Jim Carroll
Carroll, autor de 'People who died', contó con amigos ilustres para seguir adelante y fue sobre todo un poeta y un autor de textos memorialísticos brillantes
4 octubre, 2021 00:00Si Laurie Anderson consiguió pasar a la historia de la música pop con una sola canción, O Superman, algo parecido puede decirse de Jim Carroll (Nueva York, 1949-2009) y su People who died, portentoso himno al desastre adolescente que consiste, básicamente, en un inventario de todos sus amigos muertos antes de tiempo por culpa de las drogas, el alcohol, las enfermedades o las simples meteduras de pata. En cierta medida, esa canción de 1980 --incluida en el primer álbum de The Jim Carroll Band, Catholic boy, en cuya portada se ve a nuestro hombre abrazado a sus provectos progenitores-- es la versión lumpen de la célebre Walk on the wild side, de Lou Reed; la diferencia radica en que Reed hablaba de las estrellas de la Factory de Andy Warhol y Carroll, de unas personas de las que ya solo se acordaba él años después de haberla diñado.
Jim Carroll nunca fue exactamente un músico, sino un poeta y, sobre todo, un excelente escritor de textos memorialísticos: destaca entre ellos el soberbio The basketball diaries (1978), llevado al cine en 1995 con Leonardo di Caprio en el papel del Jim adolescente que se inició en la heroína a los trece años y que, mientras destacaba como jugador de baloncesto, se financiaba su siniestro habito ejerciendo de chapero para homosexuales de portal y retrete. De joven fue un personaje secundario del underground neoyorquino, dejándose caer por la Factory y compartiendo piso con Patti Smith y Robert Mapplethorpe mucho antes de que fueran famosos. Para él, la música solo fue una manera más de explicar sus historias, sus páginas vividas, sus andanzas como superviviente de una época y un lugar por los que deambulaba ligeramente perdido, pero con una actitud fatalista, teñida de un extraño humor negro, con la que consiguió ir tirando hasta que un ataque al corazón le sorprendió ante su escritorio, trabajando en lo que sería su novela póstuma, The petting zoo, que la crítica norteamericana masacró y nunca ha sido traducida al español (Los diarios del baloncesto los publicó en su momento mi amigo Juanjo Fernández, patrón de la revista Star, en su colección Star books). Llevaba años divorciado de su mujer y su vida era prácticamente la de un ermitaño en la gran ciudad.
Aunque publicó cuatro o cinco discos al frente de la Jim Carroll Band, la gente solo se acuerda de People who died, una catástrofe hecha canción que, curiosamente, conseguía generar una peculiar euforia en quien la escuchaba. Nunca se me olvidará una noche de 1981 en Los Ángeles en la que, tras salir de un bar totalmente cocido, me subí al coche de mi compañero de copas, José María Martí Font, y al poner éste el vehículo en marcha se disparó la radio y sonó People who died, que me hizo compañía mientras atravesábamos Hollywood Boulevard y la mezcla de la música en los oídos, el alcohol en el cerebro y el viento en la cara me hizo experimentar la engañosa sensación de que todo me iba a ir muy bien a partir de entonces. Grande e inesperado subidón que duró lo que una inhalación de popper, pero que aún recuerdo a día de hoy, cuando ya tengo más años de los que acarreaba el pobre Jim cuando palmó ante su escritorio mientras escribía un libro que nadie compraría.
Bueno, puede que sus amigos sí: Keith Richards, que le echó una mano para obtener un contrato con una discográfica; John Cale, que hizo una estupenda versión de su himno para la película de Manuel Huerga y Francisco Casavella Antártida; Lou Reed, que le acompañó a la guitarra y los coros en una actuación en directo; y puede que también Johnny Depp, que cantó People who died con su grupo de rockeros provectos The Hollywood Vampires.
Jim Carroll no es más que una nota a pie de página en la historia del rock y de la literatura, pero le bastó con poner una pica en Flandes en ambas disciplinas para ser recordado entrañablemente por unos cuantos a los que, en determinados momentos, consiguió llegarnos al alma con sus recuerdos de adolescencia y una canción sencilla, pero eficaz y emocionante, que solo explicaba desgracias en un tono extrañamente eufórico y cuyo estribillo machacón se nos ha quedado grabado para siempre porque nos recuerda a nuestras propias bajas generacionales: Those are people who died, died (cuatro veces), They were all my friends, they just died.