La pregunta es la misma desde hace algunos años. ¿Por qué se pervierte la democracia? ¿Por qué los sistemas parlamentarios muestran una imagen de inutilidad tan evidente? Ante un diagnóstico común aparecen las recetas: primas electorales para el partido que gane las elecciones, con el objetivo de que no dependa de partidos pequeños que le hagan la vida imposible; cambio en las circunscripciones electorales; apuestas por sistemas mayoritarios a la británica, dejando a un lado los proporcionales; mimar a profesionales que sean capaces de abandonar el ámbito privado para servir a los ciudadanos desde la administración… Pero todo eso importa poco si el material humano escasea, si se prefiere la táctica al buen gobierno, si se busca únicamente salir de ésta, a corto plazo, como sea.

Pedro Sánchez peca de eso último. La gestión del Gobierno de la pandemia se podría calificar de razonable, dada su complejidad. Como bien ha señalado el ministro de Sanidad, Salvador Illa, lo que se conocía a mediados de febrero era muy distinto a lo que se sabe hoy. Y juzgar la gestión de las últimas semanas con los ojos de ahora sirve de muy poco, o es claramente ventajista. Sin embargo, el presidente Sánchez ha evidenciado sus límites, políticos y personales, con la aprobación de la quinta prórroga del estado de alarma. No necesitaba a Bildu, pero es que el Gobierno no debería entrar en ninguna cuestión que desborde el propio decreto del estado de alarma. Y no es sólo culpa de Sánchez.

Pero es cierto que si se pone a tiro un Gobierno, formaciones como Bildu o ERC buscarán un rédito que les permita competir con sus adversarios en el País Vasco y Cataluña. La reforma laboral, en el caso de Bildu, con una retórica que es la misma de Unidas Podemos y de su líder Pablo Iglesias, que está vacía de contenido, que expresa latiguillos superficiales, sin saber qué pasa en el mundo del trabajo. Y, respecto a ERC, la famosa mesa de negociación para abordar la “cuestión de Cataluña”, que no es tal, porque es el problema del “independentismo catalán”, cosa bien diferente.

La cuestión es que Sánchez quiso exhibirse de nuevo, con las abstenciones del grupo de Bildu y erró en el cálculo. Aunque forme parte del programa electoral del PSOE y del acuerdo de Gobierno con Unidas Podemos –cambios en la reforma laboral que se han considerado lesivos para los trabajadores, y por ello se apuesta por un nuevo Estatuto de los Trabajadores—intentar reflejar ese acuerdo electoral ya conocido junto a Bildu sin pensar que provocaría un terremoto dice poco de Sánchez. Es, justamente, lo que estaba esperando el PP, que nunca –vamos a decirlo claro—ha tenido ninguna intención de pactar nada con el Ejecutivo.

Los límites de Sánchez se unen con la inoperancia y el conjunto vacío que significa Pablo Iglesias. Ha despreciado a sus propios compañeros, como la ministra de Trabajo, de Unidas Podemos, Yolanda Díaz, que ha gestionado de forma más que razonable los ERTE, junto a sindicatos y patronal. Porque lo que persigue Iglesias no es gobernar, es buscar el mejor argumento para poder salir del Ejecutivo, y persistir en la retórica de izquierdas que no lleva a ninguna parte, pero sí, tal vez, a ganar un puñado de votos más, aprovechando el profundo malestar que se puede generar en el conjunto de la sociedad española. ¿Forma todo eso parte de la política en un sistema democrático? Desgraciadamente sí, y por ello la propia democracia corre peligro, porque hay quien pueda pensar que está sobrevalorada, y que crea más problemas de los que dice resolver.

Se lleva mucho tiempo jugando con fuego en España. La distinción, respecto a otros países, es que la polarización es máxima. Lo apunta el politólogo Víctor Lapuente, buen conocedor de las democracias de los países nórdicos. En un momento como éste –aunque debería ser la norma en cualquier otra situación—es incomprensible que se juegue desde una perspectiva táctica: la firma de un texto que, además, se sabe que no tendrá ninguna trascendencia práctica. Es pura pirotecnia, pero que puede provocar, realmente, un gran incendio: ¿De verdad lo que se busca es que el adversario quede en evidencia, para poderlo acusar e ir a elecciones otra vez? ¿Para decir que los empresarios son muy malos, que personajes razonables como la ministra Nadia Calviño son la imagen de la derecha europea ultraortodoxa?

Cierto que Sánchez no tuvo otra alternativa que formar el actual Gobierno. Que no diga el PP que no tuvo su oportunidad de ofrecerse. Ni quiso ni le interesó. Lo que ocurre es que el presidente del Gobierno le ha ofrecido ahora una palanca demasiado fácil. Aún está a tiempo, sin embargo, de enderezar el rumbo: gobernando, sin tácticas, mirando de frente –cosa que nunca hace—a sus adversarios y a sus posibles socios.