Dos poetas inesperados: Jeffrey Wells-Powers y Yayoi Kusama
Siempre he sentido cierta debilidad por quienes mandan mensajes al mundo entero, como ha hecho la artista japonesa Yayoi Kusama
19 abril, 2020 00:00Yayoi Kusama, la célebre artista japonesa de los puntillismos abstractos y coloridos, vive desde hace décadas, o más bien pasa las noches, en un sanatorio psiquiátrico en el que se internó por propia voluntad, pero pasa los días trabajando en su taller, o en las inauguraciones de sus célebres exposiciones por todo el mundo. Es una de las artistas vivas más famosas y hace un par de años (ahora tiene 91) se inauguró en Tokyo su museo, de cinco plantas llenas de sus pinturas e instalaciones. Ahora parece que la plaga le ha interpelado, y Kusama ha compuesto un poema sobre el tema y lo ha enviado “a todo el mundo”, de manera que lo traduzco de su versión inglesa y lo comparto, aunque solo sea como una curiosidad, con nuestros lectores. El poema de Kusama, lleno de buena voluntad, se titula Un mensaje de Yayoi Kusama para el mundo entero y dice así:
“Aunque brilla fuera de su alcance, sigo rezando para que la esperanza brille / Su brillo ilumina nuestro camino / Este gran brillo cósmico tan esperado // Ahora que nos encontramos en el lado oscuro del mundo / Los dioses estarán allí para fortalecer la esperanza que hemos extendido por todo el universo. // Para los que quedan atrás, la historia de cada persona y sus seres queridos / ya es hora de buscar un himno de amor por nuestras almas / En medio de esta amenaza histórica, un breve estallido de luz apunta al futuro / Cantemos alegremente esta canción sobre un espléndido futuro / Vamos // Abrazados en un amor profundo y con los esfuerzos de personas de todo el mundo / es el momento de superarnos, de traer paz / Nos reunimos por amor y espero cumplir ese deseo / Ha llegado el momento de luchar y superar nuestra infelicidad. // A Covid-19, que se interpone en nuestro camino, / yo le digo: desaparece de esta tierra. / Lucharemos / Lucharemos contra este terrible monstruo / Es el momento de que la gente de todo el mundo se ponga de pie / Mi profundo agradecimiento va a todos aquellos que ya están luchando. // Revolucionarios del mundo por el arte / De Yayoi Kusama.”
Gracias, Kusama, por su enérgico poema, cuya sencilla (o simplona) energía es muy motivadora. Además de que siempre he sentido cierta debilidad por quienes mandan mensajes al mundo entero, empezando por el Papa de Roma y acabando, de momento, por usted.
Esta es la semana de los versos para mí. No solo he descubierto éste de la formidable artista japonesa sino que cada día recibo (y recibiré, según me aseguran, mientras dure el confinamiento), un poema de los archivos de la Paris Review, seleccionado yo creo que un poco al azar, y remitido por la prestigiosa revista como una especie de invitación a subscribirse. De todos los que me ha enviado hasta la fecha el mejor, para mí, es éste que me hizo arder el pelo y que a renglón seguido reproduzco, primero en el original inglés y luego en mi traducción. Se titula Picture perfect, Retrato perfecto:
I think I saw you once / In another kid’s Easter basket. / Maybe it wasn’t you or wait /Maybe it wasn’t an Easter basket. / Maybe it was just this side of a garage door / Or looking up from beneath steps in the London subways. / Maybe it wasn’t your face I saw // But the flares of curves from beneath your dress. / No, it wasn’t curves / It was essences. /Or maybe you didn’t have a dress. Pants maybe. / And I think it was your hair I saw, / But not in the subways. I think it was in front / Of a dinner plate. If that’s true, /It must have been your face. Maybe it was / From behind a percussion set-up / Or a plate glass door, but if that’s true, / I should have seen everything. /No, I think I did see you / In another kid’s Easter basket‚ / But it wasn’t Easter. That was what was so strange. / That must be why I remember.
Lo traduzco así:
“Creo que te una vez te vi / en la cesta de Pascua de otro niño. / Quizá no eras tú, o espera / quizá no era una cesta de Pascua. / Quizá era solo este lado de la puerta de un garaje / o mirando hacia arriba desde la escalera en el metro de Londres. / Tal vez no era tu cara lo que vi / sino las llamaradas de las curvas debajo de tu vestido. / No, no eran curvas / eran esencias. / O tal vez no llevabas un vestido. Pantalones quizá. / Y creo que era tu cabello lo que vi, / pero no en el metro. Creo que fue ante / un plato de comida. Si eso fue así, / tiene que haber sido tu cara. Tal vez fue / desde detrás de unos tambores / o una puerta de cristal, pero si eso es cierto, / hubiera debido verlo todo. /No, creo que te vi / en la cesta de Pascua de otro niño‚ / pero no era Pascua. Eso era lo extraño. / Será por eso que lo recuerdo.”
Este poema que bajo una forma más o menos ligera habla de la desesperación de entender la disolución de la propia conciencia, y de la propia memoria, y de la distancia que nos separa del otro, y todo esto sin rebajarse al sentimentalismo, sin mencionar sentimientos, sino de una forma juguetona, fingiendo ser solo una sucesión de fenómenos contradictorios, inciertos, relativos a un hecho desnudo, lo compuso un tal Jeffrey Wells-Powers, un perfecto desconocido.
Tras huronear un poco he descubierto, gracias a la página de Claremont High School Alumni Society, que Jeffrey vivió en la localidad de Claremont, California, desde su nacimiento el 31 octubre de 1950 hasta su muerte en el 28 de octubre de 2000. En los años 70 dirigió allí, en Claremont, una revista semestral de poesía moderna llamada “Marilyn”, en sociedad con un tal P. Schneidre (quizá sea una errata, es más probable que ese socio en realidad se llamase Schneider). En la página de créditos, la revista “Marilyn” incluía una nota de los directores aceptando manuscritos pero advirtiendo que rechazarían cualquier poema en el que figurase la palabra “poema”, a no ser que también incluyese la palabra “sapos” o “devastado” (“toads” or “Blighted”). Juegos típicos de literatos, de literatos jóvenes.
En los que se manifiesta el sentido del humor y la inevitable altanería propia de la edad entre quienes acaban de descubrir que existe y está al alcance de la mano un tesoro fabuloso llamado “literatura” que muchos otros también ven pero no perciben, no reconocen, no aprecian. Y parece que durante los años 1980-1991 Jeffrey Wells-Powers fue propietario de un video club llamado “Turpentine cat video store” donde se reunían los jóvenes más inquietos del barrio, para los que él era una figura paternal o profesoral.
He visto un par de fotos de cuando era estudiante. ¿Qué más sé de él? Que fue director regional del programa “Poesía en las escuelas” del National Endowment for the Arts, lo cual no es un gran logro académico. Que publicó tres libros de versos de los que no se encuentra ni el rastro de una crítica. Que un año antes de morir regresó con su mujer a Claremont, desde Nuevo México, donde habían pasado largo tiempo con la madre de él. Y que murió antes de cumplir los 50 años, en el 2000, tras someterse a lo largo de 17 años a numerosas operaciones de caderas, rodillas, etcétera, y a un intenso dolor crónico a consecuencia de una caída de moto. La vida más convencional y pacífica está siempre expuesta a deslizarse hacia la tragedia, una tragedia sin héroes ni historia y no puede aspirar a tener mucho sentido, mucha dirección.
En fin, salvo esa persistencia del dolor no hay aparentemente nada excepcional en la vida y la obra de Jeffrey, sin rupturas ni hechos siquiera llamativos. Una vida como tantas. Pierdo el aliento, me ahogo, pensando en este perfecto desconocido. Y pensando en tantas criaturas parecidas, fraternales y borrosas, que pasan por nuestro lado sin una mirada fugaz de reconocimiento. Pero teniendo en cuenta que mi vida ya está suficientemente llena con mis propios asuntos y con una multitud de rostros y nombres a los que tampoco puedo hacer todo el caso que se merecen, me parece que con leer y traducir el poema Retrato perfecto, averiguar lo que he podido sobre el autor, y haber escrito varias veces su nombre, tengo ya bastante sobre Jeffrey Wells-Powers, que debió de ser encantador: un conocimiento breve, profundo y emocionado. Jeffrey, adiós.