Laurie Anderson

Laurie Anderson

Música

Laurie Anderson

Es imposible calificar a la cantante de Illinois de maravilla de un solo éxito, dado que su peculiar carrera, a menudo difícil de seguir y disfrutar, es un ejemplo de coherencia vanguardista

27 septiembre, 2021 00:00

En cierta ocasión, Orson Welles le dijo a Peter Bogdanovich que, en la vida de un cineasta, bastaba con una sola película buena para justificar toda una carrera. ¿Puede decirse lo mismo en el caso de la música pop? Yo creo que sí, como demuestra la existencia de tantos one hit wonders, artistas que deslumbraron (o arrasaron en las listas de éxitos) y de los que luego nunca más se supo.

Es imposible calificar a Laurie Anderson (Glen Ellyn, Illinois, 1947) de maravilla de un solo éxito, dado que su peculiar carrera, aunque a menudo difícil de seguir y disfrutar por el oyente medio, es un ejemplo de coherencia vanguardista y de profundidad textual y sonora, pero yo no la admiraría tanto como la admiro si nunca hubiese compuesto O Superman (con la que abría su álbum de 1982 Big science), que es una de las piezas más emotivas, bellas, fascinantes e hipnóticas que jamás hayan escuchado mis orejitas: vuelvo a ella a menudo, y a veces hasta escucho entero el elepé que la contiene, y siempre me parece una canción concebida en estado de gracia, en uno de esos momentos que la vida te concede con cuentagotas y que hay que pillar al vuelo.

Pese a su letra críptica, su extraña estructura musical, su inusual duración (más de ocho minutos) y su condición de artefacto sonoro y sentimental no identificado, O Superman (dedicada al compositor francés Jules Massenet) llegó al número dos de las listas de éxitos británicas y es, sin duda alguna, el tema por el que se recordará siempre a su autora: un clásico instantáneo, etéreo y evocador.

Laurie Anderson llegó a la música desde el mundo del arte contemporáneo y la performance. Estudió Historia del Arte, escribió para la prestigiosa revista Art Forum, disfrutó de una beca Guggenheim y hasta ha recibido financiación de la NASA para sus estudios y proyectos. En principio, nada tenía que ver con el rock. Cantaba y tocaba el violín, sí, pero nunca formó un grupo y siempre colaboró con gente del mundo del arte y del teatro, grabando algunos discos que apenas tuvieron distribución más allá de ambientes tan selectos y vanguardistas como marginales.

De hecho, Big science es lo más parecido a un disco, digamos, normal que se puede encontrar en toda su carrera, que frecuentemente deriva hacia el spoken word, género difícil donde los haya y en el que la música deviene un puro decorado para lo que se está diciendo, que en el caso de Anderson es siempre interesante, pero no de fácil acceso para el oyente medio (y más aún en los tiempos que corren): su poesía es críptica, por usar un término suave, y sugiere más de lo que muestra, aunque siempre queda clara en ella su obsesión por el destino del planeta en general y de los Estados Unidos de América en particular.

Laurie Anderson ha colaborado con el Kronos Quartet, ha dirigido una película-concierto, Home of the brave (1986), que constituye una excelente introducción a su peculiar universo, y hasta ha grabado el audiolibro de la novela de Don de Lillo The body artist (lo más normal del mundo si tenemos en cuenta que las visiones de la existencia de Anderson y DeLillo se solapan de manera notable).

En 2008 se casó con Lou Reed y (casi) consiguió convertir a este sujeto sobrado e irascible en un ser humano consagrado a la fotografía y al taichí hasta su muerte en 2013. Reconozco que le he perdido un poco la pista desde hace algunos años y que no pude acabar de escuchar el último disco suyo que compré: si no puedo con el rap, tampoco tengo mucha paciencia para el spoken word. Pero me agarro a la teoría de Orson Welles para volver cíclicamente a O Superman, esa canción sin la cual mi vida habría sido sin duda un poquito peor.