Car, el esperadísimo séptimo y nuevo disco de la banda británica, pone sobre la mesa estas dos certezas dieciséis años después del trallazo de Whatever people say I am, that’s what I’m not, aquel espectacular debut repleto de guitarrazos urgentes, ansiedad post-adolescente, sudorosos clubes nocturnos, insolencia, frescura y canciones tan expeditivas como el puñetazo que ilustraba la portada del álbum.
Años después, en 2013, la publicación de AM convirtió definitivamente a Arctic Monkeys en la banda de rock más aclamada y referencial entre los millennials y a su líder en el niño mimado y cool por excelencia del rock inglés. En ese disco, Turner y sus colegas de Sheffield estilizaron sensiblemente sus composiciones, de las que desaparecieron las trazas más punkoides y garageras así como los ribetes de ese pub-rock beodo tan característico de las Islas, y ya entonces hubo –entre el sector más purista de sus seguidores– algunas cejas tímidamente enarcadas por ese nuevo sonido, minimal, depurado al máximo y como de estándar internacional, poco o nada british working class ya, o sea. Pero la solidez del disco y el protagonismo canónico que en él tenían (aún) las guitarras y la rotunda base rítmica cerraron el debate antes de que llegara a abrirse del todo.
Era cuestión de tiempo que el cisma en su público estallase, y esto es lo que sucedió definitivamente en 2018, cuando la banda publicó Tranquility Base Hotel & Casino (2018), un disco de retrofuturismo pop, teclados y sintetizadores vintage que parecía concebido bajo el influjo de los últimos Walker Brothers, aquellos en los que Scott Walker aún no ha había mutado en Coronel Kurtz del avant-garde pero comenzaba a deslizar en algunas canciones del grupo arriesgados arreglos atonales y otras extravagancias en el contexto del pop radiable.
Si ese penúltimo trabajo de la banda inglesa dividió a su público, gran parte del cual se quedó en el camino en su deseo de que Turner & Co. tocasen una y otra vez la misma tecla enérgica y nerviosa de los primeros tiempos, The Car viene a ratificar que esta nueva vía expresiva, lejos de representar para el grupo un desvío inesperado o un descanso en su ruta, es de hecho la dirección que da sentido ahora a las búsquedas creativas del grupo. Tampoco puede decirse que sorprendan estos derroteros, apuntados ya a las claras con The Last Shadow Puppets, el proyecto que montaron Turner y su amigo Miles Kane para dar rienda suelta a sus pasiones compartidas por el pop barroco, las suntuosas orquestaciones de los años 60, las bandas sonoras del cine de espías y el groove sexy-setentero, y que no tardó en pasar de divertimento elegantón a gozar de una sensacional repercusión.
“I just wanted to be one of The Strokes / now look at the mess you made me make”, cantaba Turner en el corte que abría Tranquility Base Hotel & Casino. Para que luego lo acusen de no haber avisado de que él estaba ya a otra cosa. ¿Más claro? “Fue como intentar ponerte una camisa que te ponías a los 17 y recordar por qué dejaste de usarla”, dijo en una entrevista, a propósito de un relativamente reciente intento (en vano) de componer junto al guitarrista Jamie Cook un disco a la vieja usanza, o sea, basado en los riffs de guitarra. Entendemos –en parte– las razones de quienes se sienten decepcionados al ver a un músico de innegable talento entregado en cuerpo y alma a una música que a sus propios padres en su juventud les podría haber parecido un muermo. Pero comprendemos –totalmente– que un creador huya de la repetición, la fórmula, el hastío, la muerte. Aunque sea, paradójicamente, explorando un registro clasicista y nostálgico que, por edad, pareciera no tocarle aún.
De modo que ahí tenemos al muchacho que antes se iba a fiesta deseando que alguna chica le rompiera el corazón, instalado ahora en un ático acristalado con vistas a la ciudad, fumando melancólicamente después de que se hayan sucedido todas las fiestas en todos los sitios de moda del mundo, mientras los hielos tintinean en el vaso y del gentío queda sólo un eco en el recuerdo.Reflexivo, lánguido, evocador y embriagado de romanticismo (a veces hasta rozar la excesiva afectación), The Car no es un disco para cualquier momento, ni desde luego tampoco para poner a botar a las multitudes en los macrofestivales como tantas veces ha hecho la banda británica.
Porque es poner el álbum y hacerse de noche. La portada, con ese lejano coche solitario en un parking rodeado de edificios, remite ya a la estética de thrillers de los 70 como La conversación, aquella obra maestra de Coppola olvidada demasiado a menudo, y cuya atmósfera de desazón, soledad y misterio indefinido sobrevuela también en este disco de profunda impronta cinematográfica que recuerda también, a veces, a las bandas sonoras más líricas del noir francés y el criminale italiano de los 60.
Turner –más crooner que nunca– y compañía –porque aquí los Arctic Monkeys son prácticamente una banda de acompañamiento del cantante y compositor– entregan un disco de sonido pulcro, delicioso si se escucha con cascos, envolvente por su cualidad atmosférica sin ellos, y en el que resuenan múltiples ecos: Burt Bacharach, Bowie, los Beatles, Morricone, soul de cámara, funk austero, ritmos de vals, Angelo Badalamenti… Una burbuja sonora vintage (de los 60 a los 70, en ida y vuelta) en la que el grupo suena dramático, espacioso, sofisticado, siempre al servicio de puntuar la base orquestal que marca el contenido y parsimonioso tono lounge.
Uno diría que The Car no es un disco llamado a cambiarle la vida a nadie. Tampoco es el que muchos deseaban. Nada de ello impide, claro, que sea un disco convincente y realmente hermoso. Y que a la corta edad de 36 años Alex Turner se nos ha hecho un señor de coñac, puro y batín de seda es, por otro lado, igualmente cierto. Pero ojo, que si a los productores de la próxima película de James Bond se les ocurre llamarlo para componer la banda sonora, lo va a bordar. ¿Dónde se firma?