Los mil y un vagones
En la serie 'Snowpiercer' se reproduce la lucha de las clases sociales en un tren que no puede parar, en una mezcal de thriller, drama social y comedia negra
25 julio, 2020 00:00La lucha de clases no siempre se da entre los de arriba y los de abajo. En un tren como el de la nueva serie de Netflix Snowpiercer, las diferencias son forzosamente horizontales: los potentados van en primera clase, que ocupa los vagones más cercanos a la locomotora, y luego ya, según tus posibilidades, viajas (hacia ninguna parte) en segunda, en tercera o, si eres un pringado y un pelagatos, en la Cola, donde se amontonan los que no han pagado billete y sobreviven como pueden. El tren que atraviesa la nieve consta de mil y un vagones y en él se desplazan todos los supervivientes de una súbita glaciación que ha convertido el mundo exterior en un lugar imposible de habitar a causa de sus temperaturas extremas. El Snowpiercer lleva siete años sobre raíles, sin parar jamás porque no hay donde hacerlo, pero la vida en su interior es una perfecta reproducción de la sociedad previa a la catástrofe, con su clase alta, su clase media, su clase baja y su chusma. De ésta última solo se puede salir si los ricachones te necesitan para algo.
Eso es lo que le ocurre al exinspector de policía André Layton (Daveed Diggs) cuando se produce un crimen en primera y hay que desentrañarlo. En su nuevo entorno, Diggs conocerá a la eficaz Melanie Cavill (Jennifer Connelly), cabeza visible y portavoz de Wilford Industries, responsable del tren, cuyo mandamás, el tal Wilford, no ha sido visto nunca y más de uno sospecha que no existe o ha muerto, siendo la señorita Cavill la genuina mandamás de ese tren de mil y un vagones que avanza sin parar y sin alcanzar jamás un destino que no existe. Mezcla de thriller, drama social y comedia (negra) de costumbres, Snowpiercer funciona muy bien hasta ahora (llevo vistos seis capítulos), pero mucho se habrán de esforzar los guionistas para que su claustrofóbica trama consiga mantener el interés del espectador para que no se pierda la segunda temporada, que ya ha recibido la luz verde. De momento, el visionado es agradable y a menudo estimulante, pero ciertos bajones en la narrativa aconsejan ponerse las pilas al equipo de guionistas que comandan los principales responsables de la serie, Josh Friedman y Graeme Manson.
Una segunda temporada
Snowpiercer no es un producto creado especialmente para la televisión. Se basa en la película del mismo título dirigida en 2013 por el oscarizado cieasta coreano Bong Joon-Ho (Parásitos), que a su vez se inspiraba en un comic francés de 1982, Le transperceneige, de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, tres autores ampliamente reconocidos en la historieta francófona. El principal reto de la serie consiste en mantener el interés del espectador en una historia alargada que demostró su eficacia como obra auto conclusiva, tanto en el cine como en el cómic.
A día de hoy, francamente, no sé si los señores Friedman y Manson se van a salir con la suya o si van a tener que chapar la serie deprisa y corriendo a finales de la segunda temporada. Personalmente, creo que la historia daba para lo que daba en un largometraje y en un tebeo y que a los responsables de la serie les va a costar Dios y ayuda ir acumulando temporadas. Por lo que llevo visto, creo que llegaré al final de la primera, pero que no esperaré especialmente excitado la llegada de la segunda. A no ser que la primera termine con uno de esos cliffhangers que te dejan con la boca abierta y ganas de saber más. Como dicen los anglosajones, wait and see.