San Pablo escribiendo una de sus cartas, un lienzo atribuido al pintor Valentin de Boulogne

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Poesía

Hilario Barrero, traducción sin alardes

El mérito de una buena traducción no consiste en verter a un nuevo idioma una expresión difícil. Es hacer habitable un libro, como hace el poeta Hilario Barrero

24 julio, 2020 00:10

Hilario Barrero es un poeta español que reside desde hace décadas en Brooklyn, uno de los barrios de Nueva York. Ha sido y es, ya como emérito, muchos años profesor universitario en Manhattan, y en sucesivas entregas de sus diarios ha ido recogiendo su vivir transterrado, pero muy bien plantado en aquella ciudad en la que no hay exposición o concierto que no celebre, más sus escapadas veraniegas a España, donde aprovecha para promocionar sus publicaciones en presentaciones y ferias del libro.

Además de su obra, le debemos traducciones de poetas norteamericanos como Emily Dickinson, Jane Kenyon, Sara Teasdale y Ted Kooser. También sendas selecciones de poetas diversos: Lengua de madera. Antología de poesía breve en inglés (2011) y A quien pueda interesar. Antología de poesía en inglés (2018). La primera, que aunaba lo epigramático y lo imaginista, reunía a Robert Herrick, William Blake, A. E. Housman, Stephen Crane, Maya Angelou y otros. De Samuel Taylor Coleridge incluye este dardo titulado “Sobre una cantante amateur”: “Los cisnes cantan antes de morir; no sería mala cosa / que algunas personas murieran antes de cantar”. De Robert Frost, este otro dístico, no menos acerado, “¡Perdón, Señor!”: “Perdóname, oh Señor, mis pequeñas bromas a Tu costa / y yo Te perdonaré la Tuya inmensa a costa mía”.

Hilario Barrero

La segunda antología, ya no ceñida al poema breve, aunque también con inclusión de una significativa representación de estos, aporta composiciones de Robert Browning, Walter de la Mare, Edward Thomas o John Betjeman, y se repiten autores como W. B. Yeats o Carl Sandburg. Lengua de madera se presentaba a cuerpo gentil; es decir, sin un texto introductorio que la arrope. A quien pueda interesar tiene unas palabras preliminares del autor a ambos volúmenes, pero no hay en ellas una sola línea referida a los criterios o ideas que sostienen la traducción (sí sobre los criterios de selección: “el antólogo ha ido escogiendo, sin prisa pero sin pausa, los poemas que le iluminaban el día, que parecían ‘tirar de él’”, y esto a lo largo de cuarenta años).

Prospect Park, Hilario Barrero

El último tomo de sus diarios ostenta el título de Prospect Park (Renacimiento, 2019). Alude al paisaje que se extiende ante su piso neoyorquino. En él, Barrero recoge muy atinadas opiniones sobre la tarea del traductor, que, como en la errata que me acaba de asaltar, ya corregida, es traea, palabro o neologismo que no queda muy lejos de la labor de traslación, de traer a una lengua lo que originalmente estaba escrito en otra. En la entrada del miércoles 1 de enero de 2014, con que se abre el libro, el diarista anota que continúa la traducción de un libro de poesía. Y observa: “Traducir es entender, sobre todo, lo que vas a cambiar. Entenderlo para ti mismo, sin traducirlo, adéntrate en el mundo del poeta y el poema. Luego, ya acuartelado el poema, cuadriculado, con las coordenadas rítmicas e irónicas, hay que vestirlo con otra túnica, nunca desnudarlo”.

Lo rítmico va de suyo, aunque no queda claro por qué esas coordenadas irónicas. Se supone que en ese momento está enfrascado en alguno de los poemas de A quien pueda interesar. Lo que sí es transparente es lo que viene a continuación: “Traducir es cubrir con otra piel un cuerpo que, generosamente, alguien te pasa, te da, te regala. Traducir es cambiar de envoltura, no de corazón, ni de sangre”. Barrero es, ya se vio, avezado traductor. También, poeta. Prosiguen sus símiles sobre el asunto que nos ocupa: “Lo difícil es el paso que el que traduce tiene que dar, desde el conocimiento interior del poema, desde la familiaridad con el idioma en que el poema está escrito: giro, nombres, expresiones, géneros, a lo que es la traducción propiamente dicha: saber curtir la piel respetando los pliegues, las arrugas y la tersura”.

Lengua de madera, Hilario Barrero

Luego, el habitante de la ciudad de los rascacielos concluye con una comparación arquitectónica: “Buscando ese significado que se te escapa y que sabes que es el que encaja perfectamente en el rompecabezas. Traducir es poner cada pieza en su sitio y que todo el edificio se levante firme”. Me gusta esta imagen, que podría expandirse agregando la importancia de los cimientos, de la formación, de la solidez lingüística, pero también del cuidado en los pequeños detalles, eso que en el desempeño de las labores manuales se denomina ser curioso. Como en cualquier escritura, hay que saber desmantelar los andamios, saber que lo importante no son los diplomas que pueda exhibir en su estudio el arquitecto, sino lo limpio de la fachada, la luz que entra por los ventanales, la comodidad de quien va ha habitar el piso y que no quiere encontrarse herramientas en los rincones, trozos del último bocadillo de los albañiles o pintores.

La traducción no ha de hacer meros alardes de verter lo difícil. Lo difícil, por el contrario, es hacer sus edificios habitables. Hilario Barrero lo consigue en libros, que, como en tantos otros poetas traductores, son ventanas abiertas por las que corre el aire y deja estancias, estrofas, muy bien ventiladas.