Lluís Permanyer, por Farruqo

Lluís Permanyer, por Farruqo

Letras

Lluís Permanyer: el adalid de la Barcelona del novecientos

Siguiendo la obra del cronista Lluís Permanyer, fallecido el 23 de octubre, Barcelona se despliega como un libro con relieves de cartón en memoria de los Batlló, los Milà, los Lleó Morera o los Güell

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El historiador y jesuita Miquel Batllori escribe en sus memorias que los pioneros de la Barcelona del novecientos dedican un tercio de su fortuna al ahorro; y los otros dos tercios al gasto y a la inversión en Bolsa. Así se forjan los patrimonios portentosos de los Girona, los Serra Feliu, los Bertrand o los Arnús.

Siguiendo la obra del cronista Lluís Permanyer, fallecido el pasado 23 de octubre, Barcelona se despliega como un libro con relieves de cartón en memoria de los Batlló (la casa del Ossos), los Milà (La Pedrera), los Lleó Morera o los Güell, que salieron de su Palazzo en Nou de les Rambles para instalarse en la Torre Castañer de la Bonanova. Es el mundo museizado de los techos artesonados y los azulejos con ribete dorado, hoy en trance de plácida extinción.

La ciudad percibe el punto de intersección entre la urbe aprisionada dentro de la antigua muralla y la expansión del siglo pasado en momentos significativos, como el traslado de los talleres de la joyería Masriera, desde el casco antiguo hasta el número 72 de la calle Bailén, donde la familia de orfebres levanta una fachada digna de un templo romano. Entran en combustión el arte y el diamante; la precisión y los metales ricos. La pluma del cronista se afila cuando analiza el deseo de lucir el ascenso eterno.

Las tribunas del modernismo arquitectónico -obra de maestros como Domènech i Montaner, pensada por urbanistas como Cerdà- son todavía hoy el rincón de mostrar y observar al mismo tiempo. No hay visillos de tul en la ornamentación barcelonesa, ni siquiera en las fachadas elegantes del noucentisme de los sabios que refutaron el neogótico, como Joan Rubió i Bellver o Nicolau Rubió i Tudurí. Lo que pervive de un tiempo ensimismado son porteros con guardapolvo y chaleco, celosos guardianes entre el espacio público de la calle y el interior privado, a menudo, profanamente íntimo.

Lluís Permanyer, por Farruqo

Lluís Permanyer, por Farruqo

La estética de los tiempos salta hacia adelante y, a continuación, se contrae. El pasado es un presente continuo en la gran narrativa urbana. Permanyer nos ha situado ante el barniz negro renacentista en los muebles de los Luises (los tres últimos monarcas franceses) y los murales de Pruna en el templo de las Madres Reparadoras de la calle Ganduxer.

Ha reflejado con impávida elegancia a la señora Sanllehy rechazando en su casa el desnudo escultórico, el Desconsol, de Josep Llimona, cincelado en formato pequeño, la campaña contra el desnudo lanzada por el barón de Esponellà en plena fiebre puritana y pompier decorando interiores con vírgenes y sagrados corazones.

'Inspector cívico'

Los momentos Permanyer, solapados casi siempre de humor dócil,  pasan desapercibidos cuando los estamos viviendo en su letra. Pero nos han marcado hasta convertirnos en lo que somos. Con su desaparición se nos va el último caudatario de un mundo que resume el tránsito desde la ciudad art decó hasta el manicomio devastador del tocho, recalando finalmente en lo post contemporáneo, ante la herencia de Oscar Tusquets o Enric Miralles y el pasmo urbano de artefactos sin entraña, supositorios acristalados como el hotel de Bofill en la Barceloneta bañado por la espuma.

En Permanyer, no todo ha sido mermelada e historia. El cronista fallecido a los 86 años, a causa de un infarto, también ha publicado asuntos de actualidad urbana. Parkings mal resueltos en el centro del área metropolitana, una barandilla que “impide ver las Casa Calvet de Gaudí”, como escribe hoy Tomás del Delclós (El País) en un adiós emocionado al “inspector cívico”, como le llamó Sergi Pamies a Permanyer.

El cronista indiscutible recupera a los gentilicios sin olvidarse de nadie; en sus entregas abundaban los núcleos familiares, los intereses, el arte, el coleccionismo, el mecenazgo o la herencia de apellidos y títulos nobiliarios alfonsinos bajo el hechizo del conciliar, el clásico canónigo convertido en albacea. Sin olvidar a la tieta, un legado único del entertained burgués de té con pastas, siguiendo al duro Unamuno de La tía Tula, al dulce Miquel Llor (Laura o la ciutat dels sants) o al implacable Sagarra, en Paulina Buxareu.

Autor de más de ochenta libros entre los dedicados al mundo del arte y a su ciudad, Permanyer recibe el Premio Nacional de Periodismo Cultural en el año 2022, años después de compartir con el inolvidable Joan Barril el Premi Ciutat de Barcelona. Se declara visceral amador de su infancia; una casa llena de cuadros y libros, marcada por la pasión de visitar museos, la dispersión didáctica y la curiosidad universal. Permanyer inicia su desempeño periodístico en la revista Destino en la que estrena su célebre Cuestionario Proust, aplicado a figuras como Simenon, Rubinstein, Carner, Espriu, Miró o Pla. La Vanguardia de los Godó le refugia en su sección de Internacional en los años de la censura y ya en plena Transición lo convierte en pieza clave de la sección de local.

El periodista Lluís Permanyer

El periodista Lluís Permanyer EP

El hombre que habla de los entronques de Madronita Andreu, Tecla Sala, Foronda-Sentmenat, Llorach-Baladía, Massó-Vilallonga (barón de Maldà) o que desvela la biografía de las esquelas de portada entera como signo de prestigio, es un ciudadano silente. Así lo muestra su documental en TV3, Passeig de Gracia: Escenari burgés, una recopilación íntima de cafés, teatros y jardines, hoy convertida en un aparcadero de moda sin alma.

Espacios exclusivos

Permanyer entra y sale de los comedores del Eixample con la misma facilidad con la que recorre las hemerotecas. Su fusión entre el periodista que habla con la fuente y el investigador de libro y Registro Civil le convierte en el cronista no oficial de la Barcelona renacida de los setenta. Rechaza ser el jefe de prensa del presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, se desliga del corsé municipalista y no acepta la corresponsalía de su periódico en París.

Frecuenta la Bonanova de los Villamediana, describe la afición al violonchelo de Ignacio Villavecchia o de Eusebi Bertran Güell en la finca de La Ricarda; da cuenta del concierto de cámara, celebrado años antes, en la vivienda de los Sicart, por la generación irrepetible de los Darius Romeu, Manuel Dalmau, Manuel Sagnier, Josep Muntades o Rafael Pascual, como músicos vocacionales y no profesionales de instrumentos de cuerda. Permanyer une a industriales de renombre con el Conservatorio de Música de Barcelona en el que han ejercido su magisterio Ros Marbà o Frederich Montpou.

Ofrece señales inequívocas de la prevalencia de la música en la ciudad del Palau de la Música fundado por Joaquim Cabot y Lluís Millet -el cronista fallecido rememora aquel comienzo en su último artículo, publicado el día de su muerte- y habla del renacer del Liceu de la mano del arquitecto Solà-Morales, después del pavoroso incendio de 1994.

En su libro testamentario, Vides privades (Angle Ed.), documenta detalles tan curiosos como la olvidada serie de artículos del diario Tele-Exprés firmados con el seudónimo Faxol otorgado por el divino Dalí a Coqui Malagrida. La serie narra la etapa en la que los inaccesibles antepalcos antiguos del gran teatro de la ópera, fueron la comidilla, lugar de encuentro, amistad, timbas, negocios y apasionado amor furtivo, bajo los murales del pintor Antonio Utrillo.

Los espacios exclusivos de los Trias, Boada, Planes, Rius i Fabra, Lamadrid o Bertrand Mata; la exquisitez de las noches de estreno pasadas a mejor vida en la reconstrucción del Liceu financiada por el dinero público del Ministerio de Cultura, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, desoyendo los privilegios del pasado.