El caso Friedkin
El documental 'Friedkin sin censuras' ahonda en la carrera de un cineasta espléndido, autor de 'El exorcista', que cayó en la irrelevancia
10 enero, 2023 19:23A principios de los años 70, parecía que el cineasta norteamericano William Friedkin (Chicago, 1935, hijo de inmigrantes ucranianos) se iba a comer el mundo tras haber empalmado dos exitazos de público y crítica como The french connection (1971) y El exorcista (1973). Pero su siguiente película lo iba a convertir en algo muy parecido a un paria en Hollywood, donde vales lo que ha recaudado tu último largometraje, y Carga maldita (1977) fue un fracaso mayúsculo que, si no acabó con su carrera, sí la convirtió en un recorrido accidentado que concluyó en el 2011 con la tan espléndida como ignorada Killer Joe. El peculiar hundimiento profesional del señor Friedkin siempre me había intrigado, y por eso me tragué la otra noche en Movistar el espléndido documental Friedkin sin censuras (Friedkin uncut), producción italiana del 2018 que resume de forma muy didáctica la carrera y la manera de ir por el mundo de ese hombre que lo tuvo todo y lo perdió casi todo.
Friedkin admiraba al cineasta francés Henri Georges Clouzot, y lo demostró con Carga maldita, un remake de una de las dos películas más célebres del señor Clouzot, El salario del miedo (la otra es Las diabólicas, que también sufrió una nueva versión made in Hollywood que daba bastante grima). Roy Scheider sustituyó a Yves Montand y se cambiaron muchas cosas del original, pero el resultado fue una película de acción muy apreciable que, curiosamente, no apreció prácticamente nadie. Ese mismo año, 1977, lo petó en la taquilla mundial la primera entrega de La guerra de las galaxias, que iba a enviar al cubo de la basura, junto al Tiburón de Spielberg, ese tipo de cine que practicaba gente como Francis Coppola (que aparece en el documental), Martin Scorsese o Brian de Palma (que hay que reconocer que puso mucho de su parte para hundirse). Carga maldita fue utilizada por el establishment de Hollywood para denunciar la excesiva libertad que se les estaba concediendo a los directores con pujos de autor, aunque hubo que esperar hasta 1980 y La puerta del cielo, de Michael Cimino, para que la gran bofetada con la mano abierta de la industria cayera en la mejilla de cualquiera que, desde el punto de vista empresarial, pretendiera pasarse de listo.
Rozar el ridículo
Friedkin sobrevivió a Carga maldita y recuperó parte de su poderío con Cruising (A la caza, 1980) y Vivir y morir en Los Ángeles (1986). Pero la primera, una historia de crímenes entre la comunidad sadomasoquista del colectivo gay, sentó como un tiro entre un elevado número de homosexuales molestos por la imagen que, según ellos, se transmitía del colectivo, y hubo protestas públicas y peticiones de que la película se retirara de los cines, aunque solo era un dignísimo thriller ambientado en la escena bondage del inframundo gay y contaba con una excelente interpretación de Al Pacino en el papel de un policía de incógnito al que el caso se le escapa de las manos y lo atormenta de una forma tan profunda como inquietante.
La segunda, una brillante película de acción protagonizada por los entonces desconocidos William Petersen y Willem Dafoe, fue considerada un producto de serie B y tratada como tal por público y crítica. De todos modos, lo peor aún estaba por llegar. En 1995, Friedkin dirigió un film espantoso, Jade, que rozaba el ridículo, si es que no incurría directamente en él. Después de eso, algunos encargos más o menos bien resueltos como Rules of engagement (2000) o The hunted (2003) y dos cintas magníficas, pero baratas e ignoradas, como Bug (2006) y Killer Joe (2011), con la que se acabó, aparentemente, la carrera del señor Friedkin.
Sin síntomas de amargura
Durante los últimos años, gracias a su amistad con el director de orquesta Zubin Mehta (que aparece también en Friedkin uncut, donde no se hace la menor referencia, curiosamente, a los años en que el cineasta convivió con Jeanne Moreau), nuestro hombre se ha reciclado en dirigir óperas, que deben haberle ayudado a soportar que en Hollywood ya lo hayan dado por muerto.
Friedkin empezó su carrera cinematográfica como documentalista y la terminó también como tal. Su última producción fue El diablo y el padre Amorth (2017), retrato de un exorcista auténtico con grabación incluida de algunos de sus casos más sonados (Friedkin se confiesa creyente). Y en 1975 rodó Conversation with Fritz Lang, en la que el viejo cineasta alemán que se exilió por miedo a Hitler tras rodar El doctor Mabuse se explayaba a gusto sobre su largo y complicado pasado, reconociendo, extrañamente, que le gustaban más sus películas americanas que clásicos germánicos como Metrópolis o M, el vampiro de Duseeldorf.
Tras ver Friedkin uncut he conseguido entender un poco mejor la irregular carrera del señor Friedkin, el hombre que pudo reinar. Y me alegra observar que no se le ve en absoluto amargado y que da gracias a Dios por todo lo que le han dejado rodar en esta vida. Es poco probable que a su avanzada edad le dejen volver a acercarse por un rodaje, pero la cosa no le preocupa demasiado. Sigue admirando a Clouzot, aunque se hundió por intentar rendirle homenaje. Otro personaje curioso del que nos encargaremos la semana que viene, a raíz de la presencia en Filmin de La prisionera (1968), la última película que rodó en su vida y la primera en recurrir al color.