Músicas

¿Es un buen momento para evadirse?

29 mayo, 2020 00:00

Voy a dejar de drogarme. No sé cómo hacerlo, lo confieso, pero soy consciente de que debería hacerlo por mi propio bien. Me lo juro cada día, antes de recaer, café en mano, en la maldita tentación a la que todos los periodistas sucumbimos sin excepción, conectando la radio, encendiendo la televisión o sumergiéndonos en la lectura de la prensa digital.

Lo digo muy en serio. Bueno, bastante en serio, ya me entienden, porque no pasa día sin que me sienta vergonzosamente derrotado, buscando desesperadamente cualquier sustancia que me ayude a evadirme de esta asquerosa realidad... ¿Quién me iba a decir a mí, maldita sea, que casi 40 años después de los excesos propios de juventud volvería a consumir, por culpa de un virus, drogas a mansalva?

Y pese a que me digo que de hoy no pasa, y que mañana las dejo, me es imposible, porque cada día resulta ser un mal día para dejar de……consumir LSD. Leo que los de la OMS dicen que nos preparemos, que el Covid-19 no va a desaparecer y que convivirá durante mucho tiempo con nosotros; que habrá rebrotes --en un happy birthday en Lleida, 20 de golpe---; que va a seguir muriendo gente, y que el repunte en otoño puede ser durísimo. Acto seguido repaso informes de las primeras autopsias rigurosas efectuadas a fallecidos durante la pandemia, en las que se descubre que el Coronavirus es mucho más que un patógeno que ataca selectivamente vías respiratorias y pulmones: también ataca y destruye órganos vitales a mansalva, corazón y cerebro, y deja secuelas ciertamente graves. Insoportable. Pues LSD al canto y Strawberry Fields Forever… ¿Quieren uno? ¿Gotita en papel secante, o una estrellita roja bendecida por el mismísimo Timothy Leary?

...Mascar botones de Peyote. Repaso las cifras que crecen, día a día, y siento vértigo. Más de 5.500.000 contagiados y unos 350.000 muertos en todo el mundo; 100.000 de ellos en EEUU, muchos más de los que perdieron la vida en la Guerra de la Independencia, unos 70.000, o en la Guerra de Vietnam, algo más de 58.000 en 20 años. Oficialmente, en España, algo más de 27.000 --aunque el Doctor Simon nos hurte 2.000 de golpe, por arte de birlibirloque--, pero todos sabemos que hemos rebasado, según datos actualizados de los registros civiles, las 43.000 defunciones, si damos por buena, además, la estadística de pensionistas que han dejado de malvivir contando céntimos...

Para colmo dicen los epidemiólogos que solo un 5% de españoles ha tenido contacto con el virus. Es decir, que somos un rebaño, pero sin la inmunidad del rebaño. Rebaño a secas, y digno de llevar cencerro al cuello, porque tragamos con todo, incluyendo el zafio trilerismo de un Gobierno de fantoches populistas, que con tal de salvar su culo, la poltrona y el poder, no duda en desprestigiar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado --cesando al coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos-- e intenta meter zarpa en el Poder Judicial que investiga su “hipotética” absoluta incompetencia y pasotismo en esta crisis  --¿verdad, Fernando Grande-Marlaska? Me cuesta asimilarlo, me supera. Me trago, sin apenas masticar, una docena de botones de peyote y me dedico a releer a Carlos Castaneda, a ver si con un poco de suerte me convierto en coyote o en cuervo y desaparezco del mapa.

...fumar marihuana. Me pongo a liar un canuto gigantesco, tipo trompeta, uniendo tres papeles king size, e intento comprender el complejísimo Plan Ponds de Desescalada en tres fases de 15 días de las luminarias intelectuales y expertos --¡anónimos!-- que deciden la hoja de ruta que nos deberá devolver a la “Nueva Normalidad Orwelliana”. Creo que ni con una docena de masters lograría entenderlo.

De hecho ni ellos mismos lo entienden; de ahí la cara de pésimo jugador de Mus de tercera que gasta Pedro Sánchez en sus comparecencias televisivas. Con medio país hasta la coronilla; mercadeo variopinto de apoyos al antepenúltimo, penúltimo y último, estado de alarma, con Inés Arrimadas y Gabriel Rufián, y Bildu, y quien se tercie, entrando y saliendo de escena; caceroladas; «cayetanos in action»; alarmas antifascistas contra los «cayetanos in action»; manifestaciones de Vox; vómitos y esputos de Echenique en las redes; 17 presidentes autonómicos reclamando casito y amenazando con dejar de respirar; empresarios desesperados subiéndose por las paredes y perplejidad generalizada, decido consumir el porro de marihuana en cinco descomunales caladas y sacar un billete en el Expreso de Marrakesh, junto a Crosby, Stills, Nash & Young. Y que les den, que les aguante su madre, que de santa no tenía un pelo y los parió de canto a todos en noche de tormenta.

...esnifar pegamento. Lo escucho en tertulias, lo leo por todas partes, es un bombardeo. La pandemia nos cambiará la vida. Nada será como antes. Sálvese quien pueda. Lo del Krakatoa de 1883 va a ser una minucia en comparación con la debacle de la economía a nivel general: más de 37.000.000 de parados en Estados Unidos, una guerra comercial USA-China que ni siquiera en medio del drama y la incertidumbre rebaja su intensidad (veto a los chips y semiconductores de Huawei), desplome del PIB en Europa --Alemania ya en recesión oficial--, el IBEX hecho un asco, salida de Nissan de Cataluña dejando 25.000 familias afectadas directa e indirectamente… Insoportable. Hiperventilo pegado a mi bolsa de plástico, y el pelotazo de pegamento Imedio me devuelve a la bendita idiocia cerebral, mientras Dave Gilmour me canta al oído esa insuperable canción de cuna que es Comfortably Numb.

…darle al crack. Aterrado, compruebo que ninguna de las drogas anteriores supone salvaguarda alguna ante el cretinismo, imbecilidad supina y merlucismo galopante de los políticos --casi todos ellos, a un lado y al otro, aunque unos mucho más que otros-- que pasaron de la lactancia en pecho materno a amorrarse como sanguijuelas a la ubre de la vaca pública, sin haber clavado un clavo en su vida. Políticos que son auténticos comedores de alfalfa; es decir: alfalfabetos. Escucho a Alberto Garzón, ministro de Consumo, soltar tan campante un disparate por el que habría que arponearle sin piedad en el lomo, desde Finisterre hasta la Antártida: “El turismo español es precario, estacional y con bajo valor añadido”. ¿Acaso ignora este ballenato diletante que estamos hablando de un sector vital que supone el 13% del PIB y el 12% del empleo de España? ¿Y este lumbreras es ministro, de verdad? Y luego, para colmo, Pablo Iglesias, el marquesito «marchista» --que se dedica con Pedro Sánchez a intercambiar en las redes, con decenas de miles de muertos sobre la mesa, sugerencias sobre series chupiguay de Netflix--, sale con su bálsamo de Fierabrás bajo el brazo, diciendo que el nuevo impuesto a las grandes fortunas servirá para pagar muchas cosas, y que los ricos estarán encantados de apoquinar cientos de millones y arrimar el hombro por patriotismo, solidaridad y amor a España. Y eso lo dice uno que lleva años denostando a Amancio Ortega y que jamás ha demostrado amor o consideración alguna por nuestro país. Mátame, camión. O no. Casi mejor me fumo todo el crack escuchando el The End de Jim Morrison y The Doors y a la mierda.

Podría seguir durante horas, pero se me acaban las drogas --mañana las dejo, lo juro--, y uno, que tiene cierta clase y dignidad, no se ve esnifando rayas de valeriana y manzanilla. No sé, quizá me serviré una lagrimita de whisky, a lo Haddock, agarraré un libro de Alan Watts, Huxley, Cioran o Russell, y me preguntaré, para variar, en qué momento se jodió el Perú de la evolución humana. Háganme caso e intenten evadirse con lo que tengan más a mano, intelectual o físicamente, e intenten vivir en un imperturbable aquí y ahora, al más puro estilo zen. Convivir con fantoches es peor que descender al noveno círculo dantesco.