Carlos Marzal, el regreso
El poeta valenciano, una de las voces más características de la generación lírica surgida en la década de los ochenta, retorna, tras trece largos años, con 'Euforia', un poemario excelente
18 abril, 2023 19:00Si la prosa todavía tiene alguna venta y quienes la practican pueden verse urgidos por la –ficticia– necesidad de entregar regularmente sus manuscritos para que la industria editorial siga funcionando, el verso, más menesteroso y rara vez con compensación económica, está más desentendido de plazos, compromisos y aplicados trabajos de redacción. Poetas hay que son capaces de quitarse del tabaco, no de la logorrea, y que asombran por la constancia de los frutos de su versificación (no necesariamente asistida por la poesía, que es otra cosa).
Pero por lo general el poeta lírico sabe que la escritura del poema es un don, un misterio que resulta difícil o desaconsejable forzar. Hay silencios que, entonces, se prolongan. Si Rimbaud se sumió en una afasia poética hasta el fin de sus días, y José Hierro estuvo veintisiete años sin publicar un libro de versos hasta Cuaderno de Nueva York, Carlos Marzal, uno de los más destacados poetas de la Generación del 80, y en realidad de la poesía española contemporánea, ha estado trece años sin que un libro nuevo de poesía suyo llegue a los escaparates o a las mesas de novedades. No quiere decir que no haya seguido escribiendo y publicando, pero en otros géneros: ha comparecido con cuentos y aforismos y, en 2021 volvió a la palestra con Nunca fuimos más felices, homenaje al fútbol y a la vida cuyo título tiene mucho que ver con el estado de ánimo que predomina en los versos que ahora salen a la luz.
Las revistas le solicitaban poemas, y él siempre contestaba muy educadamente, casi pidiendo disculpas, que no estaba escribiendo. Solo rompió este largo silencio con Derivaciones (2016), la antología publicada en Destraza, una editorial singular de Cholula, en Puebla (México), que compone los textos en una imprenta de tipos móviles y que por su carácter artesanal, de corta tirada, más la lejanía de la procedencia, no ha circulado por España. Así ha sido hasta que en un breve periodo, hace poco, ha escrito y publicado Euforia (Tusquests, Nuevos Textos Sagrados, 2023, la emblemática colección fundada por Antoni Marí, ahora desvinculado del proyecto). Es un libro importante, por su extensión y calidad. Se diría que, deshecho el maleficio del mutismo, Marzal ha dado libertad a su voz, y esta ha corrido torrencial pero no desordenada o atropelladamente. Él es demasiado buen poeta para eso.
Así lo ha explicado él mismo en el poema 'La visita', con un prosaísmo, un lenguaje seco que no se corresponde con el tono general del libro: “Después de muchos años sin escribir ninguno, / ayer logré acabar otro poema. // Sería más preciso el haber dicho / después de muchos años sin suceder ninguno. / Los poemas nos suceden, nos ocurren, / los versos acontecen cuando quieren, / sólo siguen la ley de su capricho”. Su obra poética anterior ya fue recogida en El corazón perplejo. Poesía completa (1987-2004) (2005), y posteriormente publicó Ánima mía (2009), ambas entregas en la misma editorial. También había sido objeto de una de las más gruesas antologías de la colección de las rayas de Renacimiento, a cargo de Francisco Díaz de Castro, en 2003: Sin porqué ni adónde. ¿Qué relación guarda Euforia con lo ya conocido? ¿Qué aporta de nuevo?
Hay algo de esa poesía primera suya que ha permanecido incólume (“incólume” es adjetivo que forma parte de su paleta) hasta hoy, incrementándose. Se trata de lo que Díaz de Castro llamó, aplicado al protagonista de Los países nocturnos (1996), “entre estoico y epicúreo”. Efectivamente, hay una corriente reflexiva acerca de la vanidad del mundo, de su absurdo, que se convierte en el eje de muchos de los poemas de sus diferentes libros: es Carlos Marzal un meditador acerca del paso del tiempo y sus daños en un puñado de composiciones espléndidas. Pero también una voz que se deleita en el disfrute del amor o el deseo sin necesidad de aparatosas teorías, en el goce de las cosas sencillas, como en un poema de Metales pesados (2001) dedicado a su amigo el también magnífico poeta Antonio Cabrera, fallecido en 2019: 'Cuatro gotas de aceite', donde lo poco es mucho.
Esos estoicismo y epicureísmo son también características de un poeta que ha sido muy importante en la vida de Marzal: Francisco Brines, y con variaciones puede identificarse como seña de identidad de la mejor poesía valenciana, a la que Marzal pertenece. Es un aire que viene de Juan Gil-Albert, pasa por Brines y César Simón y desemboca en Cabrera o en otro amigo muy querido, Vicente Gallego, que en sus últimos libros se ha abierto a una comunión de inspiración budista con todos los seres y con la naturaleza y que habría firmado de muy buen grado ese 'Cuatro gotas de aceite' o el rotundo poema que abre ahora Euforia, 'Romero': al frotarse las manos con la planta, al embeberse de su fragancia, el protagonista del poema escucha su canto –hermosa sinestesia– y lo entiende, “lavado de cualquier ansiedad”.
Hace mucho que Marzal abandonó la poesía más artificiosa que incluía diferentes tratos con la rima, arrimado a veces a Manuel Machado ('Media verónica para don Manuel Machado' era el título de un poema de La vida de frontera, de 1991). Ahora aspira a una mayor sencillez, aunque como en el pasado aborde la canción (“¿Y si la lluvia fuera”?) y, sí, rime, pero con el aire popular que a la canción conviene (más de Antonio Machado, Bécquer o Juan Ramón Jiménez), o como sucede en 'Qué curiosa la voz' o 'Blindaje', mas no con el alarde modernista de aquellos pareados alejandrinos o la reincidencia del fin de tantos endecasílabos de sus inicios.
Tampoco tienen estos poemas de hoy, en general más escuetos, la extensión de muchos del pasado. Y aportan en lo formal algo nuevo, ya apuntado en libros anteriores, pero que aquí se vuelve abundoso y una gran herramienta expresiva: el corte de muchos versos en dos líneas, antes o después de su cesura, que subraya cada uno de sus enunciados aislados o que matiza lo dicho (“una conspiración / de carácter benévolo”).
Dividido en cuatro partes ('Oigo voces', 'Ilusionismo', 'Un verano tenaz' y 'Yo te ajunto'), el libro alcanza la inusual cifra de 116 poemas y 256 páginas. 'Oigo voces' despliega un catálogo de cosas cotidianas que la poesía transfigura: una hojas de hierba, la ropa que se tiende, la lista de la compra; no agota esto la sección, que incluye igualmente los resultados de diferentes interpelaciones (por ejemplo, el recuerdo de Joan Margarit, o la de su ciudad, Valencia). La segunda parte, 'Ilusionismo', trae algunas reminiscencias: un ejemplar de la revista de patrones de moda Burda en el que de niño vio la foto de una mujer desnuda, un viejo balón de fútbol, los muebles con escay (“el cuero de los pobres”), unos billares.
Se podría decir que es un tanto caprichosa la compartimentación: en todas la secciones hay poemas que podrían figurar por derecho propio en otra. Así sucede con 'Un no sé qué', que podría formar en 'Oigo voces'. 'A dúo con el pájaro' reclama un sitio en la cuarta, 'Yo te ajunto', pero también con 'Oigo voces'. De las dos últimas partes se puede afirmar lo mismo: no hay fronteras estrictas entre una y otra. Quiere esto decir que el libro es plenamente unitario, armónico.
Además, como transpiran los poemas, hay aquí una defensa de la alegría, de esa euforia que se exhibe como una bandera en el título y que preside un estupendo poema dedicado a Aurora Luque, abrochado precisamente con un 'Sólo valgo la pena en la alegría'. 'La mañana en que enterramos a Francisco Brines' es otro ejemplo de este tono (no solo expresivo sino vital) celebratorio: a la tristeza del trance de sepultar al amigo se sobrepone el poeta, que quiere ser fiel al hombre y a su poética. Por eso declara: “No quise claudicar ante el desánimo”. Y un poco después, algo aplicable a sí mismo, al mundo que trasluce Euforia: “Él amaba la vida, aun conociendo / cualquier insuficiencia de la vida”. Euforia es el autorretrato, vitalista pese a cualquier sombra, de uno de los mejores poetas que hoy tenemos en España, Premio Nacional de Poesía hace dos décadas. La espera ha merecido la pena. Con creces.