Rafael Tarradas Bultó

Rafael Tarradas Bultó Hugo G. Pecellín

Letras

Rafael Tarradas Bultó publica 'La protegida': "Trabajar en una colonia textil era como trabajar en Apple"

Intriga, venganza y lucha de clases se entretejen en la nueva novela del autor de Hijo del Reich, ambientada en una colonia textil de finales del siglo XIX que se inspira en aquellas que fueron el corazón de la industria catalana hasta hace no tanto

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Hubo un tiempo en que podía decirse que el Llobregat era el río más trabajador del mundo. A lo largo de su paso por la comarca del Berguedà se encuentran las setenta y siete colonias textiles que dan fe de la veracidad de este dato. Hace un siglo eran el orgullo de los grandes empresarios textiles, pequeños mundos en los que la vida y el trabajo eran lo mismo. Su existencia fue muy corta, pero sus telares estuvieron funcionando hasta hace muy poco. Entre ellos ambienta Rafael Tarradas Bultó su última novela, La protegida (Espasa).

Ya consagrado en el género de la novela histórica, el escritor de El hijo del Reich (Espasa) ha publicado con esta cinco obras que beben en mayor o menor medida de un pasado con el que está familiarizado. Pocos saben que además de formar parte de la industria del motor con las míticas marcas Bultaco y Montesa, su familia se dedicó por un tiempo al textil. Nunca tuvieron una colonia propia, pero sí dejaron su huella en una ciudad catalana en la que además de una fábrica, construyeron un barrio entero. 

Sirviéndose en parte de esos recuerdos, Tarradas Bultó escribe La protegida, una obra que se desarrolla a finales del siglo XIX, cuando la industrialización modernizó el país y la sociedad. Es la época del modernismo catalán en el arte, del proteccionismo en la política, y del inicio de la lucha de clases en lo social.

Para salvarse de esta última, en Cataluña, los patronos idearon una solución que para ellos era perfecta: la colonia rural. Fue todo un win win con el que consiguieron alejar a sus obreros de las protestas de la ciudad ("divide y vencerás") y a la vez, hacer que se sintieran satisfechos y agradecidos. No les ofrecían solo trabajo, también, un hogar. “Una forma de vivir y trabajar que hoy nos es difícil de comprender, pero que en aquella época era moderna y deseable”, en palabras del autor.

Rafael Tarradas Bultó en la fábrica de la Colònia Vidal

Rafael Tarradas Bultó en la fábrica de la Colònia Vidal Hugo G. Pecellín

Tarradas Bultó sitúa buena parte de la acción en este universo cerrado. La colonia Bofarull es el escenario principal, ideada por el autor basándose en las que existieron (la gran mayoría son visitables, incluso habitables) también aparecen la Barcelona modernista y el Madrid de la pompa y el lujo. La intriga y el juego de las apariencias vehicula el relato, la historia de una joven diseñadora con un don, Sara Alcover, que ambiciona vengarse de su patrona, la señora Lourdes Bofarull, a la que considera responsable de la muerte de su padre durante una protesta contra una de sus fábricas.

Vivir en una colonia

“Es un mundo que he conocido desde pequeño… al preguntar a la gente de Madrid, nadie sabía decirme lo que era una colonia textil. Pensé que era interesante darlas a conocer”, explica el escritor frente a la fachada de la Fundación Vidal, la institución que dio escuela, biblioteca, teatro e incluso cine a los obreros que vivían en la colonia de Puig-Reig.

Rafael Tarradas Bultó en la Colònia Vidal

Rafael Tarradas Bultó en la Colònia Vidal Hugo G. Pecellín

El autor prosigue explicando la buena relación que tenía su familia con los obreros de su propia fábrica (Marqués, en Vilanova i la Geltrú, ya desaparecida), una “entente cordiale” que por lo general era característica también en colonias como la de Cal Vidal.

En este enclave ha querido presentar su novela, en parte, por lo bien conservado que se encuentra el conjunto. Es la última de las colonias que se construyeron en el Berguedà, cerca del año 1900. Cerró en 1980 y hoy es en gran parte un museo. Lo que resta son residencias de antiguos obreros y una cooperativa de vivienda que compró parte de la propiedad.

El espacio no está destruido ni del todo abandonado. Uno puede imaginarse lo que fue hace no tantos años. En algunas de las calles aún hay macetas con plantas frescas al cuidado de los miembros de la cooperativa, lo que hace pensar en los tiempos en que estaba habitada. “Entonces era una gran ventaja vivir en un lugar así”, afirma el escritor con gran entusiasmo, “trabajar en una colonia era como trabajar hoy en Apple”.

Cal Vidal

Cal Vidal Hugo G. Pecellín

Para comprenderlo hay que ponerse las gafas de la época, recalca. “Cuando la gente del campo llegaba a las colonias, muchos se lavaban la cara con el agua del retrete”. Es una de las anécdotas con las que, dice, se encontró durante su investigación. Entrevistas con extrabajadores de estas fábricas le ayudaron a entender mejor cómo era vivir entonces en una colonia. “Los obreros llegaban y tenían una casa. No era así en la ciudad, allí muchos vivían hacinados o en barracas”.

En Barcelona, la industrialización se desarrolló más rápido que la estructura que tenía que acoger a la nueva sociedad. En cambio, en las colonias, vivir en el universo creado por los amos –en el sentido de dueños de la colonia– en una época de gran incertidumbre, tensiones y miseria, se sentía como un privilegio para los recién llegados del campo. En Cal Vidal, además de la Fundación contaban con un economato, una pescadería, una lavandería, duchas comunitarias, un bar, una caja de ahorros, un campo de fútbol y un excepcional silencio. Sus habitantes podían disfrutar de él ya que las viviendas (de más de 75 metros cuadrados) se encontraban lejos de la fábrica y sus ruidosos telares. No era así en otras colonias. 

La biblioteca de Cal Vidal

La biblioteca de Cal Vidal Hugo G. Pecellín

Pero no hay que obviar los duros turnos de trabajo, el frío durante el invierno, la falta de una pensión o de un permiso por accidente laboral. A pesar del paternalismo, el patrón no dejaba de ser el dueño de una empresa en una época en que solo se atendía a los costes y los beneficios. Las largas horas frente a los telares no dejaban demasiado tiempo para el ocio; la rígida moral impuesta por el cura era indiscutible, y en caso de no poder trabajar, no se podía hacer más que "pasar la gorra", literalmente, para pedir limosna.

El inicio de un cambio

Tener que escoger entre tener una vida digna y gozar de la propia libertad no se reconocía entonces como una injusticia, aunque sí se empezaba a tener conciencia de ello. En la novela, el personaje protagonista se acerca en sus creencias a la mentalidad actual, ya que su padre muere en una revuelta sindical.

Este último personaje forma parte de la Federación de las Tres Clases de Vapor, un sindicato real que “con mucho peligro empezó a reclamar cosas tan básicas como el trabajar ocho horas y no doce, descansar dos días al año en lugar de uno, tener un médico en la fábrica por si ocurriera cualquier accidente”, explica el autor.

Uno de los telares del museo de Cal Vidal

Uno de los telares del museo de Cal Vidal Hugo G. Pecellín

Valiéndose de esta mirada, más acorde con el sentir de hoy a cerca de estas cuestiones, Tarradas Bultó también trata en La protegida la situación de la mujer y el trabajo infantil, muy normalizado en aquel momento. “Había niños trabajando en fábricas, y era legal”, como demuestra la primera ley que lo reguló, en 1833, que solo prohibía emplear a menores de diez. “Es muy difícil ver el pasado con los ojos de hoy, pero entonces nadie se sentía un monstruo por emplear a niños. Todo el mundo lo hacía”.

Respecto a las mujeres, tienen un gran peso en su obra. La enemistad entre dos de ellas es uno de los motores del libro. También tenían importancia en las colonias. "El 80% de los trabajadores en las hilaturas eran mujeres", relata el autor, que durante la visita a la Colonia Vidal, destaca un edificio en particular, el Casal de la Dona. Construido en los años 30, era escuela de niñas y entre otras cosas a su vez, fue la primera guardería que tuvo una colonia textil. 

Detalle de los telares de Cal Vidal

Detalle de los telares de Cal Vidal Hugo G. Pecellín

En la trama, Sara, su protagonista, es diseñadora y tiene tetracromatismo, una característica especial que le permite ver más colores que a la mayoría. En pleno auge del modernismo, que fue un estallido de color, supone un distintivo especial. Aunque triunfar en su profesión no fuera lo que en un principio estaba buscando, este don permite a Sara escalar en la pirámide social de la colonia, así como abrir nuevas puertas que la alejan de su primer objetivo, la venganza. 

Pasado y ¿futuro?

"Yo quería escribir un libro sobre gente que esconde cosas y que no son lo que parecen. Ambientar un libro en una colonia así da para mucho", apunta el escritor. “¡Incluso para una película!”, dice su editora, Rosa Pérez, antes de entrar a discutir la cuestión del final de estas industrias, de las colonias, y de la hegemonía de los algodoneros en Cataluña. 

"A mí me da mucha pena, pasó también con el motor… tendríamos que haber ido a más, y no a menos", dice Tarradas Bultó. "Como país, yo creo que deberíamos hacer una reflexión", y apunta: "¿Cómo pudimos tener estos sectores tan potentes, y que luego quedasen en nada?". 

Uno de los espacios de Cal Vidal que pertenecen a la cooperativa Vidàlia

Uno de los espacios de Cal Vidal que pertenecen a la cooperativa Vidàlia Hugo G. Pecellín

La magia que pudieron tener las colonias se desvaneció muy rápido. Los del textil no supieron  adaptarse a los nuevos tiempos, su producto dejó de ser atractivo en el mercado por la venida de una nueva competencia extranjera que producía más barato, entre otros motivos. Dejaron de tener poder fáctico (también político, desde un gobierno que hasta ahora los había amparado sin reservas) y cayeron uno tras otro. "Haciendo telas en nuestro país quedan los Güell Lamadrid, y poco más".

Rafael Tarradas Bultó en la fábrica de Cal Vidal

Rafael Tarradas Bultó en la fábrica de Cal Vidal Hugo G. Pecellín

Al autor le puede lo singular de esta forma de vida. No es solo la nostalgia, explica, es también lo seguro y confortable que parecía el universo de las colonias, salvando las distancias y a la luz de la incertidumbre que nos rodea en el mundo de hoy. Todos tenían un lugar y nadie (excepto el amo) tenía más que el de al lado. Ayudarse, y no competir, era lo más común. 

Una vida sencilla, poco interesante para algunos. Para otros, después de la pandemia, la vida rural en pequeñas comunidades es más atractiva que el frenesí de la ciudad. Las colonias textiles hoy están solo casi desiertas. Muchas familias siguen viviendo en ellas o se han mudado, e iniciativas como la cooperativa de Cal Vidal les dan un nuevo uso a sus espacios. La nueva novela de Tarradas Bultó podría llenar las colonias de visitantes y en consecuencia, conseguir el cometido de su autor: que "las cosas importantes que hemos hecho, no queden en el olvido".