Joan Margarit, estación Cervantes
El escritor catalán recibe el galardón mayor de la lengua española por su poesía, meditativa y melancólica, en la que la experiencia íntima se transforma en elegía moral
15 noviembre, 2019 00:00Miguel de Cervantes se refirió a la poesía con un endecasílabo a menudo citado: “la gracia que no quiso darme el cielo”. Él la escribió, y no está mal en absoluto la que hizo, bien que ésta se sitúa en un nivel inferior al de las frescas Novelas ejemplares y, naturalmente, al insuperable Quijote. En la historia del premio que lleva su nombre, los poetas excelentes han sido muchos. Ahora se le suma uno que ha vivido la mayor parte de su vida en Barcelona, ciudad que tanta importancia tiene en El Quijote, y donde la conmemoración de la muerte de Cervantes se alía cada 23 de abril a la festividad de San Jorge en una celebración del libro como no hay otra en el mundo. Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) es, sin duda, uno de los grandes poetas españoles vivos y su obra, disponible en ediciones accesibles y que alcanzan ventas respetables para lo que se estila, se puede decir que goza de relativo éxito.
Es Margarit uno de esos poetas que se han ganado la vida con el ejercicio de una profesión (en su caso la arquitectura) y que cuando escriben lo hacen sin intención de hacer carrera, sino por una necesidad de dar expresión a una voz que surge, como el cimiento de la tierra, para elevarse y crear una realidad superior. Comenzó escribiendo en castellano libros hoy inencontrables. Solo a partir de 1980 lo fue haciendo en catalán, y desde 1999 reproduce la misma decisión de presentar los textos en edición bilingüe. No obstante, salvo dos títulos emblemáticos aparecidos en la Hiperión de entonces, mucho más visible que la de hoy, en los últimos tres lustros publica primero sus libros en catalán y luego, con versión que él mismo realiza (suele auxiliarlo en fértil diálogo el también poeta Josep M. Rodríguez), la traducción castellana que, presentada en página enfrentada al original, muy a menudo exhibe diferencias, libertades, el uso de posibilidades distintas, como si las soluciones de la traducción fueran –lo son– también nuevos caminos del poema.
En Restos de aquel naufragio reunió poemas de unos diez libros que van de 1975 a 1986. Luego han venido Luz de lluvia (1987), Edad roja (1989), Los motivos del lobo (1993), Aguafuertes (1995), Estación de Francia (1999), el sobrecogedor Joana (2002), donde se reconcilia con la enfermedad de su hija justo cundo esta está a punto de morir, Cálculo de estructuras (2005, “que gira alrededor del dolor”, en palabras suyas), Casa de misericordia (2006, “de la tristeza”), Misteriosamente feliz (2009, “de la lucidez”), No estaba lejos, no era difícil (2010, “de la dignidad”) y Se pierde la señal (2012, “de la alegría y el conflicto del recuerdo en la vejez”).
Las citadas entregas fueron recogidas en Todos los poemas (1975-2012), libro de 2015 que incorpora solo la obra en castellano (Edad roja está vertido por Antonio Jiménez Millán, traductor también de un par de poemas de Los motivos del lobo, en el que hay a su vez cuatro traducciones de su principal valedor, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y, en condición de tal, miembro del jurado). Con posterioridad, ha publicado Amar es dónde (2015) y Un asombroso invierno (2018). Hay que añadir a su producción el breve volumen de orientaciones sobre la escritura Nueve cartas a un joven poeta (2009), su autobiografía Para tener casa hay que ganar la guerra (2018), y un puñado de traducciones del inglés en las que pone en práctica esa capacidad suya para transmutar un poema en otro ya demostrada en su propia obra.
Se caracteriza la poesía de Margarit por un manar de experiencias personales, no pocas de ellas hondos sufrimientos, que atemperan lo que de subjetivo puedan representar mediante la coexistencia con un tono moral que tiene mucho que ver el Cernuda elegíaco y que es un modo que parcialmente desembocó en Jaime Gil de Biedma. Jamás resulta impúdico cuando desnuda su dolor y, por el contrario, al convertirlo en precisa materia lingüística en versos rotundos, a menudo lapidarios, consigue que la emoción no se desborde como una de las ramblas de su tierra cuando hay gota fría.
Sus poemas son por lo general breves o, para ser más exactos, medidos, reflejo de la idea asumida de que los poemas son construcciones que hay que planificar y llevar meticulosamente a término como se hace un edificio. No es que el poeta siga a Poe en lo que este preconizaba en su exagerado texto teórico Filosofía de la composición, sino que sabe que a una emoción hay que responder con orden, mesura, control, porque de la sabia gestión de las palabras se deriva en el lector otra emoción para él tan verdadera como la que pudo experimentar el autor de los versos.
(Margarit, entrevistado por Juan María Rodríguez en Canal Sur)
Margarit nos habla de una lengua confinada al ámbito familiar durante el régimen de Franco, de la vergüenza de unos años duros, de la hija desvalida que requiere cariño y atención, del paso del tiempo, de la muerte, al cabo, que es inseparable de los anteriores temas y que proyecta su larga y aciaga sombra sobre ellos. Porque ha destacado especialmente en los últimos veinte o diecisiete años (Estación de Francia y Joana son hitos en su difusión), está extendida la idea de que se trata de un poeta tardío. Mayor podrá ser, aunque de una vitalidad más que notable, pero Margarit compuso sus primeros versos (inéditos) cuando tenía dieciséis años en Santa Cruz de Tenerife.
Lo que no hay en su obra son titubeos, muestras de inmadurez. Por el contrario, una conciencia perfectamente transmitida de lo que es el ritmo del poema. He aquí una de las razones de su predicamento entre poetas de varias generaciones: el tono grave meditativo, ese tren cargado de melancolía, no de nostalgia, que viaja por los raíles de versos impecables cuya música hace más verdadera la expresión.
Número especial de la revista 'Ínsula' dedicado a Margarit.
Es digno de ser escuchado Margarit cuando recita sus poemas, de pie, enfatizando, plenamente consciente de cómo ha de cerrar la lectura de cada uno de ellos igual que el arquitecto sabe con qué piedra o elemento coronar la obra. El uso experto de la familia imparisílaba de versos blancos de once, siete, cinco (más el alejandrino, que también es pariente, unión de dos siameses heptasílabos), lo faculta para tocar de la manera más emotiva y memorable al lector. Muy rara vez emplea la rima, pero el ritmo domina siempre el poema, sin desfallecer. Algo de culturalismo hay, presente en el jazz, tan querido por él, o en homenajes a escritores o artistas, o en paseos por ciudades diversas, pero jamás hay pretenciosidad.
Lo que no hay tampoco es experimentalismo, y esto lo aleja de otros poetas galardonados con el mismo premio: no es un Juan Gelman o un Nicanor Parra, aunque en la lista cervantina hay también muchos nombres dentro de la más pura ortodoxia. Que no aporte novedades no significa que no asuma riesgos, y el principal es el de la uniformidad y la monotonía, porque su corpus poético semeja ser un único libro, solo subdivido a efectos de comodidad y aparecido a intervalos regulares, como aquellas novelas del XIX publicadas por entregas o, ya en el XX, el mismísimo Ulises desde las páginas de The Egoist o The Little Review. No obstante, la riqueza de su paleta de colores es muy amplia y, como de buen pintor que es, no fatiga. Además, se advierte una secuencia temática que avanza, como el tiempo, a lo sombrío.
Los galardones que ha recibido Margarit son muchos, entre ellos el Nacional de Poesía de 2008 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de este mismo año. Si él mismo no fuera responsable de la reescritura de sus poemas en castellano, haciendo de ellos objetos nuevos y autosuficientes, difícilmente se justificaría este premio que está ligado a la lengua del autor del Quijote: el español compartido con la mayoría de los países americanos. No se entendería que el Premio Cervantes recayera en un escritor en lengua maya, quechua o náuhatl por muchas que fueran las excelencias de su obra. Contravendría las bases. A diferencia de los Premios Nacionales, el Cervantes, hay que recordar, reconoce a un escritor en español o castellano.
Los
Pero no hay verdades absolutas y, como en la poesía el matiz es lo que importa, hay que señalar que en puridad hace mucho que Margarit otorga un estatus especial a la versión en castellano de sus poemas. En Estación de Francia anotaba, curándose en salud: “Este es un libro de poesía bilingüe. No se trata de poemas en catalán traducidos al castellano, sino que están escritos casi a la vez en ambas lenguas”. Y cerrando el comentario, añadía: “No me preocupan las diferencias entre los dos poemas resultantes: tienen un origen común y ambos buscan ser dos buenos poemas”.
El caso de Margarit es único e, inevitablemente, va a resultar polémico. No por la calidad indudable de su obra (accesible y gozosa como la de un Jaime Sabines, por ejemplo, que no todo ha de ser vanguardista o ininteligible), sino por la interferencia de lo político en un ámbito en el que debería prevalecer la literatura exenta. Que este año sea él el elegido no puede carecer de significado. Los últimos Premios Nacionales de Poesía y Nacional de las Letras Españolas han recaído este año, además, en escritores en gallego y en vascuence: Pilar Pallarés y Bernardo Atxaga respectivamente. Se advierte una intención, un designio que no es casual y que parece ser consecuencia de la composición de los jurados, en los que hay tantos miembros como presumiblemente pocos lectores de los géneros y las distintas lenguas cooficiales que los premios dirimen.
El caso de Margarit es único e, inevitablemente, va a resultar
Esa abundancia de premios que este año están favoreciendo a las cuotas de lengua tiene el inconveniente de relativizar lo que es un acierto: en este caso, premiar a un gran poeta. También la política contamina desde el otro lado: lejos de la bienintencionada defensa de la integración y la convivencia, no es fácil que se vea con buenos ojos por el independentismo a un poeta que en abril irá a Alcalá de Henares a recoger de manos del Rey el premio.
Polémicas aparte, Margarit posee una talla que lo hace indemne a los salpicones de directrices políticas y cabildeos. Por más que nos preocupe la actualidad de Cataluña, con él y gracias a él podemos cerrar el periódico y apagar el noticiario y sumergirnos, porque la poesía es eso, en una realidad que prevalecerá cuando los políticos presos cumplan condena, cuando se haya formado un nuevo Gobierno o haya acabado otra legislatura o cuando, en fin, en la tribuna de un parlamento u otro se haya apagado el eco de palabras mucho más efímeras y mucho menos sabias que las de los versos.